Un almacén en el obelisco

Un almacén en el obelisco

Una mañana cualquiera, alguien comprometido con la ciudad debiera ir temprano a las inmediaciones del obelisco, el único que hay en la ciudad. Que lo haga en plan de caminante y lleve una cámara fotográfica para que capte las imágenes bochornosas de uno más de los usos abusivos que se hacen a los espacios y objetos públicos de la capital. La base del monumento, levantado e inaugurado en 1937 para «conmemorar» el cambio vergonzante de nombre (de Santo Domingo por Ciudad Trujillo) en 1936, es un almacén de cuantas cosas se pueda alguien imaginar que son usadas en los tarantines de la flamante Plaza Juan Barón, un centro de producción de basura descomunal que engalana la zona del paseo marítimo que debiera ser turístico. ¿Quién dio autorización para ese uso? Nadie; los usuarios lo han hecho por derecho propio y adquirido, en nombre del contubernio con los que se suponen deben poner el orden y velar por el ornato de la ciudad. Cuando vemos cosas como estas, la vergüenza ajena y propia se nos estruja en la cara, cargada de impotencia y frustración. ¿Por qué los dominicanos somos tan salvajes en materia de cuestión urbana? Es la sensación que embarga el sentimiento de los que vienen de fuera y ven estas cosas, irrepetibles e inconcebibles en sus lugares de origen, y no porque aquellas sociedades sean de razas superiores ni nada por el estilo, es porque allá valoran lo que aquí despreciamos…Simple y sencillamente. Veánlo, el obelisco, el hito referencial urbano más significativo de la ciudad, con todo y su afrenta histórica, es un pecaminoso almacén de porquerías que se usan en una cochina cocina de patio, justo frente al mar en la cara de los turistas sorprendidos de la desfachatez de nosotros, los dominicanos.

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