“¡Chapeando el pasado!”   

“¡Chapeando el pasado!”   

Simón, vámonos, que tenemos una reunión con nuestros amigos del Central Romana!..” le dice Píndaro a su fiel chofer, mientras arrancan con to’el pié por la Autopista Las Américas…

Al cruzar el elevado de la 27, saltan a la vista edificios que ameritan una pinturita… “Caray… ¿Por qué somos tan cómodos que sólo pintamos nuestras casas por dentro y na’ por fuera?” – le dice Simón a Píndaro, quien, al momento recuerda que para lograr el futuro hay que chapear un poco del pasado… Hay que – como le comentó su amigo Enrique – dar un poco del ala del pollo si se quiere comer la pechuga…

Mientras ambos viajeros conversan entre sí, al pasar frente a Los Tres Ojos dan un frenazo…  ¡no pueden creer lo que están viendo!… Cuatro brigadas de Obras Públicas – con un total de catorce hombres – se afanan en limpiar y lavar a presión el muro central…

“¡Epa!… ¡Le están lavando la cara a la entrada de la capital! –exclama Simón-… “¡No!” – le replica Píndaro -, “No es un paño con pasta lo que le aplican”…

“Mire…mire… Píndaro! -grita Simón- ¡Cuántos tígueres agachaos… fajados machete en mano…! Deja ver – medita en voz alta – son… son…eeyyy, son… uno, dos, tres… ¡Ocho grupos de trabajadores!…

Mientras, Píndaro – con la ayuda de un contador manual que compró hace unas semanas – contaba la gente en cada grupo… Al llegar al Peaje exclamó: ¡Son un paquetazo!… ¡Son 55 obreros chapeando y recogiendo basura escondida entre la yerba mala!”…

Simón ni llegó a escuchar este testimonio… Estaba concentrado en tirar las monedas al control automático, mientras miraba extasiado cómo un grupo de tres hombres se afanaban por dejar bien limpio las instalaciones del peaje que cruzaban…

Los dos pasajeros retoman la ruta iniciada y, al momento, están pasando frente a la entrada al Muelle de Boca Chica… “¡Uepaaaaaa!” –abre la boca Simón- “Ahí hay veinte hombres al borde la autopista apoyando el trabajo de limpieza de cuatro tractores”…. “¡Mirelos ahí!” le grita eufórico a Píndaro… Y vuelve y grita, señalando con su mano derecha mientras la otra sostiene el guía: “¡Ahí hay otro grupo de ocho hombres, pintando el muro del medio de la carretera!… ¡Qué chulería!”

Ambos siguen su viaje – ahora más entretenidos que nunca – y saltan de alegría al ver otros quince grupos – ahora ya son de ciento sesenta y un obreros – están regados por el lado derecho del paseo de la autopista, también chapeando la crecida yerba…

Casi llegando al Puente de la Cementera, son de nuevo testigos de un nuevo grupo de obreros – ahora de unos siete – que, con ayuda de una camioneta, una plantica portátil y un soldador, están soldando un pedazo de verja rota sobre uno de los cruces a San Pedro…

Espantados… hasta ahora, han registrado doscientos sesenta y nueve obreros… fajados… sudorosos… ¿Qué más les depara su viaje?, se preguntan entre sí…

Cruzan la carretera hacia Hato Mayor y enfilan a La Romana… Su alegría no para… A ambos lados continúa el chapeo de yerba mala del pasado, para dar paso a nuevos signos…

Una vez en La Romana, revisan su conteo y, con gran alegría, celebran que la limpieza de ese tramo estaba siendo lograda por setenta y dos hombres, en nueve grupos, que se han fajado ya el tetero del sol –pues es mediodía-…

Píndaro reflexiona y exclama… “¡Qué bueno es ver cómo estos trescientos cuarenta y un obreros han dado parte de su sudor para chapear el sucio del pasado, para dar lugar a un futuro y a una imagen más mejor! ¡Ojalá no sea una actividad pasajera… sino que se haga un frecuente mantenimiento” – y completa diciendo – “Ojalá y nosotros podamos, de vez en cuando y de cuando en vez, dar una chapeadita de aquellas cosas del pasado que nos obstruyen un devenir más promisorio… ¡Hagamos un esfuerzo y nos sentiremos mejor!”.

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