Vino, dijo, amenazó

Vino, dijo, amenazó

La tolvanera es grande, la acechanza procaz. Hay un crujir de dientes avieso, inexplicable a veces. Tan efectivo ha sido el trabajo que defender la patria es falta, hasta infracción. Rechazar el agravio pose y en el peor de los casos, fascismo, racismo y xenofobia. Así fue el diseño y triunfó. Cara al sol lo hacen, les basta el aplauso foráneo, el compinche con la extranjería ilustre que a cambio de prosternación, regala vinos y enseña a degustar manjares.

Comenzó como un excluyente ejercicio de piedad, con exigencia de candilejas. Altruismo que denuncia el drama de los indocumentados y patea la negritud dominicana que tiene al lado. Desprecia al mulataje ágrafo que le circunda y se empeña, para jamás parecerse a la plebe que convierte el gentilicio en vergüenza. Les irrita la dominicanidad que los persigue. Desean la protección de ultramar, como torvo y tardío homenaje al vasallaje.

Primero fue el candor. La misericordia sin argumentos, las almas buenas reclamando. El dolor por la conculcación de derechos a emigrantes explotados. Imaginar pitanza era herejía, solo pasión filantrópica. Ni siquiera aquello discutido en la región, después de la caída del muro, que refería el desconcierto de una izquierda sin mitos, refugiada en la causa indígena y en las migraciones, para tener espacio.

Después el velo fue descorrido, advino la descalificación, la enfurecida reacción contra las decisiones judiciales y legales. Nada que escapara de sus designios podía validarse y todo lo que quebrara la decisión regulatoria del Estado, debía propalarse, defenderse. Interminables tenidas para acatar mandatos, siempre desde atalayas para no tiznarse con polvaredas de caminos viejos, porque mejor es discutir en casas de playa, en la montaña, mejor redactar en Toronto, París, en Washington. Mejor con corbatas de seda y principios en subasta.

Del cieno a la gloria, aunque la grupa sea la mentira, el prejuicio, el asco. Ancas de malinche que llevan lejos a jinetes desbocados y serviles. Saben que defender la dominicanidad preterida no asigna estatus de progre ni permite reconocimientos. Semejan a los atizadores de enfrentamientos bélicos para vender pertrechos. La intolerancia los marca, de tanto mirarse en el espejo la voz ajena intimida.

El fuego está encendido y en lugar de apagarlo, soplan. Por eso tienden la alfombra para que José Miguel Vivanco pise tranquilo. El portador de un informe mendaz de HRW vino a imponer. Objetó redacción, conceptos, sabe más que cualquier especialista criollo sobre nacionalidad, naturalización, ciudadanía. Asevera que el gobierno está confundido pero la comunidad internacional, no. Exige que acaten sus recomendaciones. Está preocupado, casi insomne, por las deportaciones que imagina. Para tan distinguido visitante, Haití es “el otro lado”. No es país, no es estado. Ninguna exigencia para ese “lado”. No permitió disenso, rechazó la cordura y se aferró a la complicidad. Convirtió la indagación del periodismo en agravio. Feliz estuvo con el eco encontrado. Logró contertulios que no preguntaban, avalaban su altanería juzgadora.

A pesar de la satisfacción, tantos misioneros ilustres, tienen que sorprenderse. En ese momento de tranquilidad, luego del despegue de los aviones que los llevan de aquí para allá, de allá para acullá, deben despreciar tanto servilismo, tanta coincidencia dulzona y ditirámbica. Ocurre siempre con los portadores del mensaje. Saben que una claque ansiosa aguarda sus consejos. Y acata. Porque es la consigna de algunos que perdieron la nave y buscan brújula y de otros, que sienten chiquito el barco para sus delirios internacionalistas, solidarios. Esos que dividen la población entre sanos y malos, basura y los otros.

Por esas travesuras del destino, un oficial de Migración, en el AILA, le retuvo el pasaporte a Vivanco y el trámite atrasó su vuelo. Ahora es víctima tonante. Prevalido de su inmunidad, poder, respaldo criollo, no sólo vino, dijo, sino que amenazó. Insistirá y mantendrá la presión internacional, como anunció. Es hombre de palabra. Misericordioso. Gracias a la obsecuencia nativa, como héroe se fue. Otro más para el altar.

 

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