Un viejo problema nuevo

Un viejo problema nuevo

Las fronteras son tan vulnerables como las necesidades de los habitantes que viven en el lado más pobre, donde hay mayores desigualdades políticas religiosas, culturales, económicas.
Cuando un pueblo busca alimentos, libertad, respeto a los derechos humanos, empleo, salud, educación, es muy difícil impedir que se desplace hacia el lugar donde hay posibilidad de satisfacer sus necesidades más sentidas, más perentorias.
El caso de la frontera domínico-haitiana, pues, no es nuevo, es permanente. La violación constante que ejercen ciudadanos haitianos, pujando por tener un lugar digno bajo el sol, constituye un problema para nosotros y una liberación para ellos. Entonces, hay que buscar una solución conjunta si tomamos en cuenta que por una y otra causa los árabes y los judíos, los israelíes, tienen una guerra que ya pasa de los 2000 años. Si a las necesidades antes dichas se suman las diferencias de tipo religioso y la barrera del idioma, la situación se mucho más grave.
Aunque en ocasiones pienso que me canto y me lloro, me preocupan la situación de los indocumentados, por un lado, y por el otro, las dificultades que nos crean los haitianos en todos los sentidos.
Negados a soportar y aceptar la explotación del hombre por el hombre, los dominicanos de los niveles más bajos de educación, de habilidades técnicas, de conocimientos que les permitan ejercer un trabajo bien remunerado, se niegan a trabajar en los duros quehaceres de los campos, de la preparación, siembra, cuidado, corte, secado, comercialización y venta de productos agrícolas. Y ni hablar de las exigentes faenas relacionadas con el cuidado, alimentación, atención de salud, reproducción y ordeño de animales de cría.
Dado que carecemos de programas de desarrollo y educación rural, tampoco tenemos conocimientos ni acceso a equipos de preparación de tierras, cuidado de los cultivos, corte y todo lo necesario para que dueños de fincas pequeñas, agrícolas o ganaderas, tengan acceso a técnicas que contribuyan a que sus tareas sean más productivas y menos fatigosas.
Ahí es donde entran los inmigrantes ilegales, desheredados de la fortuna quienes tienen que ejercer un puesto de trabajo mal pagado, sin ninguna protección médica, educativa, cultural, de vivienda y se fomenta lo que bien puede llamarse el desarrollo de la pobreza dentro de la pobreza.
Día sí y otro también, preocupado por la presencia, a veces amenazante por la inmigración ilegal haitiana, pienso que debemos buscar, rápidamente, ahora, la respuesta a la pregunta ¿qué hacer?
Como no somos caníbales no nos vamos a comer a los haitianos, como no somos genocidas no vamos a intentar exterminar los haitianos, como no queremos un estado de guerra interna contra los haitianos, tenemos que hacer algo ayer, hoy y mañana, antes de que ocurra una tragedia mayúscula.

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