Una isla caribeña en conflicto

Una isla caribeña en conflicto

Como celosa vigilante del umbral de la región caribeña y en el borde de las aguas del Atlántico está posicionada la isla de Santo Domingo, que en su seno, guarda el conflicto de dos razas en ebullición latente.
Desde que los españoles decidieron en 1500 reemplazar la casi extinta raza indígena, que habitaba esta isla hasta finales del siglo XV, fue para abrir las puertas de un conflicto que sería casi insuperable 500 años después y tomando la ruta hacia una posible colisión. Sería perjudicial para la población de la isla.
La merma de la población indígena, por su exterminio por el maltrato recibido del conquistador español, y de este por su éxodo hacia las nuevas tierras de México y el auge que impulsó la siembra de caña de azúcar en la isla, trajo como esclavo al negro africano, que llegado a esta tierra, se afianzó con su trabajo el cultivo de la caña para la producción de azúcar. Así se creó un mercado muy próspero que estimuló la riqueza en los sectores allegados a ese comercio.
Los vaivenes sociales fueron aplastando el emprendurismo español. Este se vio desbordado cuando una medida irracional de la corona española en 1608 despobló la costa norte de la isla con el traslado de cuatro poblaciones. Estas se establecieron en el centro de la isla y cerca de Santo Domingo convirtiéndose en Monte Plata y Bayaguana. Hoy son prósperas comunidades de gran impulso agrícola.
Ya para 1796 la isla había pasado a manos de Francia por el tratado de Basilea. La acción para el cumplimiento de ese tratado fue llevado a cabo por el general haitiano Toussaint Louverture en 1801, que con un masivo ejército invadió la parte oriental de la isla hasta establecerse en Santo Domingo, dejando a un hermano como jefe interventor. Los episodios sangrientos protagonizados por las tropas haitianas, luego al mando de Dessalinnes que reemplazó a Toussaint llevado en custodia a Francia, donde murió, fueron horrendos crímenes como el degüello de Moca. Dessalinnes es venerado en su país como su principal padre de la Patria y de su Independencia del 1 de enero de 1804.
El período desde la reconquista de la colonia española por Juan Sánchez Ramírez hasta la separación de 1844, fue un período donde la escasa población de origen mixto de la antigua colonia española adquirió conciencia de los valores nacionalistas. Estos se vieron fortalecidos durante la ocupación haitiana desde 1822 hasta 1844. Y fue la tozudez e inteligencia de Juan Pablo Duarte que sembró en la conciencia de esos pobladores dispersos por la isla, que temerosos de las fuerzas haitianas, se animaron para unirse y desalojarlos del territorio.
Las vicisitudes nacionales desde 1844 con las campañas bélicas en contra de los haitianos, luego enfrentarse al poder español y más luego verse sometido a las ambiciones de los dictadores locales, fueron forjando una raza que ahora ha ido perdiendo el brillo de sus valores por las influencias externas del modernismo y el acaparamiento de riquezas, aun cuando sea por medios ilícitos y de nuevos patrones de conducta. Pero todavía queda en el fondo de cada dominicano un resto de esa mentalidad libertaria y de ser indomable frente al poder extranjero como se demostró con los acontecimientos patrióticos de 1965.
Desde la ultima guerra patria de 1856, los haitianos y dominicanos han mejorado sus relaciones hasta que durante la anexión a España los haitianos ayudaron a los insurrectos dominicanos en sus afanes restauradores de la libertad. Tan solo las diferencias estaban marcadas en cuanto a la delimitación de la línea fronteriza que en 1929 se llegó a un acuerdo, luego ratificado en 1936. Con ese acuerdo el país perdió definitivamente unos 3 mil kilómetros cuadrados que desde 1844 estaban ocupados por los haitianos. Ahí se incluye el territorio de la Miel que por un acuerdo de Trujillo con los haitianos hicieron un intercambio para poder el gobierno dominicano construir la carretera Internacional.
Y ahora en el siglo XXI con una percepción ciudadana distinta a los datos que ofrecen las autoridades locales, de que esa inmigración occidental apenas supera las 500 mil personas. Para los dominicanos en su sentir la cifra real es mayor de los dos millones de personas implantados con firmeza y fiereza en nuestro territorio.
La vida en la isla se avizora llena de sobresaltos como parte de una incursión pacífica y sostenida de los haitianos. Los occidentales buscan no morir de hambre en su devastado territorio destruido por ellos en una limpieza boscosa y de los suelos que espanta. Se espera que con sus incursiones se reproduzca el mismo fenómeno en la parte oriental que ahora en los últimos años ha ido recuperando admirablemente la frondosidad boscosa con los intensos planes que llevan a cabo las autoridades.

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