“…Lo único que he tenido en mi vida…”

“…Lo único que he tenido en mi vida…”

Una noche, después de una presentación de Alberto Cortez y Danny Rivera en el Teatro Nacional, nos reunimos en  los  camerinos con estos artistas.  En la primera oportunidad yo estuve primeramente con Alberto,  y luego pasé al camerino de Danny Rivera. Varias personas hablaban de diferentes temas de  interés  acerca del artista, las composiciones, autores  y otros pormenores.

No recuerdo por dónde andaban los intercambios, pero sí recuerdo que creí oportuno decirle al amigo Danny  que, en verdad, la canción de su discografía que más me gusta es la pieza en la que él menos canta.

Todos se sorprendieron y miraron al cantor boricua. Bien sé que aguardaban su repuesta y la curiosidad que yo traería al coro que habíamos formado. Danny me interrogó intrigado:

-¿Y cuál es ésa,  Rafael?

Le respondí inmediatamente: –No te vayas nunca, compañera-.

Pensé de inmediato que no es una pieza muy conocida, por lo cual no hubo participación significativa después de mi aportación.

El cantante boricua explicó que esa creación es  de José Car/b/ajal, uruguayo. Por demás, ligado a los  tupamaros. Vivía clandestinamente por la persecución de las dictaduras de Uruguay, Chile y Argentina, persecución encabezada por los militares norteamericanos del plan Cóndor. Para aquellos  momentos, amigos  del autor entregaron copias de la balada al intérprete, para que la difundiera, tratando de evitar, en caso de ser apresado,  que los cabecillas del plan de los años 70-80  lo asesinaran.

No te vayas nunca, compañera, es de una música tierna, con letras plenas de sensibilidad.

Y comenzamos a reanimar en sotto-voce  aquellos acordes y tonos:

(Recitado):

Esa llovizna que a veces nos parece  mansa,

pero que es lluvia nada más.

Esa llovizna que ablanda los vidrios de las ventanas,

que derrumba los techos y que arrulla  los perros,

pero que es llovizna nada más, esa llovizna te trajo hasta lo único que he tenido en mi vida: Un cuarto de alquiler.

(Cantado):

No te vaya nunca compañera.

La ventana estaba de gris cuando la llovizna cantó.

Su romanza buena de amor,

Tu amor, mi amor…amor

(Recitado):

Serían las seis  si era en aquel otoño de tardes empapados.  Sé que el plátano  perdía sus marrones, cuando cruzaste la calle,  y tu pelo pegado a la cara, y tus zapatos chuecos.  Y tu adolescencia,  y el amor hasta compartir el pan  con mortadella.

Y sentirnos inmensamente buenos, sólo con hablar bien de gente buena. Y aquella  guitarra  llenando  los silencios después de  hacernos el amor.

Porque eso es la vida: Amar hasta reventarse.

Y aquel  temor de no servir para nada.

(Cantado)

No te vayas nunca, compañera (Bis)

No te vayas nunca, compañera.

No te vayas nunca, compañera.

No te vaya nunca compañera…

-Ah, sí, exclamó Danny. Es una composición que recibí de amigos sudamericanos.

Alguien le cortó enseguida: -¿Y logró sobrevivir?

Danny respondió cabizbajo:

-Sí, logró salvarse, sí.  Enseguida levantó la cabeza, quizás para mostrarnos su cara triste. Y agregó:  Pero  hoy  está  muy enfermo.

“El Sabaler”,  pescador de sábalos, como se le conoce cariñosamente en su pueblo, autor de muchas piezas a la cuales él mismo realzó con la magia de música, como la canción para niños Chiquilladas, de tanto éxito desde Argentina hasta Méjico, podrá abandonarnos, podrá marcharse,  pero de seguro, que alguien cantará sobre  su tumba: No te vayas nunca, compañero.

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