Un segundo paréntesis necesario

Un segundo paréntesis necesario

Te acordás hermano qué tiempos aquellos
cuando sin cortedades ni temor ni vergüenza
se podía decir impunemente pueblo?…
ahora el requisito indispensable
para obtener curules en los viejos partidos
y algunos de los nuevos
es no pronunciar pueblo
es no arrimarse al pueblo
no soñar con el pueblo…
de vez en cuando surge un erudito
que descubre que Engels dijo pueblo…
que Mariátegui y Marx y Pablo Iglesias
dijeron pueblo alguna que otra vez…
y claro los muchachos que absorben como esponjas
se levantan sonámbulos en mitad de la noche
y trotan por los blancos corredores
diciendo pueblo saboreando pueblo…
ya nadie grita ni murmura pueblo
hay en las calles y en plazoletas
en los clubes y colegios privados
en las academias y en las autopistas
una paz algo densa/ a prueba de disturbios
y un silencio compacto/ sin fisuras
algo por el estilo del que encontró Neil Amstrong
cuando anduvo paseando por la luna sin pueblo.

Mi hermano Peng Sien Rafael, Pincholo, como le decimos de cariño, es el hijo No. 5 de los 9 hermanos Sang Ben. Le sigo en número porque soy la No. 6 de las hermanas. Hoy cumple 62 años. Y por esta razón le escribo hoy esta carta pública para simplemente decirle que lo amo.

Por su excesiva timidez, sumada a una larga y activa vida política cuando al lado de los jóvenes soñadoras que daban lo mejor de sí, Peng Sien se convirtió en un ser solitario y silencioso, comprometido con sus ideales y solidario con todos.

Su vida siempre ha estado siempre supeditada a sus actividades. Sin embargo, en medio de sus silencios, tenía formas concretas de decirnos cuánto nos amaba. Durante los almuerzos familiares le gustaba enormemente molestarnos a Suk Yien y a mí, quitándonos lo que teníamos en las bocas o sencillamente pasando por nuestras narices todo su brazo. El pleito que se armaba era terrible. Era su muestra de cariño, su manera de decir que nos amaba.

Hijo de un padre migrante chino, que salió huyendo despavorido de la guerra, por el mar de la China hacia el desconocido mundo utópico del sueño americano, Peng Sien tuvo que enfrentarlo. Dos hombres que se amaban profundamente, pero con pensamientos diferentes. Sin embargo, al momento de papá enfermar, aprendió a inyectar, y cada noche lo acompañaba y lo atendía. Lo hizo cada noche hasta el último aliento de nuestro padre. Así lo escribí en mi obra autobiográfica «De donde Vengo», publicada por la Editorial Norma en el año 2007:

Uno de los sucesos más hermosos de su final fue que su hijo Peng Sien el comunista, el que lo desafío abiertamente con sus concepciones ideológicas lo cuidó con esmero, amor y dedicación. El enfermero improvisado lo cargaba, lo inyectaba, le daba medicinas o simplemente lo acompañaba. Papá lo miraba complacido y sonriente. Esos dos hombres, que se amaban profundamente, que se habían distanciado por posiciones políticas, se reencontraron e hicieron las paces sin mediar palabras…»

Economista por profesión básica, informático por estudios y pasión, lector, trabajador incansable, poco ambicioso a nivel económico, Peng Sien ha trabajado por dinero solo para sobrevivir. La posesión de bienes no ha sido nunca ni será su objetivo ni el sentido de su vida. Una decisión que ha sido acompañada de manera militante al lado de Mildred Dolores, otra activista social, feminista hasta en los tuétanos de sus huesos. Juntos han procreado dos hijos. Mi hermano no posee riquezas materiales. Pero es millonario en sueños, en sacrificios, en convicciones, en ideas novedosas. Le sobra el amor a la humanidad para repartirlo a todos y cada uno de los planetas de esta tierra.

Me pregunté si debía escribir este artículo nacido desde el alma de una hermana agradecida, que siempre ha admirado su coherencia existencial, su compromiso con las mejores causas y su ausencia de ambición intelectual. Siempre he admirado su sencillez extrema en todos los sentidos, su falta de poses, sus reflexiones profundas y sus palabras precisas.

Decidí hacerlo, porque quería hacerle este sencillo, muy mío, regalo de cumpleaños. Para el hermano callado, que en la niñez jugábamos a los mineros, y era siempre el rescatista exitoso, quien su poderosa e imaginaria linterna, nos alumbraba por los abruptos y estrechos caminos de las butacas colocadas en líneas simulando los sinuosos caminos de las minas.

Este regalo muy mío, al hermano que físicamente más nos parecemos en versión masculina y femenina: pelo blanco, labios carnosos, manos grandes, pies casi idénticos, y esto claro está, sin decir lo obvio: pelo lacio y ojos alargados.

Este regalo muy mío, al hermano que habla, dice mucho, sin emitir palabras. De gestos lentos. De mirada profunda. Honesto hasta la inconsciencia. Y coherente hasta la irracionalidad en su forma de vida.

Este regalo muy mío, al hermano que admiraba en secreto por su devoción apasionada a sus ideas. Al hermano comprometido contra las injusticias. Al Quijote humano que vivió a mi lado por más de veinte años cuando las opciones vitales nos hicieron abandonar el nido familiar. Al Quijote que con Dulcinea o sin ella, con espada o sin ella, con armadura o sin ella, cabalgó, cabalga todavía y cabalgará hasta que muera por el camino que llevan hacia los molinos, buscando la ínsula donde reinará por siempre la ley y la justicia.

Feliz 62 año Peng Sien Rafael. Alcanzaste ya la edad en que el homenaje, el reconocimiento a una vida digna es el mejor de todos los regalos.

Cuando éramos niños
los viejos tenían como treinta
un charco era un océano
la muerte lisa y llana
no existía.

luego cuando muchachos
los viejos eran gente de cuarenta
un estanque era un océano
la muerte solamente
una palabra

ya cuando nos casamos
los ancianos estaban en los cincuenta
un lago era un océano
la muerte era la muerte
de los otros.

ahora veteranos
ya le dimos alcance a la verdad
el océano es por fin el océano
pero la muerte empieza a ser
la nuestra. Mario Benedetti, cuando
éramos niños

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