Zalagarda y pepitoria electoral

Zalagarda y pepitoria electoral

JUAN D. COTES MORALES
Don Leandro Fernández de Moratín, precoz escritor del siglo XVIII que obtuvo fama con su obra “El sí de las niñas”, “La comedia nueva o el café”, fue consagrado por la crítica de la época y Larra llegó a considerarlo como el primer poeta cómico.

Sin embargo, política y socialmente tuvo muchas dificultades por considerar que la improvisación era el peor vicio literario y la facilidad, la obligatoria enemiga del rigor intelectual y del buen gusto.

Sostienen sus biógrafos que al no poder llevar a escena su primera comedia “El viejo y la niña”, don Leandro, que ya a los 22 años campeaba como exquisito escritor aristocrático, autor de una nueva estética, concibió “La derrota de los pedantes”, una sátira en tono burlón, para responder a la decepción sufrida, la cual fue luego acogida por el público simpatizador de Moratín como ejemplo de los esfuerzos de reforma y de mejoramiento literario.

En esta obra Mercurio y Apolo estaban muy preocupados porque los autores políticos, sociales, trágicos, de comedias, de historias, medicina, filosofía, crónicas de religiones, genealogía, derecho, tratados, etc., no cabían ni en el palacio ni en el cielo, pues todos de manera infatigable daban rienda suelta a sus ingenios con tal de agradar al dios Apolo, a quien acusaban de no hacer caso a las doctas fatigas de tantos sabios. Concibió Mercurio, de común acuerdo con Apolo, la idea de concentrarlos a todos en el patio del palacio y les dijo lo siguiente:

“Señores eruditos, ya me parece que es tontería tanto chillar, tanto berrear, tanto embestirse, retirarse, dar y recibir gaznatazos y mojicones, que hace dos horas largas de talle que estamos con esta misma canción, y hasta ahora nada bueno se ha conseguido. Yo no sé ciertamente dónde se habrá visto estarse aporreando de esa manera, sin qué ni para qué. ¡Y entre literatos! ¡entre humanistas! ¡entre poetas, gente de suyo muelle y regalona, y dada a la quietud y al regodeo! ¿Y por qué? Si fuera decir había motivos para ello, vaya en gracia; pero si todo el caso viene a reducirse a una friolera que no vale un pito; si el asunto no es más, según he llegado a entender, que venir a presentar un memorial, en que no se piden ningunos disparates, ¿quién se persuadirá que esto haya sido causa de tan furiosa tremolina? El daño estuvo, señores pretendientes, en que no habiendo querido vuesarcedes enviar un diputado a mi hermano, para que en nombre de todos le dijese vuestra solicitud, me vi en la precisión de llevar el primero que me vino a las uñas; pero éste, por desgracia vuestra, nos salió tan ruin criatura, tan presumido y fastidioso, que habiendo enojado a mi hermano, os lo hubimos de volver de la manera que ya visteis.

“Yo, la verdad sea dicha, no gusto ni he gustado nunca de estas pelamelas, y mucho menos entre gentes de su posición y buena crianza; he hablado a Apolo, y convencido de mis razones a favor vuestro, dice que siempre que se le pidiera una cosa justa y con el buen modito que corresponde, no es ningún vinagre que se hubiera de negar a complaceros: así que, señores míos, lo que debéis hacer es esto, y sin tardanza, antes que mi hermano determine otra cosa. Escoged entre vosotros el más ducho, el más idóneo para el caso, un hombre bien nacido y de carácter, que no sea ningún chisgarabís, sino un erudito de representación, conocido ya de mi hermano por la excelencia de sus obras, que tenga en su favor el buen concepto de todos vosotros, y la general estimación del público. Este se encargará de vuestra pretensión; y perdería yo una oreja, y aún las dos que tengo, si escogiéndole, y enviándole, y hablando él, y respondiéndole Apolo, no volviese muy presto con la noticia de haberos otorgado cuanto queráis pedirle. Y esto se hace con paz y quietud, como buenos hermanos, sin andarse en más puerca es ella, ni quién es él, ni primero soy yo, ni otras niñerías que en vez de adelantar algo, pondrán de peor condición el asunto; con que así, no hay sino hacer lo que os digo, y manos a la elección, que se pasa el tiempo”.

Esta zalagarda surtió todo el efecto deseado. Empezaron a disputar entre ellos quién debía ser el elegido, pues todos querían para sí aquel honor. Entre ellos todos se juzgaban más idóneos, más ilustres, más beneméritos que todos los otros juntos. De esta presunción nació su ruina. Allí se manifestó cuán poco duran unidos aquellos que amontona el delito o el error y que sólo entre los que siguen el recto camino, ya de la virtud, ya de la sabiduría puede hallarse durable paz y amistad verdadera.

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