Un fugitivo afortunado

Un fugitivo afortunado

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Primo, mi padre llamó al hotel desde Bayamo, por el teléfono; pregunta cuando regresaré a la casa; dice que soñó con el húngaro; envía saludos a Dihigo y a ti. Está preocupado por todos nosotros; el tono de su voz me indica que teme algo malo pueda ocurrirnos. – Podrían ser aprensiones del viejo. ¿Cómo va su salud? – Él esta bien; no sufre de ninguna dolencia; da paseos en el patio y en los alrededores de la casa; pone los pies al sol después de cepillarse las uñas con jabón.

Los días lluviosos saca una gorra espantosa y se abriga; cuida de no mojarse; en verdad, tiene pocas manías de viejo; es alegre, no ha perdido la memoria, no suele angustiarse sin razones valederas. Es muy extraño que se moleste en llamar para saber de nosotros. – Bueno, los viejos siempre averiguan en qué andan los hijos. Ya no son muchas sus ocupaciones. Pero siempre fue un hombre interesado en el bienestar de su familia. Mi padre no se cansaba de decirlo.

Menocal y Valdivieso permanecieron un momento en silencio. – ¿Estás pensando todavía en el viejo y en su llamada telefónica? – No, estoy pensando en el doctor Ubrique. – Señor, lo busca el capitán de la policía. – Dígale que pase enseguida. El jovencito acabó de abrir la puerta de la oficina y el capitán entró al despacho de Menocal. Sin saludar a nadie fue derecho a sentarse en el sofá. – Licenciado, el húngaro no fue a Baracoa. – ¿Iría entonces a la base de Guantánamo? – No, tampoco; fue al aeropuerto de Santiago y abordó un avión de «Aero Caribean»; el empleado de esa línea confirmó que Ladislao Ubrique, de nacionalidad húngara, presentó el pasaporte y su identificación de la Unidad como extranjero residente. Compró un pasaje a Miami, vía Puerto Príncipe. No tenía visa para entrar en Haití, pero sí tenía visa norteamericana. Ustedes no contaban con esa jugarreta. Lo de Baracoa era un engaño para que lo buscáramos en Guantánamo. Ya está volando a los Estados Unidos. No nos dio tiempo para detenerlo en Haití. Estuvo menos de media hora en la sala de tránsito.

– Desde La Habana me informaron que a un periodista de la República Dominicana le encontraron en la maleta una certificación de un presidio argentino, expedida el mes pasado, sobre un preso llamado Ascanio Ortiz. El preso era cubano. La certificación la llevó a la Unidad donde trabajaba el húngaro que ustedes tenían metido en esta oficina. Al dichoso periodista lo expulsaron de Cuba antes de ayer. – ¿Una certificación de un presidio? ¿Qué clase de documento es ese? – El director de la cárcel especifica que el preso, fulano de tal, estuvo recluido desde tal fecha hasta tal otra. El director de la prisión no tiene nada que ver con lo que le haya ocurrido al preso después de esas fechas. Es, indirectamente, un «descargo de responsabilidad». Digo que fue dichoso porque solamente lo llevaron al aeropuerto y le hicieron firmar la transcripción de su interrogatorio. En La Habana se quedaron con la certificación. La había solicitado el húngaro. Lo trataron bien para evitar escándalos. Al húngaro le habría ido muy mal; era extranjero residente, ciudadano de un país con el que teníamos hasta hace poco relaciones muy estrechas. Es, en realidad, un simple académico. Los servicios de los dos países pueden mantener oculta su detención y no informarla a las autoridades civiles, para que no haya noticias incómodas.

– Tengo instrucciones de no incautar por ahora los documentos de la notaría. Lo importante para mis superiores es negociar la certificación. Usted me dijo ayer que en los documentos se tratan asuntos de la Segunda Guerra Mundial y de la época de Machado. – Capitán, le dije de la Primera Guerra Mundial y de los tiempos del general Machado. – Peor todavía; son cosas viejísimas; lo único nuevo es la certificación. Ese papel puede poner en aprietos a oficiales superiores en servicio. Les repito, no salgan de Santiago hasta que concluya la investigación. – Así será, gracias capitán.

Menocal y Valdivieso acompañaron al policía hasta la puerta. Después que partió el automóvil de la comisaría, Menocal llamó al asistente. – Ordena que nos preparen café. Ambos hombres regresaron al interior de la oficina. – Primo, tendrás que decir al viejo que no puedes regresar a Bayamo inmediatamente. – Ni siquiera puedo saber qué día tomaré el autobús. No deseo mortificar a un viejo que ya parece estar preocupado. – Lo único agradable es que Ubrique ha podido escabullirse; y que no se refugió en Guantánamo. ¡Gracias a Dios! ¿Primo, que será eso de negociar la certificación del penal? – ¡No entiendo nada! ¡Ubrique salió por el aeropuerto, con su pasaporte, en un vuelo regular a Puerto Príncipe! ¿Cómo se movió tan rápido? ¿Quién le dijo que estaba en peligro? – La verdad es que difícilmente volveremos a ver al doctor Ubrique. ¿Llegaste a entregarle las copias del legajo? – Sí; los tenía en el hotel. Nunca pensé que en esa caja fuerte había un documento tan controversial. Y menos aun que un tipo del fin del mundo lo andaba buscando para leerlo. Santiago de Cuba, 1993.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas