Una ausencia digna en un acto indigno

Una ausencia digna en un acto indigno

EURÍPIDES ANTONIO URIBE PEGUERO
En el Palacio Nacional se hizo un gran homenaje al doctor Joaquín Balaguer el día primero de septiembre pasado, con motivo de la conmemoración de los 100 años de su natalicio. Entre las iniquidades en la motivación de este acto, resalta el hecho de que en los seis años de gobiernos que tiene el Partido de la Liberación Dominicana, nunca se ha hecho uno similar al profesor Juan Bosch, fundador de esa organización política, propiciadora de la actividad.

Hubo contrasentido, tanto en el acto en sí, como en las motivaciones de sus organizadores y asistentes, algunos acérrimos adversarios del fenecido líder reformista, ahora constituidos en apologistas, y otros, fieles seguidores del desaparecido caudillo, que no entendieron que en esta forma se les utilizaba a los fines de los intereses de los anfitriones. Además del partido de gobierno, el acto debió tener la efusiva anuencia de los reformistas que representan la versión dominicana de aquellos que Daniel Zovatto ha llamado, “microempresarios electorales”, quienes al ver reducida sus posibilidades electorales, no han aceptado mantenerse al margen del poder y sus beneficios, aun a costa de su entereza política.

Es muy particular el caso del licenciado Carlos Dore Cabral, quien se negó dignamente a asistir al acto con la atendible excusa de que compartió ideales, persecuciones y luchas con algunos perseguidos, desaparecidos o asesinados durante los gobiernos del doctor Balaguer. El vivo recuerdo de esos hechos, y el respeto a la memoria de esos hombres, no le permitió participar en un acto en honor a ese gobernante combatido, aunque ese homenaje fuera realizado por sus amigos, compañeros de partido y del Gobierno en el cual participa.

El licenciado Dore Cabral debe sentirse orgulloso de su decisión. No fue el único que no debió estar en ese acto. Aunque sus compañeros de gobierno y de partido, estuvieron casi en pleno en esa actividad, ellos tampoco debieron estar. Él marcó la diferencia. Solo su honorable ausencia y la de otros peledeístas que también se abstuvieron, salvó la dignidad de su partido y de su Gobierno.

Se demostró con este acto, la relegación de la trascendencia del profesor Juan Bosch. Se sustituye su memoria como arquetipo de moral, para reivindicar el contrapuesto paradigma que justifica el efímero éxito político, trazando el epitafio de la ética en su ejercicio. Se acoge a Maquiavelo, mientras se sepulta el pensamiento de quien irónicamente se tiene como norte, su antítesis: Juan Bosch.

Un acto de esa magnitud, hecho en el Palacio Nacional, en un gobierno que no es el del partido fundado por Joaquín Balaguer, en estos momentos, más que bien, hace daño a la imagen del Partido de la Liberación Dominicana. Inevitablemente crea la percepción del malévolo propósito. Esa actividad debió dejarse a la dirección del partido creado y dirigido toda su vida por el doctor Joaquín Balaguer. Bien pudo ser un medio utilizado para cohesionar su dirigencia y membresía, y no para estimular su desbandada, caracterizada por el transfuguismo de ocasión. Fue un acto que debió hacerse en la sede principal del PRSC, con el Presidente de la República como invitado de honor, si se quería. No a la inversa y en el Palacio Nacional.

Muchos reformistas presentes no se darían cuenta que éste, más que un acto en memoria del líder del Partido Reformista Social Cristiano, buscaba consolidar la absorción de esa organización política, por el partido gobernante que lo propició. Quienes organizaron el acto, demuestran tener un sentido equivocado del decoro político, sino igual, superior al que tuvo el mismo Balaguer.

Hace bien el director de la Sección de Análisis y Estrategia de la Presidencia en no preocuparse por consecuencias. No tendrá ninguna. Personas con dignidad, su partido no se dará el lujo de perderlas o relegarlas. Deben conservarles como mantienen el nombre del irreprochable fundador del Partido de la Liberación Dominicana. Aunque no se le emula, se utiliza el enorme valor de su moral como plataforma ética con la que se oferta ese partido, como ironía en un escenario de conveniencias.

Aunque hubo un acercamiento político en la postrimería de la existencia física de estos dos líderes dominicanos, y aunque la radicalidad del antagonismo político nunca llegue a los extremos de condenar este tipo de acercamiento, que es legítimo en el juego democrático, en política, como en todo, la dignidad de los ideales que identifican los principios de los hombres firmes, tiene un tope irrenunciable en el escrúpulo ético. Dore Cabral no rebasó ese tope. Demostró con su actitud que la convicción con la cual asumió su lucha de joven idealista, no le permite claudicar de esa manera, aunque otros, sus amigos, lo hicieron, se realza el valor de su posición. La suya, fue una ausencia digna en un acto indigno.

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