“Sueña, Pilarín”

“Sueña, Pilarín”

“¡¡¡Se está cortando el bigoteeeee….. Se está cortando el bigoteeeee!!!” –grita, entre sueños, Pilarín- Píndaro, que está parado frente a ella, observa el catre colocado en una tienda de campaña en la que pasan el fin de semana, en una loma, disfrutando de la naturaleza…

“Oye… Oye…. Este señor está diciendo que, si para fin de año no entrega un millón de casas al pueblo, se corta su bigote…” –grita entre sueños, Pilarín- …Y Píndaro, preocupado por lo que escucha, no se atreve a despertarla porque la gente dice que, cuando una persona habla o camina mientras duerme, puede darle un teperete que le afecte para siempre… Con mucho cuidado, se le acerca al oído y le susurra… “Pilarín… Pilarín… ¿A quién te refieres cuando dices ‘este señor’?….”.

Al finalizar su cuestionamiento y con mucho cuidado, Píndaro retira su boca del oído de Pilarín y adopta una actitud de espera… Su sueño es tan profundo que llega hasta a roncar…. un ronquido, que hace que hasta los pajaritos de la noche se espanten…
Entre respiro y respiro, sus labios empiezan a moverse de nuevo y de ellos se deja escuchar: “Veo, un pueblo presionado por una fuerza motorizada vestida de verde olivo… Parecen grupos de cuidadores barriales para forzar una imagen de autoritarismo desmedido… En sus cintos, llevan armas cortas y visten gorras de uniforme…” –En medio de esas palabras, Pilarín se da la vuelta hacia el otro lado del catre y cae de nuevo en los brazos de Morfeo-… Con gran interés por descubrir la solución a la incertidumbre que le ha creado su amiga, Píndaro camina, sigilosamente, hacia ese otro lado de la tienda de campaña donde está dirigida la cara de quien todavía sigue profundamente dormida… Se inclina hacia ella y, susurrándole al oído, le dice: “Shuuu… shuuuu… Trata de explicarme… ¿Qué más ves en ese ambiente?”… A lo que ella habla murmuró entre dientes: “Es que me inquieta lo que veo… Espera…. Espera… Parece que ahora me encuentro en un lugar que luce ser un aeropuerto… ¡Sí!… Es la sala de recibo de un aeropuerto… Hay unos banderines gigantes en los que aparece un señor de cara redonda, vistiendo una camisa y una boina… ambas rojas… Veo… veo… veo gente cambiando papeletas que parecen dólares, por otras papeletas más chiquitas… Esto, lo veo haciéndolo a escondidas, en un rincón alejado del paso de los pasajeros”… Su voz va bajando de tono, mientras se acomoda de nuevo en su catre-.

Píndaro, que ya está sediento de más expresiones que, a todas luces, le parecen reales, se inclina de nuevo hacia ella y acerca su voz a su oído, mientras le susurra: “Pilarín, Pilarín… ¡No te vayas!… ¡No te vayas!… Sigue conmigo y nárrame más situaciones que veas”…. De pronto, ella abre sus ojos y los fija hacia el techo interno de la casa de campaña… Todavía duerme, pero ha entrado en un estado de sueño más profundo y de recordación… De pronto, justo al momento, exclama: “¡Cuánta gente pasando penurias!… Veo colas por doquier… Parece que esperan para poder comprar raciones básicas de comida para poder sobrevivir… Lo que veo en este sueño, me recuerda los años sesenta en la querida isla de Cuba… ¡Es que no puede ser verdad!”… Mientras exclama esta frase aún dormida, se sienta en el catre… Y, para asombro de Píndaro, su cuerpo se deja caer de golpe hacia atrás… Cierra de nuevo sus ojos… Frunce el ceño como en señal de disgusto… Pareciera que estuviese despierta…

De pronto y ante la mirada de un atónito testigo, al tiempo de abrir sus espantados ojos, un grito de cuestionamiento sale de su boca: “Diantre… ¿Estaba en Venezuela?”… A lo que Píndaro le dice, calmándola… “Sueña… Pilarín… sueña… “.

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