Teoría política de la multitud

Teoría política de la multitud

La emergencia de la denominada “Marcha Verde” ha causado interés y revuelo en la opinión pública, líderes políticos, intelectuales, activistas y científicos sociales. Su composición social de indignados miembros de la clase media (Rosario Espinal, “La indignación de la clase media y el PLD”, Hoy, 16 de agosto de 2017) concita el desprecio de quienes todavía, desde una desfasada y equivocada óptica tradicional marxista, consideran que la pequeña burguesía es una clase al borde un ataque de nervios por el miedo a la proletarización, de donde se inferiría su oportunismo pues, como sostiene la letanía marxista acerca de esta clase, el pequeño burgués, es siempre un “hombre de dos partidos”, el del proletariado y el de los enemigos de la revolución. Contrario a esa anacrónica cosmovisión, la verdad es que, como lo demuestra la historia universal de las revoluciones, las rebeliones y las reformas, la clase media no protesta necesariamente porque esté inconforme con su situación social, sino porque tiene la suficiente capacidad económica y el necesario potencial moral para asumir las causas universales del pueblo. En la República Dominicana, ha sido precisamente la clase media la que ha luchado contra las dictaduras y la intervención militar estadounidense, la que defendió las elecciones transparentes como el único mecanismo valido de formar gobiernos democráticos, la que propició las reformas políticas tras el trauma electoral de 1994 y la que abogó por el 4% para la educación. Es la media la más capaz de todas las clases sociales de explorar y explotar las reservas utópicas de la sociedad y asumir valientemente las causas del pueblo.
Lo anterior no significa que no existan intentos de instrumentalización de la Marcha Verde por parte de la oposición e, incluso, de grupos económicos, lo cual se evidencia con los estrambóticos reclamos de renuncia del presidente Danilo Medina y su sometimiento a la justicia penal y con las demandas específicas respecto a la industria eléctrica. Por otro lado, al margen del combate contra la corrupción –que, en principio, uniría a todos los dominicanos, como el dogma de la Santísima Trinidad une a la gran mayoría de quienes nos consideramos cristianos- y de las reivindicaciones de obras públicas en los municipios -que parecerían buscar darle una base territorial a la Marcha Verde-, son obviamente impertinentes las demandas de los indignados verdes de formación de un gobierno de transición que interrumpiría el orden constitucional, de convocatoria de una innecesaria asamblea constituyente y de bypass del sistema partidario. Como lo he dicho antes, todo ello es ominoso signo de un adanismo que, previa destrucción de la institucionalidad vigente, pretende refundar la república ex nihilo (“El adanismo, sustituto del partidismo”, 23 de junio de 2017).
Y, sin embargo, la Marcha se mueve… De ahí que es importante saber adónde va, cómo se dirige y cuál es su naturaleza. Si tomamos en serio sus manifiestos, que muestran fehacientemente la auto comprensión del movimiento por sus integrantes, la Marcha Verde pretendería sustituir los partidos políticos por la multitud, o sea, por “formas no orgánicas capaces de auto-organizarse tomando las calles a través de marchas multitudinarias”, para lo que se precisa movilizar la muchedumbre y convertirla en “un vigoroso movimiento político y social”. De ese modo, el poder de la Marcha Verde radicaría en “ser más que un partido político” y constituir “una ‘multitud’ concientizada y comprometida”, que, tal como afirman Michael Hardt y Antonio Negri, expresa “el estado actual de las resistencias de los movimientos sociales contra los gobiernos neoliberales y sus destrucciones” (Héctor Rodríguez Cruz, “La multitud verde”, Acento, 22 de julio de 2017).
El problema con esto es lo que muchos pensadores han criticado a la teoría de la multitud del dúo Negri/Hardt: una sociedad sin líderes no es posible ni siquiera contando con las extraordinarias posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías de comunicación en red. No obstante, quienes defienden la capacidad política de la multitud señalan que esta es guiada por la unidad de acción que surge de los intereses comunes que habitan en ella. ¿En qué consisten esos intereses comunes cuando la multitud es, por definición, heterogénea? Tal vez la lucha contra la impunidad, aunque no todas las singularidades de la multitud se unirían, por ejemplo, alrededor de la despenalización del aborto o de la construcción del muro en la frontera. A todo esto, hay que añadir el carácter efímero de la movilización, que impide que la multitud –contrario a un sindicato, un grupo estudiantil, una organización social o una iglesia – persista y “por sí sola, se unifique lo suficiente como para transformar las consignas en política” (Beatriz Sarlo). La Marcha Verde podría solucionar el problema del liderazgo convirtiéndose en una ONG o un partido pero entonces ya no sería multitud. Empero, si lo sigue siendo, ello es sumamente riesgoso pues, como sostiene Ernesto Laclau, la multitud, en tanto “un todo no estructurado”, tarde o temprano puede desintegrarse, por efecto de las “distintas formas de antagonismos” que “empiezan a proliferar” a su interior. Ahora bien, cuando el marchador verde despierte, el partido con sus dinosaurios todavía estará ahí. Si ocurre que no está allí, es decir, si, junto con Laclau, consideramos que el partido es una forma de mediación política superada, habría que aceptar la peligrosa tesis laclausiana de que el pueblo solo puede articularse políticamente a través del líder. Por eso, al final, indefectiblemente, todo adanismo termina convirtiéndose en mesianismo. Y es que, en la teología política de la multitud, la secuencia original del plan divino se trastoca y, tras el apocalipsis de los partidos, viene la creación de un “nuevo orden” político, que, finalmente, desemboca en la redención por el Líder que viene a “salvar” al pueblo.

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