Violencia, delincuencia y seguridad ciudadana

Violencia, delincuencia y seguridad ciudadana

Uno de los temas que mayor perturbación y daño ha causado a la humanidad desde la época de las cavernas hasta la modernidad en nuestros días, a pesar de las conquistas logradas y los tratados internacionales que la excluyen, es el tema de la violencia. En todas y cada una de sus manifestaciones, sea física o moral, personal o colectiva, cualquiera que sea su causa y motivo y su perspectiva, la violencia viene a ser un elemento perturbador; y, sin embargo, no deja de tener sus apologistas, sus defensores teóricos que se las ingenian para justificarla no solo como un mal necesario, pragmático e incluso moral (el fin justifica los medios) sino como razón de ser. Suele partir su dudosa legitimación de una ideología política, la peligrosa razón de Estado, o de una fe o creencia religiosa, generando un grado de fanatismo y de irracionalidad que desborda lo histórica o científicamente aceptable. Salvo el derecho de defensa, consagrado como su rechazo, no existe una categoría que defienda sistematización, siendo la violencia, fundamentalmente, la violación de un derecho básico del ser humano, como sería, para Newton Galver, el derecho al propio cuerpo y a la autonomía, extrapolado a todo conglomerado social.

La delincuencia, en términos generales, se caracteriza como un acto o una actividad reñida con la ley. Una forma de violencia normalmente reprimida y castigada particularmente cuando quien la ejerce pertenece a un grupo o segmento social o económico considerado inferior, siendo, en consecuencia, más vulnerable y más fácil de combatir, aun cuando tenga sus profundas raíces en causas diversas, pero mayormente y en gran medida, – y quizás por ello- en un sistema de gobierno opresor, de exclusión, que la condiciona y determina. Cuando se generaliza y evidencia la ineficacia e incompetencia del grupo gobernante, cunde el pánico. El gobierno se siente amenazado viendo crecer la conciencia ciudadana y las manifestaciones populares que ponen en riesgo su propia estabilidad. Se inventan entonces cosas absurdas para controlarla que reciben nombres diversos y divertidos, por ejemplo, “barrio seguro”; se adquieren equipos inútiles y costosos como motores Harley Davidson de gran potencia para el patrullaje o se multiplican los “intercambios de disparos” para justificar las muertes y la violencia del poder que no logra reducirla, creando mayor suspicacia y temores. Fracasados estos métodos, se acude a soluciones más sofisticadas y convincentes o convencionales, como contraer un préstamo multimillonario con la Agencia de los Estados Unidos para preservar la seguridad pública y ciudadana, que tanto preocupa a los turistas y a la gran nación del norte. Al buen vecino. No conozco el contrato en cuestión más que por lo anunciado en grandes titulares por el periódico, lo que me inhibe considerarlo. Ojalá que nos vaya bonito. Pero lo que sí creo conocer, lo digo sin tapujos, es que al capitalismo y a sus asociados lo mueve sacar las mayores ventajas económicas que derivan de su inversión que remediar los males sociales que su impronta reproduce. Por eso digo, ojalá que nos vaya bonito.

 

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