POR GÜIDO RIGGIO POU
Memorias de un cortesano de la Era de Trujillo es sin duda un libro escrito por Joaquín Balaguer con el solo propósito de justificar, a la historia y a su propia conciencia, su responsabilidad moral por su participación en la Era de Trujillo. Su fin es justificar la complicidad que mostró con su actitud pasiva ante los hechos más horrendos que sátrapa alguno pueda cometer contra un pueblo. La lectura detenida de este libro es un interesante viaje a las profundidades de su conciencia.
Me limitaré a examinar lo que considero la parte del libro más indiscreta, de la página 100 a la 109, la que más profundamente revela los conflictos del alma de aquel hombre, y donde queda expuesta la escala de valores morales con que median sus actos, entre ellos y ante sus propias conciencias, veamos :
Tomemos el episodio donde Balaguer narra la conmoción que sintió por un crimen horrendo que caló profundamente en su sensibilidad. Se refiere a un acto de brutalidad, el asesinato de los esposos Martínez Reyna al inicio de la tiranía (1930). Balaguer manifiesta sentirse asqueado y conmovido de tan horrendo crimen alegando que ese asesinato está : en pugna con los dictados de mi conciencia y con los sentimientos que gobiernan mis ideas. Y más adelante se lamenta porque ese horrible suceso al igual que a muchos dominicanos debió haber cambiado el curso de mi vida.
Y buscando la razón de tal extravío, se pregunta ¿Por qué nos inclinamos ante la iniquidad y concluimos por congraciarnos con ella? ¿Es que existe una moral valedera para los actos de la vida política y otra muy distinta para los de la vida privada?
Para el analista es fundamental tomar en cuenta (y esto es muy importante para poder evaluar la tónica dialéctica que permanentemente prevalece en su libro y la sinceridad de su discurso) que este crimen fue sólo el inicio de los muchos horrendos asesinatos que desfilaron ante los ojos de Balaguer en los 30 años siguientes de su vida junto a Trujillo y que por lo tanto esta misma reflexión se le presento en múltiples ocasiones tocándole la puerta de su conciencia(que nunca pretendió abrir).
Y más adelante confiesa, en lo que es tal vez es uno de los párrafos más reveladores de su habilidad en el manejo de su dialéctica escurridiza, y que más bien es un atentado a la razón, donde niega buscar la justificación que precisamente en toda su obra persigue, y a la historia implora:
No trato de justificar con esos razonamientos la responsabilidad moral que pueda caberme por mi participación durante 30 años en el régimen dictatorial de Trujillo. Deseo más bien que en estas páginas explicarme a mi mismo y a los que en el futuro me lean, el porqué de mi pasividad ante hechos y ante situaciones en pugna con los dictados de mi conciencia y con los sentimientos que gobiernan moralmente mis ideas.
Balaguer llevaba inexorablemente una pesada carga moral e histórica a causa de las vejaciones, asesinatos y robos que se cometían contra el pueblo dominicano. Sabía que su participación fue tan valorada y comprometida, que Trujillo lo llevó al más alto cargo público en un difícil momento de bloqueo económico internacional en que necesitó mostrar lo más digno de su satrapía. Estaba conciente y orgulloso de que fue él, tal vez, el único digno funcionario (en la escala de dignidad de entonces) de alta jerarquía que durante la dictadura que se atrevió a reclamarle a Trujillo el respeto.
Entonces, sin poder tomar el camino de su franca justificación, tenía que desarrollar y divulgar algún argumento que aliviara su carga histórica y también su alma. Veamos qué nos siguen revelando sus escritos. Hablando de la degradación moral a que el régimen de Trujillo sometió a la inmensa mayoría de los dominicanos, dice:
Pero no todo fue sumisión en esa sociedad moralmente desvertebrada. Hubo muchas conciencias que no se dejaron sojuzgar y que permanecieron erectas en medio de esa claudicación colectiva.
Con esta aseveración Balaguer encumbra la moral de los que actuaron correctamente (en desmedro de la propia) e introduce el concepto claudicación colectiva; pero no deja definida la posición moral en la que él mismo se sitúa dentro del trujillismo: no dice si él fue uno de esos sumisos o fue uno de los que permanecieron erectos.Eso se lo deja a la historia .Y para atenuar su pena, se coloca en un escenario favorable: como un triste y virtual prisionero del régimen, como parte y víctima también de una claudicación colectiva de la sociedad dominicana. Y confiesa:el autor de este libro no dejó de reconocer el grado de abyeccion a que llegamos la inmensa mayoría de los hombres de este país en aquella época que en buen castellano quiere decir que reconoce que su alma alcanzó un grado de bajeza y envilecimiento.
Escarbando razones llega a sugerir algo insólito, digno de un estudio psicológico riguroso, se habla a sí mismo, le sugiere a su conciencia que: La presencia de los buenos (como él) entre los malos o entre los peores, es conveniente para evitar que el daño que estos realizan se haga muchas veces, o que sea al cabo, menos nocivo para la sociedad.
