Vigencia total para la JCE

Vigencia total para la JCE

Bajo la aguzada lupa de los interesados, la tan reclamada Ley de Partidos y Organizaciones Políticas ha quedado denunciada como instrumento muy defectuoso y de mandatos extremos con tendencia a lo inviable. Vulnerable a interpretaciones jurídicas y virtualmente condenada al patíbulo que se le augura en el Tribunal Constitucional. En sus absurdos figura disponer cárcel por emitir «mensajes negativos» sobre candidatos, lo que significa, apelando a lo hiperbólico, a pretender que en las campañas electorales solo pueda hablarse de las «bondades» de los aspirantes, una mutilación del sentido del debate que hace recordar a Trujillo. El errático proceso congresual y político que con tanto atraso desembocó en un frustratorio parto legislativo deja al sistema partidario en la misma carencia de normativas que tanto reprobó la sociedad, un vacío del que algunos han derivado provecho a partir de la falta de equidad de los procesos en los que el dinero, los recursos del poder y la demagogia pesaron demasiado.

Con o sin la deplorada ley, la buena conducción de las actividades partidarias y la fijación de normas generales o específicas del aspecto electoral siguen siendo una responsabilidad mayor de la Junta Central Electoral bastándole con lo que la Constitución le ordena como ley de leyes, con sabias disposiciones para garantizar un rol de total imparcialidad a ejercer en comunión con el espectro partidario.

Límite territorial indeclinable

La traída en masa de parturientas haitianas amerita un gran esfuerzo en contra como el ya dicho de combatir el tráfico a cargo de bandas que se lucran a costa de mujeres pobres en trance de alumbramiento. Pero las tropas siguen fallando como muro de contención de la inmigración no regulada. Mucho hablar y despliegues escénicos con exhibición de recursos. Luego el país se entera de la actuación con impunidad de los traficantes.
Otro esfuerzo iría por cuenta de países desarrollados que se declaran defensores de los derechos de inmigrantes y hablan de apatridia sin contribuir a que Haití sea más digno de su propia gente con atención a asuntos tan cruciales como los partos. Dos o tres buenos centros de maternidad costeados allá por aliados ricos serían una obra humanitaria contra el cruce de frontera.

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