¿Y qué nombre le pondremos? ¡Matarile-rile-rile!

<p>¿Y qué nombre le pondremos? ¡Matarile-rile-rile!</p>

  MANUEL E. GÓMEZ PIETERZ
El título del presente artículo evoca nostálgicamente aquellos tiempos de nuestra niñez en que sin saberlo ni percibirlo, éramos felices. Tiempos aquellos sin nintendo ni televisión en los que en las escuelas se cantaba y había maestros que realmente se empeñaban en enseñar sus respectivas materias. Tiempos de las rondas en las que al abrigo de seguridad absoluta, nos reuníamos niñas y niños tomados de las manos para cantar y expresar nuestras inocentes preferencias.

Uno de esos juegos consistía en situar dos filas una frente a la otra cuyos componentes eran denominados “pajes” que eran solicitados por ambas partidas.

El juego se iniciaba con el avance de una fila hacia la otra cantando: “ambos a dos, matarile-rile-rile, ambos a dos, matarile-rile-ron. Luego la segunda fila marchaba hacia la otra preguntando: ¿Qué quiere usted?, matarile-rile-rile, ¿qué quiere usted?, matarile-rile-ron, y la interpelada respondía: ¡yo quiero un paje, matarile-rile-rile, yo un quiero un paje, matarile-rile-ron!; y el diálogo dinámico continuaba alternativamente: ¿Cuál paje quiere usted matarile-rile-rile, cual paje quiere usted, matarile-rile-ron?, yo quiero a fulanita, matarile-rile-rile, yo quiero a fulanita, matarile-rile-ron. ¿Y qué nombre le pondremos, matarile-rile-rile; y qué nombre le pondremos, matarile-rile-ron?; le pondremos Anacleta, matarile-rile-rile, le pondremos Anacleta, matarile-rile-ron.

Ese nombre no conviene matarile-rile-rile, ese nombre no conviene, matarile-rile-ron.

Le pondremos Princesita, matarile-rile-rile, le pondremos Princesita, matarile-rile-ron. Ese nombre sí conviene, matarile-rile-rile, ese nombre sí conviene, matarile-rile-ron. Finalmente la primera ronda del juego concluía: ¡Aquí tiene usted su paje, matarile-rile-rile, aquí tiene usted su paje, matarile-rile-ron! He querido sacar del empolvado baúl de mis infantiles vivencias, este juego tan simple, y como una fábula, tan pleno de sabias y útiles enseñanzas. Porque este juego constituía de hecho, no solo una práctica manifestación de temprana convivencia y de solidaridad humana, sino el didáctico ejercicio de un sano proceso de negociación sin ningún regateo ni cuestionamiento de lo mutuamente acordado.

Hoy el mundo en el cual nos toca vivir es el de la niñez perdida o acribillada.

El de los políticos sin reales recuerdos de infancia. Que consideran las cosas simples y nobles como “cosas de niños”.

Para quienes lo importante es conseguir un nombre engañoso para que un impuesto no sea un impuesto. Matarile-rile-rile; matarile-rile-ron. Un mundo en el cual la televisión y los juegos de alta tecnología pueblan al planeta de egoístas solitarios y antisociales, de ensimismados incapaces de enfocar como propio el daño ajeno.

Ávidos de ganancias e indiferentes a convertirnos en el planeta de los simios.

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