Primero fue una respuesta a algo que jamás se dijo. Ahora la continuación de un pleito que debió terminar ayer porque el “enemigo” acababa de deponer las armas. En ambas ocasiones el resultado ha sido el mismo: las masas se enardecieron, henchidas de patriotismo, ante el contundente y agresivo rechazo del Gobierno a la propuesta de la Organización de los Estados Americanos (OEA).
Aunque no tenía sentido frente a una OEA que reconoció el derecho del país a establecer su política migratoria y que sólo advirtió que existen personas en riesgo de no contar con ninguna nacionalidad (sin establecer si la responsabilidad es de RD o de Haití), el Gobierno decidió no aceptar la propuesta de sentarse a dialogar con Haití, lo que podría generarle nuevas crispaciones con la comunidad internacional.
Entonces uno se pregunta, ¿cuál es la necesidad del desplante si el Gobierno dice que no hay conflicto? ¿Por qué, si la OEA no desacredita ni ataca, no acepta que interceda para que Haití deponga esa actitud hostil que, al final, sólo ha perjudicado la imagen del país?
La respuesta es simple: la “defensa de la soberanía”, a pesar de que no está en riesgo, genera simpatías que aumentan la popularidad de Danilo Medina. Por eso apuestan, aunque se gastará mucho dinero en limpiar el buen nombre del país en el exterior, pelearse con la OEA y quedar como héroes ante los irracionales del patio. Es como la respuesta aquella a Almagro: decir lo que la gente quiere oír; pura demagogia y propaganda “barata”.