De paso por Nueva York, visité una ferretería en donde cada anochecer se reúne un grupo de hispanos de diferentes condiciones sociales, para serruchar unos tragos y comentar noticias del día. Mientras el ambiente discurre plácido y amigable, cada cierto tiempo individuos, generalmente jóvenes, traen objetos diversos que son ofertados al dueño por sumas mucho menores al precio de mercado. Cuando a éste no le interesa la oferta, los parroquianos debaten quién hará compra.
Es sólo un caso de objetos robados, que pasaban fácil e inocuamente del ladrón a una persona decente. Según llegué a saber, el comercio de objetos robados y del contrabando lo realizan personas correctas para defenderse. El tema del lavado no se reduce a los dineros del narco. Se lavan fortunas provenientes de la evasión de impuestos, comisiones de contratas sin concurso y negocios con empresas no reguladas por la DGII, como las bancas de apuestas.
Hay fortunas de jefes militares y policiales provenientes de comisiones de compras sobrevaluadas, de la extorsión, la venta de protección a establecimientos y personas, o de colectas al estilo de proventos municipales, como los juegos de apuestas, y de la protección de actividades delincuenciales. Se amasan fortunas que contrastan dramáticamente con la miseria y el abandono patronal a los alistados y a los funcionarios de bajos niveles.
El desafío es grande porque no es fácil educar para la decencia en un país cuya estructura ocupacional y de oportunidades es tan precaria, en donde el delito organizado ha cundido libremente, y donde la poca vergüenza tiene un arraigo tan profundo.
A menudo, el negocio del lavado implica la concesión de títulos, honores y reconocimientos públicos de personas cuya trayectoria ha sido cualquier cosa menos honesta. Se conoce bien de programeros de la radio y la TV que decretan la honestidad y la eficiencia de superfuncionarios y superciudadanos, incluidos políticos muy corrompidos, a cambio de sumas impresionantes.
En eso, sin duda, somos competitivos, aunque hay países que, como la gran Suiza, han hecho del lavado su gran prestigio y fortuna.
Triste es que estas cosas sean bien conocidas en las altas esferas del gobierno y en las mejores familias, sin que siquiera sea tema de preocupación.
El lavado es un fenómeno muy difundido e involucra amplios segmentos de la población. Lo relevante es, sin embargo, que sin lavado habría muy poco narcotráfico y corrupción. Se suele decir no estrujes, que no hay quien planche. La verdad es lo contrario: hay demasiadas gentes decentes dispuestas a lavar y a planchar. A la pregunta de: ¿ Y quién va a lavar?, deberíamos honestamente responder: Daiú Pero también muchos de los que pasan por honorables.