El coronel Francis Caamaño dispone de una vigencia eterna en el reconocimiento de sus paisanos en la versión de su actitud de arrojo en la guerra de abril de 1965 frente a sus compañeros de armas que derrocaron al gobierno constitucional del presidente Juan Bosch y se opusieron a su retorno al poder sin elecciones, y frente al intruso interventor.

Siempre he sostenido que enarbolar el retorno al gobierno del presidente Bosch sin elecciones fue un regresionismo histórico y una actitud temeraria divorciada de la realidad imperante, porque quienes propiciaron el derrocamiento del presidente Bosch, léase el imperio y sus aliados criollos, no es verdad que aceptarían la ignominia de su proceder.

El debate pueril actual en referencia al coronel Francis Caamaño no consiste en ponderar la proeza de su valor y la espontaneidad y nobleza como procedió con su AR-15 en las manos, perseguir la quimera del retorno al poder del presidente Bosch y rescatar la soberanía perdida, conculcada por segunda vez en nuestro país en el siglo XX por el imperio, sino en determinar el ADN de unos huesos.

Hay otro Francis Caamaño controversial y es el de Playa Caracoles 1973, donde intentó repetir su hazaña de 1965 contra un gobierno constitucional aunque fuese surgido de una consulta electoral viciada, pero solemnizada por la Junta Central Electoral y el Congreso Nacional.

El doctor Luis Schécker Ortiz se me adelantó en su entrega a HOY del día cuatro al significar que lo trascendente en Francis Caamaño no son sus huesos, sino su acción patriótica heroica, idéntico a las autenticidades del Manto Sagrado o el Santo Grial de Jesucristo, cuando lo trascendente es su mensaje divino.