Transformaciones sociales y el proyecto de nación

Transformaciones sociales y el proyecto de nación

La debilidad y la anemia de la democracia dominicana se basa en su fracaso o imposibilidad de un Estado-Nación que pudiese ser la base del desarrollo social, y no la articulación de clanes o grupos políticos que se agrupan para buscar el ascenso socio económico, el personalismo y la búsqueda de identidad colonialista, conservadora, centralista y, hasta elitista, para adquirir el sentido de pertenencia y las diferencia de los “ellos y los nosotros”. Ese dolor de cabeza lo vivimos con Pedro Santana, Buenaventura Báez, Lilís, Trujillo, quienes se adjudicaron y sustituyeron el Estado-Nación, por un proyecto personal, donde el Estado era una expresión y extensión psicosocial de su ausencia o de la pobre identidad personal y social; pero también, de sus patologías y trastornos psiquiátricos. 200 años después, la República Dominicana sigue sin darle respuesta al proyecto de nación pendiente o la consolidación de una democracia inclusiva, de justicia social, de estado de derecho y de deberes ciudadanos. Lo que vivimos y practicamos, más bien, es una sociedad de grupos, de clanes, de emporios económicos y de actitudes individualista que forman grupos para desarrollar estructuras o modelos rentistas que nada tienen que ver con las necesidades colectivas, con las prioridades de un proyecto de nación, sostenibles y desarrollista para las futuras generaciones. A los que crean que estoy teorizando y “dando lengua”, les invito a reflexionar sobre qué se ha estructurado para responder a las transformaciones sociales: la emigración rural a la periferia de las grandes ciudades, la inmigración haitiana a las provincia fronteriza y a todo el territorio nacional, la recomposición de la nueva familia dominicana, la nueva sociedad urbana sin planificación y con nuevos hábitos, y la demanda de servicio de salud, agua potable, energía, educación, seguridad, vivienda, empleo, salud mental, bienestar social y felicidad, que debe de proporcionar el Estado y sostenerlo y practicarlo en el proyecto de nación. Ese mal social, de dejar que la circunstancia y las necesidades de dejar al capital global o colonial la respuesta a los proyectos y planes de la nación dominicana, es parte de la patología social.

Esas transformaciones sociales han producido consecuencias sociales: delincuencia, violencia social, pobreza urbana, desintegración de la identidad rural, sincretismo racial urbano, movilismo social, aculturarización, individualismo social y crisis de la identidad partido-gracia. Pero lo peor aún son los nuevos hábitos y la nueva adquisición de los grupos intelectuales elites, y clase media y media baja, metida de cuerpo entero al espíritu conservador; al silencio y la complicidad de un Estado sin justicia y sin derecho de los ciudadanos. Un ejemplo de muestra: ¿como la justicia suicida el espíritu a Francina Hungría? ¿O de qué forma se desarticula el sistema de salud para dejarlo al sistema financiero?

El articulado moderno del Estado-nación no se corresponde con desarticulación y pobreza de los símbolos, la identidad, la nacionalidad, la costumbre y valores, de un nuevo ciudadano más responsable, menos corrupto y menos individualista y trepador, en la búsqueda de servirse del Estado.

La identidad del dominicano o de la nacionalidad con criterio de independencia de espíritu ha quedado de rodillas ante las transformaciones sociales que han puesto en evidencia la falta de un proyecto de nación, truncado desde el patricio Juan Pablo Duarte hasta nuestros días; cosa a la que he decidido diagnosticar: La patología social dominicana. O sea, una condición enfermiza de actuar y de comportarse de la misma manera en diferentes circunstancias, pero sin crear nuevos comportamientos ni mentalidades para cambiar o transformar la conducta, pensamiento, ni costumbre, que hagan del dominicano un ser más democrático.

 

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