Sin embargo , a pesar de estas sinrazones ,escuchar a Balaguer admitir ,reconocer por escrito, que por omisión voluntaria cometió el pecado moral contra su propia dignidad y contra sus conciudadanos, es realmente admirable; aún sabiendo nosotros que lo hizo sólo porque era la única salida inteligente frente a la historia para justificar su participación activa en la dictadura .Y digo que es una salida inteligente de Balaguer, porque : no reconocer que vivió arrastrado en la bajeza, le hubiese restado credibilidad a sus argumentos atenuantes y hubiese desatado la cólera de la historia, ya que nadie que fuese colaborador de un régimen tan bestial se le ocurriría reclamar limpieza moral ,sin mostrar groseramente un grado de cinismo extremo o talvez hasta de locura, ni frente a sí mismo, ni frente a la sociedad .Pero ¿por qué continua con sus esfuerzos dialécticos por rescatar su dignidad confesamente perdida? porque él sabe que su tesis, su dialéctica y manejo ambiguo del lenguaje, le proporciona un respiro y una imagen positiva para fines de proselitismo político electoral. Además le aportó ánimo y argucias dialécticas a sus partidarios para que asumieran la defensa de su imagen.
El sabe que es inútil tratar de justificarse ante la historia, su dignidad está totalmente perdida. Pero no reconocer su bajeza, lo hubiese colocado en una posición histórica más difícil que la ya degradante posición moral en que se colocó frente a ella. Además, no reconocer su indignidad, le agregaría el cargo de cobardía por evadir la responsabilidad moral asumida explícitamente por su apoyo desde sus inicios a la dictadura.
Supo Balaguer y sabe la historia que muchos erectos no apoyaron al tirano. Muchos permanecieron en bajo perfil, vivieron como virtuosos enclaustrados, asqueados ante unos asesinatos como los de los Martínez Reyna, como el crimen horrendo de las Mirabal, o simplemente porque no resistieron el grado de abyección (bajeza y envilecimiento) a que los sometía el régimen. Él también pudo convertirse en un hombre enclaustrado y erecto y dejar de arrastrarse, simplemente quedándose exiliado en uno de los tantos países donde sirvió a la tiranía como diplomático.
Saber, hurgando en las profundidades de su alma, el motivo ontológico por lo que Balaguer prefirió vivir envilecido con dignidad frente a Trujillo, con el mérito de ser un digno entre los indignos, es secreto de su fuero interno . Lo cierto es que sí pudo tomar otro camino.
Sin embargo Balaguer ,como todo hombre, no puede ocultar lo que su alma le reclama a su conciencia, le reclama el coraje y la estirpe de hombre que él no pudo emular, y de la cual formó parte su personaje más admirado y elogiado, Miguel Ángel Garrido (exiliado por atacar la corrupción y a Lilís), al decirnos de él:
Todo cuanto nosotros tenemos de pequeños, de aduladores, de obsequiosos, lo trocaron ellos en coraje, en presencia de ánimo, en sinceridad, en entereza_ y continúa diciendo el doctor Balaguer: ¿Será acaso que somos más sensibles a la molicie de la vida muelle_? y concluye: Las generaciones actuales no podrán pasar sus ojos por las vidas de aquellos hombres sin sentir un poco de asco de si mismas.
Pero más que algunas virtudes enclaustradas, hay cientos de virtudes exiliadas y cientos de virtudes asesinadas que conformó, no un pequeño, sino un gran coro de hombres de temple que él numéricamente pretende minimizar cuando escribe: En todas las provincias del país existieron virtudes enclaustradas que se negaron a sumarse al coro de los incondicionales y después de mencionar a Ángel Liz, Viriato Fiallo y a Octacilio Páez continùa diciendo que también otros ciudadanos del mismo temple permanecieron durante tres décadas en pie, como columnas solitarias frente a las cuales pasó atónita la farándula de los áulicos de la obsequiosidad y de la lisonja.
Sabiendo que es inútil pretender rescatar su dignidad desarrolla otra inteligente táctica : poner a la historia a pensar: que aunque él no era uno de los erectos, una columna de un templo griego, sino un pequeño, un adulador, un insincero sin entereza ,que al ver a los erectos sintió un poco de asco de sí mismo y que con ésta, su nueva actitud, espera recibir el perdón de la historia. Mucho esfuerzos hace Balaguer para confundir al lector ligero con su manejo sutil de la dialéctica y del lenguaje, introduciendo su nueva teoría sobre los grados de moralidad que existen dentro de la inmoralidad; pero el lector profundo descubre, en la aceptación de su delito moral frente al pueblo dominicano, a un confeso que, persuadido de su culpa, pide clemencia a la historia.
Pero aún confeso, lo vemos escondido, tratando de escurrirse a toda costa, dentro del conjunto de víctimas morales de la tiranía, donde él pretende colarse y consolarse, y convencerse de que él es uno más: un pobre cortesano, Presidente de la República, escabullido en esa claudicación colectiva con la que también intenta adormecer a su atormentada conciencia. Pero muy bien supo Balaguer que la historia no se podía burlar. Que sólo podía recibir de ella un poco de misericordia. Balaguer al desarrollar la tesis de su apología dejó muy claro que a lo más que podía aspirar a alcanzar en La Historia de la Era de Trujillo era quedar muy bien distinguido como: el más digno entre los indignos.