“El fabricante de deudas”, el goce de una
exquisita comedia

“El fabricante de deudas”, el goce de una <BR data-src=https://hoy.com.do/wp-content/uploads/2006/03/1FCE2EF6-D827-473E-9EC7-083B337DBB55.jpeg?x22434 decoding=async data-eio-rwidth=460 data-eio-rheight=276><noscript><img
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POR CARMEN HEREDIA DE GUERRERO
La temporada de teatro de la Sala Ravelo cierra con la obra “El fabricante de deudas” de la autoría del peruano Sebastián Salazar Bondy, con la dirección de Ángel Mejía y la producción de la Fundación Artenativa.

Nacido en Lima, Perú, Sebastián Salazar Bondy (1924-1965) cultivó los distintos géneros literarios: novela, cuento, poesía, ensayo y teatro. Fue además periodista y articulista distinguido de temas culturales.

Como dramaturgo ha sido considerado como un renovador, en búsqueda permanente. Pero más allá de la experimentación continua, lo que marcó su vida literaria fue la permanente preocupación social, la que se refleja de manera ostensible en su teatro.

 Según el crítico peruano José Miguel Oviedo, “había en su teatro dos tendencias reconocibles, la cara alegre, juguetona, bufa, envuelta en los velos de su imaginación que lucían sus comedias, y la cara acongojada, reflexiva, preocupada, grave bajo el dolor de la denuncia que tenían sus dramas”.

 En su última obra “El rabdomante”, estrenada en 1966 después de su muerte, hay una notable influencia del teatro del absurdo,  que lo coloca en la vanguardia del teatro peruano en ese momento.

LA PUESTA EN ESCENA

Estrenada en 1962, en esta comedia el autor aborda temas de la realidad social en tono de farsa, en la que se advierten influencias brechtianas  con el rompimiento de la cuarta pared, que permite a los personajes la comunicación con el público, así como del vodevil francés, al intercalar música, bailes y canciones en su desarrollo.

Escrita hace más de cuarenta años, por su argumento, es una pieza actual, porque esa sociedad que engendra al personaje central: el vividor y su entorno, al que sólo le preocupa el dinero y aparentar cueste lo que cueste, y a como de lugar, es la misma de hoy dimensionada. La sociedad actual, como la de ayer, con sus falsos valores, convierte en estereotipo al personaje que Salazar Bondy llama fabricante de deudas. En consecuencia, el autor construye una comedia urbana, satírica, en la que muestra un profundo conocimiento de los comportamientos humanos, y lo hace con exquisito humor y fina ironía, sin apelar a la vulgaridad.

El mayor logro de Ángel Mejía como director –contrario a la tendencia actual–  es haber respetado el texto sin necesidad de “adaptarlo” con giros localistas, entendiendo que el verdadero humor que viene de la picardía del ingenio, no tiene fronteras. Acierta además el director, al escoger al grupo de artistas participantes entre los que existe una brecha generacional, unos y otros muestran buen desempeño en sus roles.

Mario Lebrón, encarnando a Obedot, el pícaro vividor, supuesto ricachón, que en su afán de mantener el “status” pretende casar a su hija con un marqués que cree rico y que al igual que él es sólo apariencia, produce una formidable actuación, la mejor que le hayamos visto en su carrera de actor. Con mesura, sin hipérboles, con buen manejo de los giros satíricos y la entonación graciosa de las frases hilarantes, nos va mostrando al singular personaje y su capacidad de embaucador. Convertido en burlador burlado, Obedot se sobrepone, nada lo amilana, su discurso justificador y de auto convencimiento, hace renacer el ánimo en el pícaro impenitente.

La presencia de un actor de las condiciones y experiencia de Juan Sánchez, convierten cualquier papel en protagónico. Exquisito como Jacinto, el mayordomo.  Junto a las dos sirvientas que interpretan, Laura Guzmán y Nileny Estévez, forman un trío complaciente, aparentemente servil. Las actrices se incorporan al juego farsesco con excelente desempeño.

La señora de Obedot es interpretado por Kenia Rivera, quien proyecta la auténtica imagen frívola y vanidosa de la mujer que vive de las apariencias, en implícita complicidad con su marido. Su actuación muy buena, resalta el aire de superficialidad del personaje.

El joven Castro y su novia Pitusa, la hija de los Obedot, son los personajes que marcan el contraste, son auténticos y honestos. Pavel Marcano y María Paola Hernández tienen muy buen desempeño.

La entrada con extravagantes vestiduras, del “Marqués” –Teofilo Terrero- el pretendiente de Pitusa, supuestamente noble y rico y su cómplice Torrecilla –César Olmos-, produce el momento de mayor hilaridad. Ambos están magníficos en sus simpáticos personajes y provocan la risa espontánea y contagiosa.

Los inquisidores “cobradores” que interpretan, Servio Uribe, Miguel Ángel Martínez, Miguel Montalvo y Omar Ramírez, componen el grupo antagonista que acosa a Obedot. El juego escénico se torna fascinante y propicia el desenlace. Merece mención especial Omar Ramírez, por su destacada actuación como el inefable Ahumada. El desarrollo realista de la comedia, no obstante las influencias que hemos señalado, es manejada por Ángel Mejía con propiedad; la acción  lenta en sus inicios, se torna  ágil. El acompañamiento musical  en vivo –piano ecualizador- y los arreglos de Miguel Ángel Mejía apropiados a los diferentes segmentos, constituyen  un elemento que adiciona a la puesta en escena. La escenografía de José Plasencia,  hermosa y funcional, en la que destaca el clásico salón burgués, se adecua en su realismo a las características de la comedia. Las luces de Bienvenido Miranda, adecuadas en todo momento.

Esa gran parte de nuestro público que sólo concibe al teatro como una forma de pasar el tiempo y reírse, en un comprensible afán de escapismo, tienen la oportunidad  de disfrutar de un momento agradable con  esta comedia de fino humor, que les invita además a reflexionar.

Celebramos el regreso del actor y director Ángel Mejía a su espacio natural, el teatro.

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