UN “BANQUETE” TEATRAL EN GULOYA

UN “BANQUETE” TEATRAL EN GULOYA

Nos llamó la atención el título “El banquete”, de la obra del escritor dominicano Rafael Stalin Morla, y pensamos que estaría inspirada en la obra clásica “El banquete” de Platón, pero aunque el amor aparece en pinceladas, la obra de Morla solo toma de Platón el título y la ocasión.
Un público alegre esperaba impaciente, dispuesto a degustar del banquete, que se ofrecería en el Teatro Guloya. Se nos invita a pasar, y al penetrar en la sala vemos que ya la mesa estaba bellamente servida, destacando en el centro un apetitoso cerdo, magnífica escenografía detallista, de buen gusto, de José Miura. Las luces se apagan, la escena se nos antoja aun más hermosa y un humo blanco se esparce, escuchamos voces que vienen del exterior, se abre una puerta lateral, entran dos convidados, inicia el ritual.
La obra “El banquete” una sátira mordaz cargada de humor negro, tiene la impronta de la crítica social, lo que le confiere una connotación mayor. A través de una dramaturgia fluida, conocemos la historia de unos obreros, que inicia cuando reciben una invitación un tanto insólita de su “jefe”, para asistir a un banquete y celebrar su cumpleaños. Sorprendidos acuden al convite luciendo sus “mejores galas”, pero en vano esperarán la llegada del anfitrión… Los personajes, perfectamente estructurados, van narrando sus experiencias, las vicisitudes propias de su condición de proletarios. El ingenioso texto de Morla recrea un juego y contrajuego sustancial para la dinámica y la dialéctica escénica, y el tono sarcástico de sus parlamentos y diálogos mueve a risa, de principio a fin.
Los personajes de esta obra son interpretados por cuatro excelentes actores, no hay un protagonista, los cuatro los son. Elvira Taveras, en una actuación estupenda, interpreta a una señora casada, agobiada por problemas existenciales, que no tiene hijos y además ha sido víctima de acoso por parte de su “jefe”. Su esposo es otra víctima, ha perdido una mano en un accidente laboral y no ha recibido indemnización alguna por parte de la empresa. Este personaje, con sus matices, ha tenido un intérprete formidable, Francis Cruz.
La otra pareja, la mujer divorciada con una hija, se cree autosuficiente. Viena González proyecta este personaje en una actuación extrovertida, desbordante de histrionismo, que resulta fascinante; su exmarido, quien ha mejorado su posición económica, es una especie de lambón, un perfecto “clown”, interpretado por Orestes Amador, actor versátil, con una técnica corporal muy elaborada que le permite proyectar este personaje en su justa dimensión semántica. Los actores juegan su juego macabro evolucionando en la misma situación, manteniendo la tensión dramática.
La acción transcurre indetenible, pero el “jefe” no llega, y entonces deciden supuestamente buscarlo, y todo cambia; a los personajes los ha unido el odio y el resentimiento. No se puede estirar la soga demasiado porque se rompe, y aquí la obra ahonda el problema social. El público ríe, definitivamente se divierte, pero se abre un resquicio para la reflexión.
La dirección de Claudio Rivera es verdaderamente creativa, fundamentada en una teatralidad orgánica; la recreación colectiva y la dinámica del movimiento que imprime a la acción son características esenciales de su visión de la escena, así como el uso de diferentes técnicas teatrales, que bien manejadas por los actores, como en este caso, enriquecen su propuesta. El uso de las máscaras es otro recurso utilizado por Rivera, lo que nos remite a la comedia del arte, pero en esta puesta en escena el aditamento alcanza un simbolismo esencial.
Los personajes se colocan sus máscaras, por cierto bellísimas, –fino trabajo de Miguel Ramírez– y como por arte de magia se convierten en aquellos a quienes ellos odiaban; luego, sentados a la mesa degustando el vino, descuartizan el “cerdo” y se sacian, la alegoría macabra es fascinante… pero todo es pura comedia.
La diversión continúa, los personajes, desprovistos de las máscaras, vuelven a ser ellos; finalmente y sin que esto signifique un rompimiento de la cuarta pared, con bandejas en mano nos ofrecen finos canapés para que no quede duda de que hemos asistido a un verdadero banquete teatral.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas