Las atrocidades de la dictadura de Trujillo, dolorosa expresión de perversidad y conculcación de los derechos humanos, deben tener permanencia en la memoria de esta sociedad contra los riesgos de que por la imbecilidad o inconsciencia de muchos se pretenda excusar, como suele verse a veces, la supresión de la libertad para supuestamente progresar bajo el orden que imponga cualquier gendarme, que se repute necesario, puesta allí a calzarse las botas de tirano. La barbarie trujillista dejó en herencia hasta nuestros días la distorsión manejada con insistencia de que para consolidar el respeto y alcanzar progreso procede tener amarrados a los ciudadanos aunque ello signifique que solo el «príncipe» esté en licencia para matar, robar, violar y torturar al prójimo mientras recibe loas desmedidas con monumentos a su honor por todas partes.
Trujillo fue la mayor expresión de perversidad que haya ocupado el solio al que llegó con engaños y muertes. En nombre de las miles de víctimas que sus métodos causaron, y en repudio a la negación absoluta de derechos y usos democráticos que encarnó, favorecer el trujillismo con palabras y obras es ilegal. Los testimonios materiales de la horrible noche de los 30 años de la tiranía deben estar bien a la vista en este presente de populismos, demagogia y aferramientos al poder. Trujillo fue por 30 años sangriento maestro en la prolongación de mandatos.
En deuda con los muertos
Fuera de las ofertas privadas y costosas, disponibles a una minoría, se ha fallado en lograr con indiscriminado alcance un destino final decente para los difuntos. El «camposanto», localmente depositario de los restos mortales de generaciones, incluyendo a eminencias y gente común, parecería un «territorio apache» por las barbaridades atribuidas a delincuentes y profanadores aunque se le ha seguido llamando Cementerio Nacional de la avenida Máximo Gomez. La alcaldía da paso firmes para borrar esa desconsideración. Gracias por ello.
Era hora y debería serlo también para otros espacios reservados para las inhumaciones en el Gran Santo Domingo; los hay plagados de maleza, con rutas interiores destrozadas y disposición caótica de tumbas en mal aspecto a causa del olvido de descendientes de los finados y de autoridades.