POR MU-KIEN ADRIANA SANG
Durante los días que viví mi exilio dorado en mi hogar, me pregunté una tarde ¿Qué día es hoy? Y después de mucho pensar, me contesté ¡Es viernes!. Acto seguido me hice una nueva pregunta ¿Qué hice hoy? Tuve que hacer un esfuerzo para recordar cuáles habían sido las pequeñas cosas que habían llenado mi día.
Urgida de descanso, me dediqué ese día únicamente a leer alguna novela, a ver la televisión, a descansar, a escuchar el sonido del viento cuando chocaba con las ventanas de la casa, a disfrutar del candente sol que se hacía más molestoso por la imposibilidad de auxiliarme aunque fuese de un pequeño abanico. Aquella tarde de las preguntas, después de lograr hacer el balance de aquel día, me pregunté ¿Tenemos conciencia de cómo vivimos cada día y de lo que hacemos?
Sometidos al ritmo angustioso de responder a las demandas sociales, vivimos con una prisa tan absurda que al vivir no vivimos. Me pregunté ese día si había disfrutado del caliente y aromático café de la mañana. En ese momento me percaté que lo había bebido leyendo la prensa, con el televisor encendido, por lo tanto no hice conciencia de que disfrutaba el néctar negro, del que tanto me vanaglorio que es mi inyección matutina de energía. Entonces concluí que debemos hacer conciencia de que cada día que vivimos es un regalo que nos ofrece gratuitamente la vida.
Yo también, como tú, he andado, ando y quizás andaré a prisa por la vida, ahogada por las múltiples responsabilidades, angustiada por querer hacer muchas cosas sin el tiempo, ni la energía para cumplir con los compromisos, responsabilidades y deseos. Yo también soy víctima del vivir sin vivir, del correr sin reparar en los pequeños detalles que nos ofrecen los días. Yo también me alimento sin percatarme si la comida está dulce o salada; también camino por las calles sin hacer conciencia si el día es gris o soleado; normalmente no reparo si mi esposo comió bien o no; a veces inmersos en la cotidianidad, no tenemos tiempo para hablar sobre nuestras cosas; pasan las horas y los días y no somos capaces de decir una palabra de cariño a los que me rodean.
¿Te has preguntado alguna vez si fuiste consciente de la ducha que te diste por la mañana? ¿Recuerdas qué hiciste durante el desayuno? ¿Te diste cuenta si el rocío había mojado los autos y las flores? ¿Reparaste en la ropa que tenías ese día? Yo también me he duchado rápidamente, de forma automática, me he vestido, he salido al trabajo, y no reparé en nada más que en la prisa que tenía por llegar a dónde debía llegar.
Y es justamente porque soy víctima de la rutina y las formas impuestas, deseo aprender a disfrutar cada día como si fuera el último de mi existencia. Me dispondré, aunque falle constantemente, a disfrutar el café de la mañana junto a mi esposo. Trataré de buscar pequeños momentos especiales de cada día, para compartirlo con los que me rodean. Llegaré al trabajo y no sólo hablaré de las tareas pendientes que no pudimos cumplir el día anterior, sino que buscaré espacio para preguntarles cómo van en la universidad, qué ha pasado con sus hijos, si sus metas se han cumplido. Durante el trayecto de mi casa a la universidad, no me enfadaré con los choferes irresponsables que no respetan la ley de tránsito, ni con los policías que en vez de imponer el orden, se suman al desorden vehicular, al variar a su antojo el lenguaje universal de los semáforos. Trataré de ver aquello como parte del panorama. Y repararé en la gente que como yo sale todas las mañanas a trabajar para ganarse honradamente su sustento; disfrutare de los niños que salen soñolientos para la escuela y en los árboles que rodean la avenida, para disfrutar si florecen o caen sus hojas. En fin en las pequeñas cosas que constituyen el encanto cotidiano de la vida.
¿Una ilusión imposible? ¿Un decir hermoso difícil de aplicar? Es posible pero vale la pena intentarlo, ¿no creen?
Creo
Que mi día de hoy
Es un siglo de vida
Porque al día de hoy
Agrego todos los siglos
Que hoy son días.
Creo
Que dudo
De mi sinceridad
Cuando quiere convencer
Y confío en ella
Cuando se ocupa
De convencerme.
Creo
Que nada
Me está prohibido
Si soy yo
Quien me lo prohíbo
Prohibirme
Es ser libre,
No prohibirme
Es ser esclavo
Del que me prohíbe.
Creo
Que es bueno
Reírse
De uno mismo,
Peor reírse
De uno mismo
Para hacer llorar
A los demás,
No.
Némer- Ibn El Barud,
La sabiduría Esencial