Las expectativas eran grandes, tan grandes como la fama y la trascendencia internacional de la víctima del atentado, lo que ha colocado a esta revuelta y violenta media isla bajo los ojos del mundo, pues todos los que admiramos a David Ortiz queremos ver a los culpables, tanto materiales como intelectuales, sentados en el banquillo de los acusados y sancionados de manera ejemplar por su participación en un crimen tan despreciable y alevoso. Esas expectativas se derrumbaron de manera estrepitosa al concluir la rueda de prensa encabezada por el Procurador General de la República y el Director de la Policía, en la que se informó el apresamiento de los presuntos sicarios, seis en total, que cobraron 400 mil pesos por el “encargo”, pues todo el país se quedó sin saber quién les pagó ni cuál fue el motivo por el cual se ordenó el asesinato del idolatrado expelotero. La primera consecuencia de la decepción generalizada que dejó en el ánimo público que no se dijera quién mandó a matar al Big Papi y cuál fue el motivo, fue provocar un mar de conjeturas y especulaciones tratando de explicar porqué las autoridades dejaron para después la parte mas importante de la investigación. Y como es lógico suponer en un país donde el poder del dinero, sin importar si es de un “reconocido narcotraficante” o un político ladrón y corrupto, es garantía de impunidad, la desconfianza y el escepticismo se han apoderado del escenario. Por eso sonó tan poco convincente el Procurador General cuando dijo que en una segunda etapa serán presentados los demás resultados de la investigación, y mucho mas cuando prometió que el autor intelectual será sometido a la justicia “sin importar quien sea”. Mientras tanto, más allá de nuestras insulares fronteras el mundo no sale de su asombro luego de enterarse de que para arrebatarle la vida a David Ortiz solo se pagaron 7,832 dólares, como destacó ayer, con grandes titulares, el New York Post. ¡Qué vergüenza!