Una maestría anunciada

Una maestría anunciada

Marianne de Tolentino

Manuel Montilla es un maestro de la plástica dominicana. Existe un consenso al respecto, tanto en críticos y gestores de arte como entre sus mismos colegas. La exposición, sencillamente titulada “Antológica” –según quiso el propio artista–, le consagra definitivamente como uno de los grandes, no solo a escala nacional, sino del Caribe y América Latina, una distinción que se impone, ojalá mundialmente, si se supiera promocionar a nuestros máximos valores de la creación visual.

Hoy, en las dos plantas de la Galería Nacional de Bellas Artes, se revela una producción de medio siglo en dibujo y grabado, en pintura y también escultura –aunque esta se conoce menos–. Casi podríamos agregar la instalación: una obra excepcional, colocada en el centro de la Cúpula e “inspirada” por una pintura, hace descubrir a un Montilla instalador… si él lo decidiera.

Afirmamos que, fiesta para los ojos y meditación para la mente, esta formidable exposición es una culminación de la creatividad y del trabajo. Más que la promoción que no interesa prioritariamente a Manuel Montilla, triunfa aquí su capacidad de trabajo: décadas de renovación, investigación, producción, se manifiestan, partiendo de un inmenso talento. Indudablemente, esta presentación retrospectiva –adrede sin rigidez cronológica– es ciertamente sinónimo de memoria magistral.

Una juventud premiada. Manuel Montilla es un estupendo dibujante, con un vocabulario afirmado desde sus años de la Escuela Nacional de Bellas Artes que le valió un premio de bienal, en su tiempo revolucionario, y lo dio a conocer en medio de una casi polémica: ¿cómo se atrevía ese joven a combinar en tríptico, neo-puntillismo, erotismo y morfología?

“Antológica” dedica la primera parte de la muestra a este período emergente, para no pocos una revelación y sorpresa. El transformador por excelencia de la figura humana tuvo un período académico impresionante, con un repertorio anatómico y social que, además del conocimiento profundo de la estructura del cuerpo, ya señalaba una extrema habilidad y el uso discrecional de medios.

Encontramos tinta china, aguada, témpera, felpa y, por supuesto, lápiz simplemente (con una práctica mantenida en refinadísimas obras maestras recientes, el paréntesis es indispensable…). Hay en estos dibujos, emoción, vivacidad y construcción espontánea al mismo tiempo. Ahora bien, desde los 80, la pintura había brotado de la línea, subrayando color y contorno, y del puntillismo, constelando el fondo. La bien resuelta obra “Crucifixión”, enérgica y dramática, anunciaba los frutos de la paleta.
Algunas esculturas en bronce, muy posteriores pero acordes con la discreción cromática del conjunto expuesto en la Rotonda, testimonian originalidad y consonancia con las características formas “montillanas”.

El triunfo pictórico. Ahora bien, ya en los dibujos, Manuel Montilla no proponía el sujeto anatómico como fin, sino innumerables signos que definían lo reconocible en un segundo nivel de percepción y expresión: lo fundamental pronto fue su visión particular, su marca distintiva, su sistema de referencias. Con la pintura el proceso transformacional se precisó.

El artista juega con las proporciones, las morfologías, los enlaces, las superposiciones, e intensifica una estética muy personal, una nueva pluridimensionalidad de las figuras en un espacio generoso que triunfa sobre el vacío. Ahora bien, aunque identificamos la obra pictórica con lo extraño y metafórico, con mundos en gestación y criaturas híbridas, es muy-bella-pintura, con cualidades propias, del mismo modo que las disonancias triunfan en la composición musical moderna.

Sin concesiones, pues, a valores imitativos para gustar y agradar, Manuel Montilla ha alcanzado la plenitud de un colorido intenso, cálido, llamativo, donde las matizaciones de la luz, sutiles y complejas, parecen infinitas. Hay un manejo naturalmente experto, una riqueza cromática fascinante, una soltura asombrosa: tanto seducen efectos de casi nocturnidad y mediatización apagada como el vibrato de tonos agudos, brillantes, llameantes aun. Habría que citar decenas de obras…

Todos nos quedamos absortos ante ese reino del color y su multiplicidad exitosamente equivalente, instrumentados por una esmerada factura.

Así lo nota Vladimir Velázquez: “Nos asombramos por las delicadísimas transparencias, las soberbias veladuras y claroscuros, esa manera tan magistral de crear un foco luminoso como punto de atención en el plano pictórico que resalta un elemento sobre otro, lo que obliga al ojo-inteligencia a detenerse allí para desentrañar su signo y su poder(…)”.

Hay una absoluta libertad que se controla a sí misma: Manuel Montilla, imperturbable, sigue siempre su estilo, único e inconfundible, en actitud independiente, nutrida de cultura artística universal, perfectamente asimilada. Ya analizaron, mucho y muy bien, el surrealismo suyo, ideográfico y lúdico, encantador y encantado, con una virtud especial: es accesible y seduce, no provoca desconcierto como tantos surrealismos foráneos.

El mundo de Montilla. Con frecuencia, personalmente lo hicimos, se perciben y comentan en Manuel Montilla los elementos sobrenaturales, las manifestaciones populares, los fenómenos celestiales y cósmicos, pero algo más “terrenal” nos parece predominar –es parte de la interpretación y lectura plural –, se trata de la vida, de la maternidad, de la mujer por dar esta vida, también por su temperamento complejo, que sea “Extraña con paisaje” o ”Contemplando a sus hijos” o “Embarazada con figuras alrededor”.

Los ejemplos son innumerables, en las pinturas e igualmente en las deleitables esculturas policromadas.

Varias veces, obras y títulos expresan que las mujeres se transforman: una reza aun que “sólo ellas pueden transformarse”… La interpretación, en primer grado tal vez, se refiere a gestación y alumbramiento.

Tocando este tema, se dice que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer. Así sucede con Manuel Montilla y su esposa Natividad, la que protege celosamente, ordena, registra el tesoro de tantas obras maestras. Con esta imprescindible evocación, concluimos nuestro texto, sujeto a espacio como la pintura…

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