Una tarea pendiente

Una tarea pendiente

El hombre ha logrado superar dificultades que obstaculizan el normal desarrollo de las actividades cotidianas y tienen un alto costo en vidas, pero no ha podido evitar que persistan graves consecuencias derivadas de las mismas en todo el planeta. Las medidas para evitarlo no parecen tener las dimensiones requeridas.
En la aeronáutica, en la navegación, el automovilismo, grandes industrias que mueven al mundo, persisten hechos que cobran vidas humanas y causan graves daños económicos. Estamos lejos de la perfección en áreas en las que el hombre ha logrado triunfos meritorios, como la aviación. El hombre fabrica aviones modernos, enormes, en base a los conocimientos científicos adquiridos. Pero con ellos ocurren tragedias abrumadoras que son iguales de desproporcionadas.
Por ejemplo, en la aeronavegación, en el año 2018 ocurrieron dos tragedias que causaron 118 muertes. En el 2017 sucedieron 5 que dejaron un saldo de 12 fallecimientos, en 2016 cayeron 11 aeronaves, con un balance de 249 decesos; en el año 2015 la cifra alcanzada por las muertes en accidentes de aviación se elevó a 471 y peor aún en el año 2014, en el que murieron 863 personas(*)y el conteo sigue.
Mientras, pareciera que el ser humano se ha resignado a estas fatalidades, que la gente se sube a un avión y acepta lo que pueda pasar y ya. Se sabe que no es verdad, que el hombre sufre esos hechos y no es indiferente. Anualmente es invertida una inmensa fortuna en investigaciones, pruebas, prácticas, etc., para evitar estas tragedias. Pero ¿qué está pasando?
En algo se está fallando. Y es que hay un componente económico en todo ello. La inversión no es suficiente en la prevención de estas catástrofes que asoman cada vez con su trágico balance.
Las empresas fabricantes de aviones tienen que sacrificar espacios en sus aeronaves, para colocar en ellas los accesorios que eviten se estrellen de manera catastrófica y no incluyen componentes que lo impidan. Al parecer por motivaciones económicas no habilitan paracaídas que se adapten al fuselaje, como lo hace la NASA. Se sabe que es imposible eliminar las fallas en aeronaves. Por una u otra razón siempre ocurrirán. Pero Dios ha dotado al hombre de los conocimientos para menguar la magnitud de las desgracias y tiene que hacerlo.
A la altura alcanzada de los procesos científicos y tecnológicos y ante los avances que muestra la aeronáutica, es inconcebible que porque a un avión se le dañan los motores la única salida sea la muerte. Que si le falla el sistema hidráulico no tenga frenos, no pueda sacar el tren de aterrizaje y solo le quede tirarse en un aeropuerto, con mínimas probabilidades de evitar la tragedia.
En los aeropuertos se puede utilizar el mecanismo que emplean las armadas en los portaaviones, para detener los cazas cuando aterrizan. Es un sistema que frena los aviones en el acto. Para aviones de pasajeros podría hacerse otro tanto empleando la tecnología y adecuando el sistema al tipo de avión. Un mecanismo que sea capaz de extender un cable que se despliegue a la velocidad promedio en que la nave toca pista y, pasados unos segundos del contacto, empiece a frenarlo, en un tiempo y distancia adecuados.
Los científicos, los profesionales, técnicos, las industrias aeronáuticas, deben equipar los aviones con sistemas probados en las aeronaves espaciales, dotarlos de paracaídas especiales y utilizar equipos que actúen mediante sensores, a la velocidad del avión, a ambos lados de la pista, para que las aeronaves puedan ser frenadas y salvar las vidas a bordo. ¿Quién dijo que no se puede? Es imperioso invertir, poner a trabajar esos cerebros, dedicar más recursos para preservar vidas y proteger menos las ganancias corporativas. Esa es una tarea pendiente.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas