Teodoro Stanley Heneken

Teodoro Stanley Heneken

Las intrigas y acusaciones que en vida persiguieron a Teodoro Stanley Heneken parece que se han prolongado más allá de su muerte, a pesar de que no solo él, sino la historia, defendieron sus actuaciones y exaltaron el desinterés con que sirvió a la Patria que no era suya y en la que murió envenenado, “víctima de un crimen político preparado y ejecutado con pasmosa frialdad”.
Designaron Villa Heneken a Pontón, donde vivió e impulsó el desarrollo económico, agrícola, empresarial, y en los años de 1990 amenazaban con sustituirlo. Una escuela de Licey fue bautizada Teodoro Stanley Heneken y se le cambió la denominación para honrar a un consagrado maestro. En Santiago de los Caballeros, donde residió, el Ayuntamiento resolvió distinguirlo con una calle en los Jardines Metropolitanos y la resolución nunca fue aplicada.
Heneken, sin embargo, es otro prócer de la Independencia y la Restauración que se convirtió en dominicano “no solo por la vía legal de la naturalización, sino por la forma en que desenvolvió su vida la cual tuvo como sede el paraje de Pontón, hoy sección de Esperanza, provincia Valverde”, escribió Julio Genaro Campillo Pérez a quien únicamente superaba en admiración al patriota su colega Emilio Rodríguez Demorizi.
El británico de ascendencia inglesa y hannoveriana, que vino al país en 1820 en funciones consulares, colonizó Pontón, prácticamente virgen, y estableció grandes negocios de madera preciosa, fábricas de azúcar en terrones y galletas. Allí escribió sus libros.
Defendió a los dominicanos con su pluma y con las armas, actuando en todos los movimientos revolucionarios de su época y en insurrecciones como la que instigó en Guayubín y los demás cantones de la Línea Noroeste para castigar a los asesinos del general José Antonio Salcedo.
De todas las luchas por la Independencia en las que estuvo presente, fue en la batalla del 30 de Marzo donde principalmente se evidenció su valor y el amor a este pueblo. También participó en las guerras de la Restauración y en la Revolución de los liberales de 1857.
El activo angloamericano, al que en su tiempo se acusó de agente secreto de La Gándara, especie desmentida por él con vehemencia y por los cronistas que han descrito su estancia en la República, realizó también actividades cívicas, formó asociaciones empresariales y campesinas “a base de capital colectivo y popular” con el fin de aliviar “la penuria general y fomentar la mejora de diversos ramos de la industria nacional”.
Campillo Pérez significó que trató de hacer más navegables los ríos principales del país mediante embarcaciones movidas por carbón producido por las minas a explotar por inversionistas criollos y que ideó construir e implantar vías férreas donde circularan ferrocarriles movidos por vapor o arrastrados por animales para la circulación de productos y pasajeros.
El político. Es la faceta más tratada en los textos de la Independencia y la Restauración. Entró en esa actividad arriesgando su vida en Cabo Haitiano para denunciar a Mella, de puesto en Santiago, la invasión de Pierrot que culminó con la batalla del 30 de Marzo de 1844, “récord que luego continuó con amplias contribuciones para comprar la fragata Cibao y piezas de artillería y para mantener tropas en campaña a las cuales sirvió con rango de coronel por más de siete años”, consigna Campillo en “Villa Heneken”, publicado en Listín Diario el 11 de octubre de 1974.
“Y si participó en las luchas contra Haití, luego se fue a los campamentos restauradores para combatir la Anexión a España”, añade.
Su hoja de servicio fue bien larga, apunta Rodríguez Demorizi: intervino en los preparativos de la batalla de Santiago; medió en lo concerniente a los numerosos presos haitianos existentes en las cárceles dominicanas; donó al Gobierno dominicano para ayuda de la causa dos libramientos sobre Londres, por 310 libras esterlinas, cuyo producto fue de 1,508 pesos fuertes.
Fue Enviado Especial en las Antillas Danesas. Actuó en los sucesos de 1857 a favor del Gobierno de Santiago. Comisionado de Relaciones Exteriores y de Hacienda y Comercio en los gobiernos de Benigno Filomeno Rojas y Pimentel, aunque, en 1862, “como la generalidad de los dominicanos aparecía como adicto al Gobierno de la Anexión”. Sirvió en la Cámara del Tribunado y en la Cámara de Representantes. Ejerció como Enviado Especial a las Antillas danesas y holandesas para el arreglo de las deudas contraídas por la República, en 1858.
El rico inglés dejó a la posteridad una hija, una historia de amor que no se ha escrito y un relicario que tras intensas búsquedas logró restaurar su tataranieto el arquitecto Alejandro Vargas Díaz, hijo de José Ramón Vargas Mera, el biznieto incansable que encontró la pieza.
Heneken salió del país ignorando que había dejado embarazada a Cipriana González (Manena), la mujer que amó en Pontón. Ella encontró un pretendiente, Eusebio Núñez, y le escribió al amado preguntándole si volvería, porque Núñez le propuso matrimonio. Él le aconsejó que se casara pues ignoraba si regresaría. Pero retornó y se mantenía con la supuesta hija, Guadalupe Núñez González, en su regazo. Dejó testamento legando sus abundantes bienes a cuantos le sirvieron en sus propiedades pero solo uno resultó beneficiado y la hija y la ex mujer no recibieron más herencia que la foto, la única conocida de Teodoro Stanley Heneken.
Heneken ha sido objeto de admiración por unos y saña por otros, pese a sus aportes a la República Dominicana. Unos dicen que aprovechaba sus experiencias y andanzas para manipular a jefes criollos con limitaciones intelectuales, que era manipulador e intrigante.
Pero tras su muerte, el país guardó duelo. Las honras fúnebres fueron revestidas “de la pompa y solemnidad que permitieron las circunstancias”. La bandera estuvo a media asta, el parque de artillería hizo una salva de nueve cañonazos. Lo asesinaron después de un mes de prisión, el 11 de octubre de 1865.
Dejó publicados: The Dominican Republic ante Emperor Soluque; Ensayo sobre riqueza mineral de la República en su relación con la prosperidad nacional; Prospectos de mejoras en el fomento de la agricultura y en el comercio, fundados en la explotación de las minas de carbón y cobre de Samaná por medio de una asociación de empresarios. Se tiene como su libro más importante el que escribió sobre la Restauración.
Nada de Heneken. Teodoro Stanley “Heneken fue olvidado y hasta sus huesos se perdieron en el viejo cementerio de la Capital. Sufrió los efectos de una regla que no siempre ocurre pero que es muy generalizada en nuestro medio y es que los honores no se rinden para reverenciar a los muertos sino para halagar a los vivos”, anotó Campillo, esperando que el nombre de Heneken se recordara pues, “ante todo fue un patriota, un científico, un empresario y un político. Suficientes méritos para mantener vivo un ejemplo tan enaltecedor”.
Existe una callecita “Teodoro Stanley Heneken” en el sector Los Trinitarios de Santo Domingo Este, próximo a la Carretera Mella.

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