“Barrabás” de Par Largervist

“Barrabás” de Par Largervist

El escritor sueco Par Largervist es el autor de una famosa trilogía de obras. De esos interesantes libros los títulos son: El Enano, El Verdugo y Barrabás. Con su tercera obra el escritor se hizo merecedor del Premio Nobel de Literatura. “Barrabás» fue llevada al cine y el papel del bíblico personaje lo realizó Anthony Queen, resultando su actuación una magnífica interpretación.

Esa película fue exhibida aquí, allá por el año de 1963. Cuando en pie estaba el ejemplar gobierno de Don Juan. Y ahora recuerdo con orgullo que Jahr Ferreira y yo éramos los presentadores de los actos gubernamentales por la radio gubernamental.

Y sucedía que un peligroso Rasputín, en alianza con algunos “nematelmintos”, estaban dados a la tarea de azuzar selváticas jaurías, para que con garras y colmillos agredieran la libertad y la democracia que imperaban en el 1963.

Me sentía preocupado porque a la vista estaba “Le Coup D’ Estat”.

Y una noche para disipar, al cine Rialto a ver a “Barrabás” invité a mis amigos Orfelina Columna Gautier y Guillermo Rodríguez Sthal. De eso han pasado 47 años y recuerdo que en la película, el Pretor de Roma Poncio Pilatos, para la más famosa crucifixión, puso al pueblo a elegir entre el “manso y luminoso” Galileo y el forajido Barrabás. El salteador, rebelde o agitador no entendió nada. Barrabás aturdido, estupefacto, se oscureció mentalmente… y no entendió nada. Abismado y hundido en una profunda confusión, asistió a la crucifixión. Él escuchó cada una de Las  Siete Palabras de amor y de perdón que Cristo pronunció. Pero Barrabás no entendió, no comprendió ninguna de esas divinales palabras.

Ni siquiera aquella mediante la cual perdonado fue “El Buen Ladrón”.

Barrabás estaba presente pero no entendía nada. Vio las tinieblas tras la muerte de Cristo, sintió el sacudimiento de la tierra. Y no alcanzó a dilucidar nada, ni siquiera la confusión mayúscula de los judíos deicidas. Barrabás a la distancia contempló el entierro del Justo y no comprendió nada. ¡Pero ya no sería el mismo!

No volvería a robar en los campos despoblados o a agitar en las plazas, o a empuñar hierros letales en contra de los romanos.

Como un autómata, como un obnubilado buscando gracia, la fe y la calma. Y no lograba encontrar nada. Absolutamente nada. Su mentalidad era salvaje. Era primitiva. La luminosidad de las ideas de Cristo no entraban en él. No estaban a su alcance. Estaban fuera de sus límites mentales. No obstante, a pesar de todo continuaría  confundido, ensimismado. ¿Habría sido convencido, el salteador de caminos? Solamente era él ciertamente: Un hombre admirado, sorprendido de lo que había visto. Y nada más. Ahora bien, nunca pude explicarme cómo en la común de Luperón, una sección ostentaba el nombre de “Barrabás”. Ignoro si se lo quitaron.

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