Cada mes se ve coronado por su ración de gente que recordar, gestas no bien ponderadas, acciones que marcarán una que otra generación, banderas que deberán continuar en alto, batallas decisivas, levantamientos que pusieron de relieve muchísimas cosas, sudor que debería seguir fructificando, sangre no derramada en vano, aguerridos comentadores radiales con sus guerras santas particulares.
Cada mes serán depositadas ofrendas florales en el Altar de la Patria, desfilarán los descendientes, parientes, deudos, dolientes, viejos y nuevos militantes, los comprometidos a seguir con el ejemplo, los expertos en revelar año por año nuevos datos sobre las gestas respectivas, con el verbo preciso, con las pausas obligatorias entre una frase y otra, con la mirada a veces hacia el suelo o el cielo, como esperando el momento aquel del torero que de repente, ¡zas!, acaba con el ya pobre toro.
Si miramos de manera tan atenta al pasado, ¿será que habrá dudas en torno a su explicación? ¿Está claro lo hasta ahora acontecido? ¿Somos consecuentes con las lecciones de la historia? ¿De cuáles «lecciones de la historia» hablamos? ¿Hemos distinguido las víctimas de los victimarios, los honestos de los oportunistas, los consecuentes y los que no? ¿En qué medida se puede catalogar como «ejemplares» a aquellos que durante su trayecto vital, en las rutas más decisivas, no pudieron cultivar alguna «ejemplaridad» inicial? ¿Es válido hacer trabajo de cirugía en la vida personal, entresacando la vida privada de la pública? ¿Cuál parte de la vida de una persona es más importante, aquella timbrada por el heroísmo de un momento o el resto de la vida que le siguió a tal hecho?
Veo a mi hija pegar fotos de todos sus héroes juveniles, desde figuras manga Naruto, el Detective Conan-, hasta aquellos jovenzuelos del show «High Musical», y no puedo menos que lanzar las anclas del recuerdo, volviendo a esos locales de los sindicatos, los partidos, las aulas universitarias, y ahora hasta al transporte público de Santo Domingo, para confirmar que dondequiera se coce el mismo guiso.
¿Ser como él o como ella? ¿Es posible reciclar fórmulas de éxito? ¿Necesitamos todos «triunfar», «vencer», «dominar»?
Busco algo más que rostros y proclamas. Es imposible ser como él o como ella. Él o ella serán irrepetibles. La cuestión no es trasplantar, sino generar un yo fuerte, consistente, consciente de los principios de orden, por lo tanto, de respeto, de derecho. ¿Necesitamos héroes o heroínas que nos estén lanzando al gesto y a la gesta? ¿Seguiremos en zafarrancho? ¿Podremos des-heroizarnos un poco? ¿Qué sentido tiene el tiempo y los actores de ahora? ¿Vivimos en democracia? ¿No es la democracia el ropaje que ha demostrado mayor sostenibilidad desde el siglo XIX? ¿Podría ser la hora de pensar la vía dominicana de la democracia?