Flor de Bethania Abreu, una de las actrices más importantes de nuestro país, cumple sesenta años en la escena teatral, quehacer al que ha dedicado su vida y el que le ha proporcionado grandes satisfacciones.
Ha decido celebrar este aniversario con la presentación de la bellísima obra del peruano Alonso Alegría El cruce sobre el Niágara, en la sala Máximo Avilés Blonda de Bellas Artes, lugar entrañable, testigo de muchas de sus memorables actuaciones.
El texto de Alegría, pletórico de simbolismos, es la metáfora de un sueño, un vuelo interior, una esperanza, un canto a la solidaridad y a la amistad.
Está basado en una historia real: las proezas del equilibrista francés cuyo nombre artístico era Charles Blondin, quien había alcanzado la fama en el siglo XIX por haber cruzado las cataratas del Niágara muchas veces a través de un cable, llevando en una ocasión sobre su hombro a su apoderado, Harry Colcord.
Blondin y Carlo, más que personajes son símbolos: pragmatismo e idealismo. La trama inicia con la visita del joven Carlo, que aun admirando a Blondin, le recrimina haber convertido su trabajo en un acto comercial y mediocre. Se establece una relación de amistad entre ambos; el joven logra transmitir a Blondin la posibilidad de avanzar, de volar, y ese vuelo que los llevaría a cruzar el Niágara, el uno sobre el otro, se convierte en compromiso, en ideal.
Sin embargo, surge la pregunta ¿será posible alcanzar el vuelo? La respuesta: sólo con ayuda, con la solidaridad que hace al hombre capaz de vencer obstáculos, de lograr ideales, mensaje final de Alegría. De la fusión de ambos nace un tercer personaje Icaron, en alusión al simbólico personaje de la mitología griega Ícaro, que alzó vuelo solo ignorando las advertencias de su padre Dédalos, y pereció al volar tan alto que el sol derritió sus alas. Conocedores de la leyenda y su simbolismo, tratan de no cometer los mismos errores.
Dos actores protagonizan la obra: Orestes Amador Blondin y Wilson Ureña Carlo. La dirección de Flor de Bethania posibilita el juego dialéctico, la creatividad de los actores que, partiendo de sus habilidades físicas, elaboran un elocuente trabajo de expresión corporal. La escogencia de estos actores ha sido un acierto más de la directora. La puesta en escena concilia dramaturgia e ideal estético, a través de los diseños coreográficos hermosos y apropiados de la profesora Marianela Boan, quien realizó en 1983 su propia versión coreográfica de esta obra.
La música, creada por Xavier Ortiz, hermosa e integradora, aporta un lirismo que se adecua a la propuesta estética. Las luces diseñadas por Bienvenido Miranda recrean las diferentes atmósferas, elemento vital de la escena final conmovedora en su simbolismo, atractivamente plástica. Los personajes remontan vuelo y, junto a ellos, Flor de Bethania Abreu. Celebremos sus sesenta asistiendo a esta conmovedora obra.