Un plan de confusiones

Un plan de confusiones

“No creo en la meigas, pero haberlas haylas”. (No creo en las brujas, pero de que existen, existen) reza un viejo dicho gallego. Lo mismo puedo decir de la derecha dominicana, no existe, pero de que están, están. Aunque al igual que las “meigas”, su poder se limita a las palabras y los hechizos, no deja de ser escalofriante ver cómo con sus pases mágicos llevan a medio país a repetir cuanta cosa destemplada pueda ocurrírseles decir, sin importar veracidad o alcance. Y no de ahora, si no desde hace décadas.

La derecha dominicana existe: se inventa causas, propicia sentencias, exagera y trata de tener presencia en cuanto espacio de medios de masas les sean propicios. Su objetivo: hacer ver al gobierno dominicano como el responsable de todos los males para destruir la popularidad del presidente, el mismo que les ha desmontado todo el poder al que están acostumbrados.

La lucha contra el narcotráfico, la denuncia de la corrupción y el nacionalismo extremo son sus ejes, su plataforma, su coartada. Sin embargo, por coherentes que parezcan a lo largo de las décadas la falta de consistencia ante hechos equiparables y su selectividad dependiendo de quién se beneficia o a quién perjudica un determinado hecho hace dudar de que esos ejes respondan mayormente a una visión ideológica sincera y más al voraz apetito de poder e intereses que les ha caracterizado. Se creen con derechos nobiliarios adquiridos.

Al salir del gobierno, la derecha organizada pasó a la oposición a denunciar lo que antes toleró. Su preocupación nacionalista tiene límites, su conveniencia. Su interés por el bien común pasa primero por su propio y muy mercurial interés. Su legado, basado en el odio, augura guerras. Sus propuestas son los de los muros de contención aunque se dinamiten los puentes del entendimiento. Su acción es cobarde, aunque bien orquestada. Producen y ejecutan, en una extraña industria de sinsentidos, un complejo plan de confusiones.

Tal es así, que han llevado al gobierno a lidiar con situaciones graves, generadas en otros poderes del Estado, sobre los cuales tiene poca o ninguna influencia. En la política lo que no se ve siempre ha sido más importante que lo que se ve pero nunca, en la historia reciente del país, esta especie de maleficio había sido tan grosero. Nada de lo que se ve es importante. Lo único importante son las redes informales entre esa derecha, dirigentes del PLD que le veneran como faro ideológico, la oposición formal y algunos sectores en medios de comunicación.

Si para ello tienen que confundir: convirtiendo una sentencia en un acto patriótico; u otra, espuria, en un alegría; o haciendo el increíble escape de dos reos en una falla del gobierno y no de la justicia, como si no hubiera separación de poderes; es algo por lo que no sienten prurito alguno. Lo que está en juego, en este plan de confusiones, no es un resultado electoral, si no la estabilidad y continuidad de la democracia. La derecha no tiene objetivos electorales, ya no se conforma con poco, lo quiere todo.

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