Un 9 que es 6

Un 9 que es 6

Salvar o no salvar la tradición, ajustarla o perderla. La fiesta de san Andrés, por ejemplo: el agolpamiento de polvo y agua, en ojos, nariz, garganta, cabellos, se perdió. Buena o mala la celebración, milenaria y transformada, queda en la memoria de la adultez mayor, para compartir como pasado. Con inexactitudes, sin certezas, las personas que vivieron aquello, cuentan esas jornadas de perfume y huevos hueros, luego, de riesgo y peligro.
En las provincias del norte de la isla, hasta la década de los 60, del siglo pasado, el 30 de noviembre mezclaba mansos con cimarrones, habitantes del pueblo abajo y del pueblo arriba. La muchachada ocupaba las calles, exhibía arrojo y desclase fugaz, esparciendo harina, talco, almidón y agua, por doquier. Montescos y Capuletos, se encaramaban en balcones, camiones, coches, carretas. Atildados personajes se convertían en tentación para la osadía juvenil que se atrevía a mojar el fieltro del sombrero, o manchar la almidonada chaqueta de la prestancia. La festividad suspendía la docencia. Algunos comercios entornaban las puertas y las autoridades compartían el gozo. Al caer la tarde, comenzaban los preparativos para “el baile blanco” organizado por los diferentes clubes, con ofertas adecuadas al talante de los asociados. Después, como en la Fiesta de Serrat, volvía el señor cura a su misa y el rico a sus riquezas.
Los avatares políticos, las transformaciones sociales, las migraciones, cambiaron usos y costumbres. Cuando algunos se percataron de la pérdida, intentaron el rescate con agenda. Así no vale. Fallaron. De manera irremisible, la festividad callejera, para celebrar el Día de San Andrés, se perdió. Por ahí comienzan las cuentas del rosario. Culpa de nadie, quizás responsabilidad de muchos. Ocurrió con las efemérides patrias, inexistentes, casi vergonzantes. Exhibir la bandera, emocionarse con las notas del himno, reivindicar la fundación de la República, luce incorrección política más que orgullo. También, con el discurrir de la Semana Santa, época de sincretismo y mito. Cambiaron los carnavales, las festividades navideñas, de fin de año y el Día de Reyes.
Para especialistas queda el origen, la razón de la estrella. Cometa, señal divina. Ruta de la fe o de la imaginación. Para especialistas, el sentido de la mirra, del oro y del incienso. Exégetas de las escrituras subrayan que la Biblia no menciona Reyes sino magos. Pagana o religiosa la historia, el festejo de la epifanía ha sido un momento memorable para la infancia. Día del hallazgo y la recompensa, del efecto que el buen comportamiento produce. Tradicional conmemoración en el Sur de la isla, en el Este y en algunas regiones del Cibao. Durante un tiempo, fue desconocida en otros lares del territorio. Servía de consuelo para el olvido o la carencia, que impedían el cumplimiento el 25 de diciembre, cuando se atribuye a una inerme criatura, la colocación de regalos debajo de la cama, al lado del árbol de la Navidad. Antes de la figura universal y en ocasiones rocambolesca de Santa Claus, era el Niño Jesús el portador de los obsequios. La tradición que en otros países persiste y tiene visos de atractivo turístico, por las cabalgatas con los Reyes, aquí agoniza. El único desfile notable era el organizado por el Cuerpo de Bomberos del DN y el deterioro del esplendor espanta. El desluce no es atribuible solo a la vigencia de la Ley 139-97. Previsible el desenlace, desde antes del trueque y del trastorno de la fecha. Perder tradiciones, afecta la identidad, diluye el sentido comunitario. Que hoy 9 sea 6, confunde. Evitar la desaparición de una costumbre, encanto y, a veces, tormento para la infancia, es importante. En Uruguay, desde el 1919, el laicismo erradicó el Día de los Santos Reyes, empero, el 6 de enero, la niñez espera y recibe regalos, porque es “El Día del Niño”. Sin interferir en las motivaciones de la Ley 139, conviene reinventar la celebración, para la preservación y el disfrute. La creatividad institucional es necesaria. Resuelve.

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