Via crucis de una reclusa llamada Doris

Via crucis de una reclusa llamada Doris

Mientras la sociedad toda se desgarra de impotencia y desamparo, el Procurador General de la República y el Jefe de la Policía Nacional, enfrascados en una penoso e inútil polémica, ocupan grandes espacios noticiosos en los periódicos, noticieros radiales y televisivos y programas de opinión, que dejan como saldo final, la ineficacia, complicidad y falta de credibilidad de ambas instituciones por la frecuencia alarmante de altos oficiales y agentes policiales y miembros de la judicatura y del Ministerio Público, involucrados o implicados unos y otros en acciones dolosas, sobornos, actos delincuenciales y crímenes escandalosos, que aumentan el estado de inseguridad social y la zozobra que vive el país.

Me viene a la mente al caso de Doris. Ese no despierta grandes titulares. Es un caso vulgar, que no deja de ser un drama humano. Ella es una entre cientos y miles de reclusas desamparadas que carecen de todo. Luego de cumplir dolorosamente, Doris de manera ejemplar y resignada cumple la mitad de una condena inmerecida de diez años de reclusión. Trata de lograr su libertad condicional. Presenta su solicitud, sus credenciales. Los certificados de buena conducta, de cooperación y aprovechamiento, prosiguiendo sus estudios secundarios, tomando cursos diversos, de artesanía, contabilidad, y prestando servicios voluntarios en el recinto carcelario. Tiene la mala fortuna de que el Juez que le condenó a diez años de prisión, fuese el mismo que en su nuevo rol de Juez de la Ejecución de la Pena conociera su petición. Se inhibe, pero inclemente, insensible al drama personal y humano, deja al Juez suplente, sus instrucciones. Doris debe cumplir su sentencia, consumar su juventud y su vida en la cárcel.

Cuando la conocí era una joven risueña. Se conformaba con pequeñas cosas. Vivía pobremente con su hermano y su madre soltera. Aprendió a ganarse la vida por sí sola, estudiando durante el día y trabajando hasta entrada la noche en una banca de apuesta cercana al colmado del barrio donde vivo y frecuento de cuando en vez. Un mal día se despertó de un sueño que resultó una horrible pesadilla. Junto a su madre enferma, sonó el teléfono a medianoche con la noticia de que su hermano había sido herido gravemente en una reyerta. De inmediato, como pudo, se trasladó al lugar de los hechos. Vista allí, es detenida para investigación porque una testigo presencial dijo “que se le parecía a una joven que la semana anterior al suceso merodeaba la casa del homicida, que, en la balacera, había muerto y dado muerte a su hermano. Había acudido a mí en busca de ayuda. No siendo criminalista, le recomendé a un amigo que alentó su esperanza de ser liberada de todo cargo por insuficiencia de prueba. No resultó así. Apelada la sentencia, ésta fue confirmada. Había perdido todo el dinero obtenido para su defensa.

Hoy es una mujer angustiada, deshecha, al borde de una crisis. Sin saber qué hacer, todavía confía en jueces más justos y piadosos, no prejuiciados, revisen su caso y la retornen al seno de su hogar y su familia.

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