“Cábalas de Siete” despide el año

“Cábalas de Siete” despide el año

El nombre intriga… ¿Serán sortilegio, secreto, mística, llevados a las artes visuales? ¿Se consultaron mutuamente aquellos siete: Diógenes Abreu, Elvis Avilés, Radhamés Mejía, Hilario Olivo, Miguel Ramírez, Inés Tolentino y Víctor Ulloa? ¿Quisieron combatir la violencia y las crisis a través de sus propuestas? Si no fue concertación expresa, el conjunto, que comparte los espacios de la galería Alinka Arte Contemporáneo, se identifica por la inteligencia, el oficio y la búsqueda interior. A través de personalidades diferentes, muy próximas generacionalmente, esta participación dominicana –intercontinental- posee también el denominador común de la fuerza y del compromiso, en pinturas y dibujos, ensamblajes y esculturas. Es una muestra singular, cuya coherencia sin repetición agrada.

Esta joven galería, que se sitúa un piso más abajo de lo que fue el último Centro de Arte Nouveau, está realizando una labor interesante, incluyendo actividades teóricas y alternando a profesionales de la plástica, modernos, contemporáneos, consagrados y confirmados. Su encargado, el artista Claudio Espejo, pone un especial cuidado en la museografía que, para la colocación de las presentes obras, ha sabido aprovechar la arquitectura interior, los niveles, los ángulos, hasta las vitrinas exteriores… Que se entable un diálogo o se proponga un contraste según los autores y sus creaciones, un arte contemporáneo, pero acorde con la tradición estética dominicana de cierta moderación, se manifiesta y convence.

La exposición. Aunque varios de los siete han expuesto anteriormente juntos, no se trata de un grupo constituido, sino de talentos ya reconocidos que consideraron oportuno presentarse ahora  juntos, expresando emociones y convicciones. La curaduría se realizó sigilosamente. La participación fue de cuatro a seis obras por artista, mereciendo todos que se les preste atención.

Diógenes Abreu, que se destaca tanto en la literatura –especialmente el ensayo- como en las artes visuales, ha mejorado mucho su factura, una evolución propicia a que sobresalga, en sus pinturas, una simbiosis entre conflictos y visiones, una combinada intensificación del ensueño y la materia. El surrealismo transforma una imagen, que sin embargo es incisiva…

Elvis Avilés, en pequeños formatos, actúa cromáticamente en una misma gama, anaranjada, amarillenta, azulada o grisácea, con gradaciones tonales y contrastes en la pincelada. La escritura, o sea, la parte propiamente gráfica, se percibe al prolongar la mirada, manteniendo fluidez y soltura en insinuaciones líneales. Él sigue mezclando neo-surrealismo y abstracción.

Radhamés Mejía sigue proponiendo una iconografía que se inscribe en el marco etnoantropológico, filiación que forja un sistema, a la vez compositivo, cromático y formal y que investiga distintas culturas primordiales. No sólo domina el mundo formal, sino que libera el color –un azul admirable– y, entre motivos ancestrales y pictogramas, ¡fosiliza objetos de hoy para las excavaciones del futuro! Igualmente impactantes son las esculturas.

Hilario Olivo implanta una construcción firme en el espacio pictórico, entre geometría sensible y expresionismo. Él nos sitúa simultáneamente en el mundo de la transcendencia, de lo sobrenatural y del más allá, diseñando una calavera. Esa visión inquietante, reiterada en cada pintura, se convierte en referencia a las pesadillas de la realidad. Al menos fue nuestra lectura…

Miguel Ramírez, en una presentación espectacular, hace gala de un talento y oficio polifacético, que combina segunda y tercera dimensiones… hasta en los cuadros. Demuestra un dominio conjugado del espacio, de distintos materiales, del ensamblaje, de la incrustación, hasta de los clavos –impresionantes en esculturas colgantes cuales artefactos de magia–. ¡En la más extraña iconografía impera la belleza!

Inés Tolentino sigue cosiendo y bordando sobre papel, para  el deleite sensorial tanto como para el emocional. El dibujo con “perlas de sangre”, una de las mejores obras que ella ha producido últimamente, es un poema visual, propio para una antología. No cabe duda de que sus distinciones recientes le han estimulado,  tanto en el concepto como en el refinamiento de la expresión.

Víctor Ulloa es a la vez un virtuoso del dibujo y uno de los grandes coloristas dominicanos, auténtico gestor de anatomías y de otras realidades, de mundos y de submundos ignotos. El forja la vida sobre y debajo de la tierra. El (buen) humor se alía a la fantasía liberada, a la energía, al movimiento. Esta muestra nos dio la oportunidad… de aspirar a una individual.

“Cábalas de siete” es una gran exposición.

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