Una abeja rumiante

<p>Una abeja rumiante</p>

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Dondequiera que existe ahora una ciudad hubo antes un bosque. Esta es una verdad perogrullesca que inquieta a los “ambientalistas”, a los expertos que estudian la biodiversidad. Pero los “ecologistas” no son los únicos con buenas razones para estar intranquilos.

 Los sociólogos, los políticos, mencionan a los burgueses solo en dos sentidos: como grupos sociales opuestos a obreros y campesinos, esto es, a los proletarios; (una visión compuesta que pasa por la teoría económica); y en la forma simple: masas urbanas con hábitos diferentes a los de los habitantes de las zonas rurales. Burgueses, ciudadanos, consumidores, han llegado a ser sinónimos.

Damos por hechos que la ciencia, la industria, los espectáculos, las técnicas todas, la difusión de los conocimientos, son fenómenos urbanos. Hasta la electricidad ha tenido que viajar de la ciudad hasta el campo. La cultura es burguesa y el hombre de hoy – rico o pobre – puede definirse como “hombre urbano”, tenga o no “buenas maneras” de mesa, o sea, lo que antes llamaban “urbanidad”. Pero la gente no cambia rápidamente los modelos de comprensión intelectual, las gafas mentales para entender la vida.

En las Antillas no es fácil encontrar grupos de escritores, artistas, académicos, periodistas, inventores y soñadores, que se reúnan a discutir informalmente. No son frecuentes las tertulias de “locos con talento”, de sujetos estrafalarios, que son tradicionales en Viena, en Praga, en Budapest. Estoy decidido a averiguar bien este asunto. Es probable que las reuniones de café, a la manera del Madrid decimonónico, se hayan reproducido en La Habana de antes de la revolución. Quizás los cambios sociales posteriores engendraran modalidades nuevas que no conozco. Los grupos musicales tal vez tengan derivaciones culturales no estudiadas aun. “La música afrocubana es fuego, sabrosura y humo, es almíbar, sandunga y alivio; como un ron sonoro que se bebe por los oídos, que en el trato iguala y junta a las gentes y en los sentidos dinamiza la vida”. Eso dice Fernando Ortiz en su libro La africanía de la música folklórica de Cuba. ¿Qué repercusiones ha tenido esta música en otras artes o en los modos de pensar?

La actividad intelectual del hombre es un “continuo histórico” que ha fluido siempre; primero, la religión y la ética de los judíos; después el pensamiento filosófico de los griegos; mas tarde, las ciencias y las técnicas occidentales. Todas estas “cosas” están dentro de nosotros y nos afectan desde diversos ángulos. En verdad no son “cosas”; pero son entidades reales que nos habitan. No hemos podido desprendernos de la moral cristiana, hija del judaísmo; ni de la vieja metafísica, ni de los excesos y pretensiones del racionalismo. Adorábamos antes los misterios de la química y la llamada “ciencia de la historia”, recientemente “desechada”.  Ahora nos prosternamos ante la “ciencia del lenguaje” y la física quántica. Tan pronto lanzamos una disciplina al basurero colocamos otra en su lugar; enseguida ponemos un nuevo santo en el altar.

A las grandes ciudades como Nueva York se les menciona como urbes modernas, moles de hormigón, marañas de rascacielos, amasijos de humanidad. Modernas son las ciudades, las comunicaciones, los medios de transporte, los proyectiles balísticos, los satélites que orbitan la tierra. No obstante, seguimos contemplando las sociedades de nuestro tiempo con ojos arcaicos. E igualmente la actividad política; nuestro lenguaje sociológico es del siglo XIX; nuestro estilo de discurrir es “vecino” de la ilustración. Donde no hay asentada una vieja tradición de discrepancia razonada, florece fácilmente una mentalidad extremista y excluyente. La intolerancia es la nota característica de esa mentalidad explosiva – extremista. Ideas divergentes de las del grupo dominante no merecen ser difundidas. En las grandes ciudades una novedad conceptual puede modificar el mercado – o las formas de producción – y crear riqueza y empleos. Lo nuevo, solo por serlo, llega a ser “meritorio”. La destrucción del mercado deshace también la posibilidad de la libre concurrencia y de la innovación administrativa o tecnológica.

Mañana saldré de viaje bien temprano. Iré de La Habana a Matanzas y después, a Bayamo y a Santiago. Anoto estas reflexiones apresuradamente porque ya es hora de hacer las maletas. Gracias a Dios la terminal de metro- buses no está lejos de aquí. Panonia solía decir que yo era una abeja rumiante, un extraño fabricante de miel ideológica. Quería, obviamente, halagarme y, a la vez, advertir a sus amigos que

mis ideas sufrían sucesivas digestiones antes de ser expresadas en el aula o en comunicaciones escritas. Cada vez que emprendo un viaje pienso en Panonia, verdadera abeja dulcísima y generosa que trabaja para ella y para los demás con igual entusiasmo. L. Ubrique, La Habana, Cuba, 1993.

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