Una colectiva con seis artistas y propuestas diferentes

Una colectiva con seis artistas y propuestas diferentes

No cabe duda de que Arte San Ramón quiere valorizar a los artistas en su diversidad.
En la primera planta, centro de arte y decoración, el espacio dedicado a la galería formal se ha institucionalizado, y las exposiciones, individuales o colectivas, se suceden como actividad permanente e importante con una definición propia: presentar a artistas jóvenes o en su joven madurez y plenitud, con estilos distintos.
Actualmente, una exposición colectiva, compuesta por “mini-individuales” de varios trabajos, propone obras de Melissa Roedán, Amaya Salazar, Ruddy Taveras, Karina Rodríguez, Ed Vásquez y Silvio Ávila. Son personalidades y formulaciones distintas en estilo, tema, evolución, y –hay que decirlo– en sus perspectivas futuras.
No tenemos que recordar las cualidades y la experiencia de Bingene Armenteros, la curadora de este conjunto. Ella se siente comprometida con los artistas, les manifiesta aprecio y consideración, los evalúa con el humanismo y la tolerancia de quien sabe cuán difícil es la profesión de fe artística.
La exposición. En un espacio complejo para la museografía, alternan obras en dos y tres dimensiones, en su mayoría pinturas y luego esculturas, agrupándose algunos dibujos en una pared exclusiva. Se ha indagado menos un diálogo entre los expositores que una invitación a mirar a cada uno según sus características propias.
Cabría decir que hay una excepción y casi un dúo: Ruddy Taveras y Karina Rodríguez. Son esposos… y nos ha sorprendido Karina, cuya pulcritud impecable en el foto o hiperrealismo, puede fundirse y confundirse con la búsqueda de la obra absoluta por Ruddy, que convierte a los objetos en joyas de la técnica y ejecución.
Ahora bien, mientras “ella” tiende, de modo lúdico, a colocar sus modelos en fila o en grupo, “él” se va evadiendo hacia cierto onirismo y malabarismo, jugando coreográficamente con el espacio, con la geometría y la confrontación, pero manteniendo aquella factura irresistible e insuperable en su género.
Talentos femeninos. Uno de nuestros anhelos es la necesaria proyección del arte dominicano en el exterior. Así, cuando vemos la producción plural, ascendente y fascinante de Melissa Roedan, pensamos que esta sorprendente artista, residiendo en Florencia, debería tener la oportunidad de exposiciones museales y de cimeras galerías italianas.
Melissa presenta pequeñas “obras maestras” de la cerámica, reinventando los materiales y las técnicas, los óxidos y los esmaltes. Ella, que se autoanaliza, había expresado: “En el reflejo turbio de un espejo viejo, unas manos tímidas sostienen las ataduras infinitas del silencio… Ha iniciado la metamorfosis de nuestra consciencia”.
Hoy, estas manos “de oro”, juntas, a la vez frágiles y fuertes, parecen orar por la preservación de las mariposas –seducción, advertencia y símbolo–, que conforman una suerte de tapiz, mágico y dramático.
Una intensa poesía emana de las piezas. Estas alternan la segunda y la tercera dimensión, en elaboradas esculto-pinturas y una secuencia mural. Luego, Melissa Roedán sigue “elevando” sus globos áureos, desde cofres misteriosos, exquisitamente labrados, que encierran tal vez los pecados del mundo… Esta creadora, artista y artesana, curiosamente conjuga el refinamiento de piezas amerindias y la inspiración del barroco italiano. Ahora bien, conceptual y comprometida, su obra es igualmente un homenaje al mestizaje.
Amaya Salazar está en un período de mucho y continuo trabajo, de investigación y renovación, como lo habíamos observado en su última exposición individual, en la que, junto a la pintura, otorgaba un lugar importante a la escultura.
La evolución decisiva de Amaya estuvo marcada por la aparición del paisaje en su pintura, sin que ella abandone la figura humana, su sello y su éxito durante años.
En su aportación a la colectiva, se sigue destacando su nueva escultura policromada, adoptando la resina como material, Amaya Salazar, definitivamente, experimenta con los árboles y la naturaleza.
Creemos interesante que ella integre, en estas esmeradas piezas escultóricas muy personales, la figura humana. Lo va haciendo sigilosamente, con cautela y reflexión, un rasgo de su temperamento artístico. Está en muy buen camino.
Un paisajismo expresivo. Silvio Ávila mantiene la temática de una niñez insólita y tiene su público. Las pequeñas criaturas, ejercen atractivo… y habilidades en el mar, en el campo, en la ciudad.
De la audacia inocente a la acrobacia, ellas conquistan el espacio, lo atraviesan, lo asaltan con sus tirapiedras. ¡Actualmente, siguen siendo verdaderas armas, temibles y de tamaño respetable!
Hoy, como ayer, los protagonistas pretenden alcanzar la luna, astro omnipresente y rico en simbología, asociado a las olas del mar, escenificando ilusión y esperanza. Esta luna no solo motiva las fantasías de los niños sino de los artistas: Silvio Ávila testimonia pictóricamente esta fijación. Ahora bien, la pasta se ha vuelto más espesa, la pincelada más expresionista. Seguiremos esta evolución.
Como a menudo sucede, Ed Vásquez tiene un cuadro mayor entre los demás. La tela se estructura en dos partes, una neo-figurativa –¡con una vieja máquina de coser!– y otra abstracta. Lo estimamos un proceso feliz a seguir investigando.
Si le consideramos paisajista, él se distingue en el género por un enfoque y tratamiento especial, entre sueño y realidad, entre líneas ensortijadas y un colorido muy tonal. El expresionismo y el neo-surrealismo le atraen.
Hay en la pintura de Ed Vásquez simultáneamente fluidez y energía, y dos lecturas se cruzan según el espectador, una abstracción barroquizante y una figuración onírica. En este caso, la estructura compositiva pierde importancia.
Esperamos las obras venideras…

Publicaciones Relacionadas

Más leídas