Un juicio sobre la reelección

Un juicio sobre la reelección

JOTTIN CURY HIJO
Un  productor de televisión sostuvo recientemente  que el Presidente Fernández desconoce la historia, toda vez que George  Washgington fue reelecto una sola  vez  porque  los Padres de la Nación Norteamericana así lo definieron  desde el principio. Nada más falso ya que en aquella época ningún texto legal frenaba la repostulación  al  más encumbrado funcionario ejecutivo de la Nación. Si bien es verdad que el primer mandatario norteamericano se negó a repostularse más de una vez, no es menos cierto que fue después de la muerte de Roosevelt cuando se consignó expresamente la prohibición de la reelección por más de un período consecutivo.

Un productor de televisión sostuvo recientemente que el Presidente Fernández desconoce la historia, toda vez que George Washgington fue reelecto una sola vez porque los Padres de la Nación Norteamericana así lo definieron desde el principio. Nada más falso ya que en aquella época ningún texto legal frenaba la repostulación al más encumbrado funcionario ejecutivo de la Nación. Si bien es verdad que el primer mandatario norteamericano se negó a repostularse más de una vez, no es menos cierto que fue después de la muerte de Roosevelt cuando se consignó expresamente la prohibición de la reelección por más de un período consecutivo.

El 24 de marzo de 1947, fallecido ya Franklin Delano Roosevelt en   pleno ejercicio de su cuarto mandato presidencial, se votó una ley, devenida más tarde la Enmienda XXII de la Constitución americana, mediante la cual nadie podría ocupar más de dos veces consecutivas  la presidencia  de  los EEUU. Dicha enmienda se  convirtió  en ejecutoria en 1951, ocupando Truman la presidencia.

Hasta  el advenimiento de Roosevelt se tenía el  hábito de  respetar la voluntad del primer Presidente de los EEUU, en  el  sentido de aceptar una sola reelección,  pero se trataba de un virtual  respeto a la voluntad política del Fundador de la Nacionalidad. No fue algo que se discutió ni definió de manera expresa, como sostuvo el pseudo analista, distorsionando la verdad histórica.

Determinar si la reelección es provechosa o perjudicial para los pueblos es algo relativo y circunstancial, dado que en ciertas ocasiones suele ser dañina. Me inclino por creer que el continuismo en nuestro país arroja un balance negativo, al igual que en casi todos los países de Hispanoamérica. Ahora bien, esta regla tiene sus honrosas excepciones. Para citar  algunos casos recientes en nuestro continente, debemos señalar que  las reelecciones de Lula y Chávez pueden considerarse positivas, en razón de que responden a la implantación de políticas reparadoras de los desaciertos y abusos cometidos por administraciones gubernamentales anteriores..

Asimismo, nadie discute que los casos de Fujimori y Menem resultaron funestos para Perú y Argentina, por los escándalos de corrupción desatados durante un continuismo logrado a la cañona en sus respectivos países. En cambio, el caso de Álvaro Uribe es sui generis, pese a que no podemos negar su presente descrédito en el actual período presidencial por la sospecha que lo rodea en el penoso caso de ayuda a los paramilitares, grupos de genocidas manchados por  los crímenes cometidos contra inocentes campesinos colombianos..

Si nos trasladamos a Europa, veremos que a pesar de sus  múltiples tropiezos, Felipe González llevó a España a la Unión Europea; Miterrand fue un demócrata perfecto que se repostuló con éxito en Francia; el propio  Charles de Gaulle, héroe de la resistencia contra el nazismo y cuya actitud política contribuyó a la liberación de Argelia, también fue reelecto con el respaldo mayoritario del pueblo francés. Y así podríamos citar otros tantos casos que han arrojado  balances positivos.

Pero circunscribiéndonos a una   nación y época determinadas, podemos afirmar que no significa lo  mismo para los norteamericanos la reelección de Bush que la de Clinton ni para los venezolanos la de Chávez  que la de Carlos Andrés Pérez. Igualmente para los dominicanos no  es lo mismo comparar el intento de repostulación de Hipólito Mejía con el que ahora intenta Leonel Fernández. Es verdad que todos son casos de reelección, pero conceptualmente existen notables diferencias en aspectos fundamentales en cuanto a los resultados obtenidos en ambas administraciones.

¿Conclusión? La reelección presidencial no es en si misma ni buena ni mala. Es preciso ubicarse en el momento histórico para enjuiciarla. En el caso del Presidente Fernández,  quien conforme a las encuestas goza de una popularidad que no ha decaído todavía, es de suponer entonces que su crédito político permanece inalterable. En ese sentido, no procede comparar su situación con la de  su predecesor, quien no pudo alcanzar su propósito continuista por el  abrumador rechazo electoral que  recibió en la consulta del 2004.

Si tomamos como punto de referencia las informaciones que recoge  la prensa de nuestros días, la mayoría de la población parece inclinarse, frente a las alternativas  que se les presentan, a un hombre con experiencia de Estado capaz de manejar los problemas económicos sin sobresaltos y de generar seguridad social.

Recurrir a las experiencias de Santana, Báez, Lilís y Balaguer para satanizar la reelección presidencial no es argumento válido. Las circunstancias en que les tocó gobernar no son las mismas de hoy. Le corresponde a la población la última palabra en este espinoso tema que tanto debate genera entre nosotros. Los que se aferran con pasión a esta idea y enarbolan el antireeleccionismo con más fervor del  aconsejable, corren el riesgo de finalizar  su carrera política  en el basurero de la historia.

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