Un aniversario estremecedor de conciencias

Un aniversario estremecedor  de conciencias

Pasado mañana, los dominicanos conmemoraremos el 202 aniversario del nacimiento del forjador de la dominicanidad, la cual la impuso gracias a su terquedad y por encima de los escollos, que en todo momento sus conciudadanos pesimistas no le dieron tregua, para llevar a cabo la separación de los haitianos, que por 22 años tenían ocupada la porción oriental de la isla que había sido colonia española.

Juan Pablo Duarte, en la flor de la juventud y llegado de Europa, en donde en un apretado periplo por algunos años asimiló la cultura europea y todas las corrientes del pensamiento que permitían a las naciones europeas ser la vanguardia de cómo se iba conformando un mundo distinto, nacido de la revolución francesa.

Ese ambiente de las libertades y de la razón conformaron en el joven Duarte una serie de ideas, que tan pronto llegó a la isla y bajo el dominio haitiano, buscó la vía de propagar sus inquietudes de soberanía, siendo su primer objetivo llevar sus inquietudes a sus jóvenes seguidores a través del teatro, donde cuajaron sus propósitos, que en julio de 1838 le dieron forma a la sociedad La Trinitaria.

Fue idea de Duarte reforzar la presencia de los dominicanos en la guardia republicana haitiana, con el fin de lograr el entrenamiento militar que necesitaban para sus propósitos separatistas para poder establecer una república independiente de toda potencia extranjera, como predicaba en sus exhortaciones a sus seguidores, ya imbuidos de la llama redentora para forjar la República Dominicana.

El grupo de dominicanos, que se forjaron en torno a regimientos del ejército haitiano, fueron sin duda la base para los triunfos en las primeras batallas del honor, que junto a los aguerridos hateros del Este de Pedro Santana, enfrentaron a un poderoso enemigo, que en marzo de 1844, invadió a su antigua colonia que la habían pisoteado por 22 años para tratar de restaurar su dominio perdido.

Duarte retornó al país en los primeros días de marzo de 1844. Había sido expulsado por los haitianos meses antes de la epopeya de febrero. Le rindieron altos honores por ser el artífice de la separación y se dirigió hacia Azua para incorporarse a la primera gran batalla en defensa de la libertad. Desde ese momento se iniciaron sus infortunios e incomprensiones que lo llevaron hacia el Cibao, en donde una masa de entusiastas seguidores trataron de imponerlo como el líder y conductor de la nueva nación, pero las vacilaciones y su alto sentido del honor y respeto de la democracia, lo llevaron a su encarcelamiento e irradiación por siempre del territorio oriental de la isla. Y esa era la parte isleña a la que Duarte le había dedicado sus sueños y empeños para forjar el país, que vacilante iniciaba una insegura y amenazada vida independiente, lo cual sembró en el ánimo de los pesimistas buscar una anexión a una nación poderosa, para que los protegiera de los afanes unionistas de Haití, lo que se logró en 1861 con la anexión a España.

Pese a lo limitado de las comunicaciones, que tardaban en llegar a su destino, Duarte, en su exilio en Venezuela, se mantuvo enterado de cómo marchaba su desdichada república con la agresión constante de los haitianos, que escenificaron diversas campañas para reconquistar lo que habían perdido en 1844, y finalmente, después de la derrota de Santomé y Estrelleta, abandonaron sus afanes anexionistas para ocuparse de sus delicados asuntos internos y ocupar definitivamente unos cuatro mil kilómetros cuadrados del territorio dominicano, que se les reconoció como de ellos con el tratado de fronteras de 1929.

Duarte regresó al país en 1864, a raíz de la anexión y la guerra restauradora, para ponerse a las órdenes de los restauradores, que jóvenes e iletrados algunos, estaban temerosos de que el patricio usurpara sus débiles liderazgos, por lo cual, atendiendo de seguro indicaciones de Ulises Francisco Espaillat, fue engatusado con un nombramiento diplomático para América del Sur de buscar recursos para la guerra restauradora, pero era con los fines de sacarlo del país; él se dio cuenta de la maniobra y solo pidió quedarse hasta que Mella, el otro padre de la Patria, muriera ya que él lo encontró muy grave en Santiago. Tan pronto Mella murió, Duarte se marchó para siempre y solo retornaron al país sus restos en 1884.

 

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