Tiempo de pensar

Tiempo de pensar

Según la vieja tradición pesimista dominicana, posteriormente “recargada” por la vulgata marxista leninista criolla, el dominicano es un ser de la acción y no de la contemplación. Y es que, conforme esta tradición cuya máxima expresión sería la obra de José Ramón López, “para un entendimiento perezoso e ignorante, razonar es trabajo recio y a veces imposible. En toda contradicción preferirá siempre aniquilar al contrario antes que engolfarse en intrincada argumentación para convencerle”. Por eso, una de las tesis de Marx sobre Ludwig Feuerbach más populares en cierta izquierda dominicana ha sido la No. 11: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”. Para gran parte de nuestra izquierda, ha sido un artículo de fe la creencia de Marx de que “es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento”. Es esto lo que explica por qué, en nuestro solar marxista, la palabra “teórico” se transforma en el epíteto peyorativo favorito para descalificar un adversario e, incluso, para, retroactivamente, denostar a Duarte, como un iluso, cuyos aportes a la causa patriótica son nimios, en contraste con los más “pragmáticos” Sánchez, Mella y la trulla conservadora encabezada por Santana y Bobadilla.
Gran excepción a este característico sobredimensionamiento de la praxis frente al pensamiento por parte de la mayoría de la izquierda lo fue Juan Bosch, quien no solo hizo de los “círculos de estudios” el núcleo central de la actividad política del Partido de la Liberación Dominicana, sino que también fundó instrumentos tales como la revista “Política, Teoría y Acción”, el periódico semanal “Vanguardia del Pueblo” y el programa radial “La Voz del PLD”, todos órganos de divulgación de ideas y conceptos para militantes y simpatizantes de su partido. Salvo Bosch y el olvidado Juan Isidro Jimenes Grullón, lo cierto es, sin embargo, que muchos en nuestra izquierda compartían el razonamiento de Rosa Luxemburgo, para quien “seis meses de revolución harán más por la educación de estas masas hoy desorganizadas que diez años de reuniones públicas y distribuciones de octavillas”.
Pero Bosch tenía y tiene mucha razón. Como bien señala Zizek, lo que nuestros tiempos demandan no es actuar sino, muy por el contrario, pensar, interpretar de nuevo el mundo. Y es que no solo han fracasado los intentos de transformar el mundo sino que también las interpretaciones que los inspiraron se evidenciaron equivocadas. Por eso, la crisis que vivimos no solo es crisis del mundo sino también y sobre todo crisis de las interpretaciones del mundo. Como diría Benedetti, “cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas.” O, como afirmaba Leibniz, “cuando creíamos haber llegado a puerto nos encontramos de nuevo en alta mar”.
Por ello, Zizek advierte sobre los peligros de caer en la tentación del célebre lema “Just Do It” de Nike, el cual, vale la pena recordar se origina en las últimas palabras que, el 17 de enero de 1977, le dijo a su verdugo el reo estadounidense Gary Gilmore, antes de ser fusilado en ejecución de la sentencia que le condenaba a pena de muerte por el asesinato de dos personas y como última expresión de su prisa por terminar con el suplicio que suponía para él vivir en la cárcel. Hay que resistir las intensas y constantes pulsiones mediáticas que nos instigan a actuar por el simple hecho de actuar, a atrevernos a “vivir experiencias”, justificados en la canción de Azúcar Moreno según la cual “sólo se vive una vez”. No somos presidiarios condenados irremisiblemente a renunciar a pensar y a actuar a ciegas. Nunca como hoy había sido tan cierta la frase de Descartes, “pienso, luego existo”. El ser humano, ante todo, es un ser pensante.
Pero… ¿cuál es el “camino del pensamiento” (Heidegger)? Solo hay un camino: hacerse la pregunta correcta. Y la pregunta crucial, la única que responde a “un problema filosófico verdaderamente serio” (Camus), es la que se hace de Sousa Santos: “¿por qué el pensamiento crítico, emancipatorio, de larga tradición en la cultura occidental, en la práctica, no ha emancipado la sociedad?”. La respuesta a esta cuestión no es tanto, como pretende Horkheimer, que nuestra era está bajo el dominio de la razón instrumental, como que, en palabras de Habermas, la Ilustración -y sus ideales de libertad, igualdad, democracia y solidaridad- es un proyecto inacabado, un programa pendiente de actualización. Como bien demuestra Jeremy Rifkin, el desarrollo histórico de la Humanidad “ha consistido, en esencia, en la extensión de la empatía a dominios más amplios e incluyentes”. Al principio, esta empatía solo se extendía a los varones, a los parientes, a los miembros de una tribu, a quienes compartían una etnia, una religión, una nacionalidad o una ideología. Hoy, sin embargo, se reconoce la dignidad a todos los seres humanos y es muy probable que, en los próximos años, la Humanidad admita también que seres humanos y animales no solo compartimos el ser seres vivos sino también el ser seres sintientes y, posiblemente, pensantes. Reconociendo al animal, no nos abandonaremos a la animalidad como teme Agamben, sino que se logrará el ideal último del iluminismo, lo que, como dice Derrida, quizás nos permita comprender. de una vez y por todas, en que consiste ser un ser humano. En todo caso, el pensamiento debe estar orientado a la acción y una acción tendente a la justicia, pues, ya lo decía Pedro Henriquez Ureña, “el ideal de justicia está antes que el ideal de cultura: es superior el hombre apasionado de justicia al que sólo aspira a su propia perfección intelectual”.

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