Lina Ben Mhenni lucha para no perder la fe en la revolución. Cuando nos conocimos, en los primeros y excitantes meses de la Primavera Árabe en 2011, la carismática activista y bloguera, entonces de 27 años, fue reconocida como una de las figuras del movimiento. Sus publicaciones ayudaron a galvanizar las protestas que derrocaron al dictador de Túnez, Zine El Abidine Ben Ali, el primero de varios tiranos árabes derribados por su pueblo.
Entonces, como millones de jóvenes en el mundo árabe, se maravillaba por lo logrado y estaba optimista sobre el futuro: dignidad, democracia y empleos. Si los líderes que siguieron no lo lograron, Ben Mhenni y otros abanderados de la Primavera Árabe confiaban en que podían volver a las calles y forzar el cambio.
Cuando nos volvimos a encontrar en Ezzahra, un suburbio de Túnez, años después de que Ben Ali huyera al exilio en Arabia Saudita, muchos de los vectores que llevaron a la revolución ahora apuntan a otra agitación. “Parece que es 2010”, dice. “El gobierno no responde a los problemas del pueblo y el pueblo se siente totalmente indefenso”.
Ben Mhenni está lejos de estar sola en su pronóstico. “Estábamos mejor en 2010 en cuanto a la economía”, dijo el ministro de Finanzas, Mohamed Ridha Chalghoum, a Bloomberg News. Según indicadores, la economía está peor que el 17 de diciembre de ese año, cuando un vendedor de frutas en el pueblo de Sidi Bouzid se prendió fuego… y a gran parte del mundo árabe. El desempleo entre jóvenes es mayor ahora que hace ocho años, cuando avivó la conflagración. La corrupción, otro motivante de las protestas, también está peor. Túnez ha caído al lugar 73 del 59 que ocupaba antes de la Primavera Árabe en el índice de percepción de corrupción de Transparencia Internacional.
Los jóvenes tunecinos no agitan las barricadas frente a oficinas oficiales. Cuando un periodista en el pueblo de Kasserine se prendió fuego a finales de diciembre, las protestas se extendieron a otros lugares, pero no duraron. En entrevistas y conversaciones con tunecinos de todas las preferencias políticas y estratos económicos escuché explicaciones de por qué no. Los jóvenes, dicen, simplemente están demasiado desencantados con la pobre respuesta del primer levantamiento para lanzar la Revolución 2.0. Otros sugieren que, aunque los tunecinos alguna vez inspiraron a otros árabes a levantarse contra la tiranía, las consecuencias sangrientas de la revuelta en Siria, Yemen y Libia sirven para tomar precauciones. Y otros dicen que no hay un imán para la insatisfacción popular. En 2010, los manifestantes encauzaron su rabia contra Ben Ali, su esposa Leila Trabelssi y miembros de su familia por sus estilos de vida ostentosos, financiados por la malversación de fondos estatales. Ahora, toda la clase política es considerada corrupta e inepta. El extenso fraude genera disgusto, pero no suficiente para sacar el machete.
La explicación más convincente de por qué los tunecinos no tienen el fervor revolucionario es que, aunque parezca lo contrario, la Primavera Árabe sí cumplió con algunas de sus promesas y a suficientes personas les bastó. “Tenemos democracia, democracia verdadera”, me dijo el periodista Zyed Krichen. “¿Es todo lo que queríamos? No. ¿Pero es suficiente? Por ahora, sí”.
Ha habido dos elecciones libres y justas desde la caída de Ben Ali: en 2011 para una asamblea constituyente, y en 2014 para parlamento y presidente. Una tercera está programada para octubre. La democracia consiste en mucho más que el voto, y la organización Freedom House afirma que los tunecinos disfrutan de niveles más o menos altos de libertades civiles y derechos políticos. En efecto, el índice en que Túnez ha ganado más desde la revolución es la puntuación Freedom in the World de Freedom House. Siendo 1 lo más libre y 7 lo menos, el país pasó a 2.5 en 2018 desde el 6 en 2010. No es la única nación árabe en obtener avances. Otras dos son Líbano con 5 de 7, que es considerada “parcialmente libre”, e Irak, con 5.5 de 7, que todavía es “no libre”. En gran parte del resto del mundo árabe, incluso en países en donde la revolución tunecina no inspiró agitaciones locales, los gobernantes asustados por la idea de un levantamiento popular han reforzado su barreras, literal y metafóricamente, contra el cambio.
Democracia
En Túnez, las libertades democráticas permiten a los ciudadanos expresar su inconformidad con ruido y ocasionales espasmos de violencia, pero sin arriesgar la estabilidad del sistema político. Las protestas son un lugar común, dando voz a un amplio rango de quejas, desde desempleo hasta precios de servicios y medidas de austeridad. Como el gobierno no responde con una fuerza descomunal, la ira no se embotella ni estalla con presión revolucionaria.