Una cita a ciegas

Una cita a ciegas

Toda cita a ciegas tiene sus riesgos, pero esta vez valía la pena correrlo.
La música melancólica del viejo tango arrabalero “Por una cabeza”, inunda la pequeña sala del Teatro Las Máscaras, y nos transporta a una plaza porteña, donde acude un anciano ciego, y en compañía de su inseparable bastón ocupa un banco en el recreativo espacio.

Abstraído, inicia sus cavilaciones produciendo un soliloquio formidable. Con este introito reflexivo da inicio la obra “Cita a ciegas” del dramaturgo argentino Mario Diament.

El autor juega con el azar, lo aleatorio, crea mundos paralelos, enlazando las historias de personajes comunes, sin nombre –ciego, hombre, mujer, muchacha, psicóloga- que casualmente se encuentran con el anciano, al que cuentan sus vidas, creando un laberinto de pasiones y obsesiones, cuyo hilo conductor es el amor en todos sus manifestaciones.

Cada nuevo encuentro aviva la imaginación del anciano, le da sentido a su vida, quedando involucrado por aquello de que todo se relaciona.
Hay un pensamiento dominante en toda la obra: lo inevitable, aquello que pudo haber sido y no fue, y que en un instante cambia la propia vida.

El anciano en permanente remembranza, evoca ese momento fugaz, en que por azar vio aquella “mujer” y tuvo la certeza de haber encontrado el amor de su vida.

Sin mencionar nombre, el autor nos remite a Borges, desde la sabiduría y ceguera del anciano hasta el instante mismo en el que expone sus perspectivas metafísicas de la realidad. Las piezas del tablero –los personajes- entre realidad y ficción, van construyendo un espacio lúdico fascinante, grandilocuente, no obstante el limitado espacio físico.

El “hombre” un empleado de banco, hastiado de su rutinaria vida, busca con ansias una emoción nueva. La actuación de Luciano García, creíble, y espontánea, transmite la transformación que va sufriendo este personaje preso de la más abyecta obsesión que lo lleva a la tragedia.

La “muchacha”, una artista desenvuelta y creativa -objeto de la pasión del “hombre”- no repara en las consecuencias para obtener su objetivo: el encuentro de su destino, allende los mares. Pero detrás de esa aparente frivolidad se oculta su propia tragedia existencial, finalmente cae víctima del “hombre”. Kirsy Nuñez, encarna este aparente ligero personaje con propiedad, sin duda esta joven talentosa tiene mucho que ofrecer.
El personaje más intenso es la “mujer” –madre de la “muchacha”- quien ha somatizado su angustia y busca ayuda en la “psicóloga”.

Ahogada en su propia existencia, presa de sus fantasías, busca el amor surgido en un instante… y la posibilidad de ser la mujer que esconde.
Lidia Ariza encarna esta “mujer” y su proximidad conmueve a un público absorto; el grado de madurez alcanzado por esta dama de nuestro teatro, le permite sortear eficazmente los infinitos recursos de actuación. El gesto adusto por momentos, se va transformando y se torna elocuente como los parlamentos dichos con vehemencia, transmitiendo toda la intensidad del drama de la “mujer”.

La distante y flemática “psicóloga” -esposa del “hombre”- se torna explosiva, acentuando la dualidad del personaje, interpretado con gran acierto por Marisol Marión-Landais.
Con la mirada perdida, inexpresiva, en contraste con la expresividad del rostro. El “anciano” es un personaje demandante, un verdadero reto para cualquier actor, que Jorge Santiago asume, ofreciendo una de las mejores actuaciones de su dilatada carrera.

Tierno, emotivo y comunicativo, proyecta el personaje en su justa dimensión y con el buen manejo del sarcasmo produce los pocos momentos de humor ingenioso, que distienden la cargada atmósfera.
El texto de ribetes literarios de Mario Diament, atrapa, con sus dosis de suspenso, drama y fantasía, sin embargo, con dos horas de duración, su éxito teatral descansa en la calidad de las actuaciones y en la puesta en escena, capaz de mantener el ritmo apropiado para que no decaiga la acción dramática, lo que consigue la excelente dirección de Germana Quintana, quien además se decanta como verdadera directora de actores.

“Cita a ciegas” tras la tragedia, como en un cuento de hadas tiene un final feliz, nuevamente el azar determina el curso de la vida… el destino. Pero no por azar se debería asistir a esta entrañable “Cita a ciegas” en Las Máscaras, sino por convicción, con la certeza de que al ir, quedará atrapado en ese maravilloso laberinto de posibilidades estéticas que ofrece el buen teatro.

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