“Es verdad y hay que decirlo”

“Es verdad y hay que decirlo”

POR GRACIELA AZCÁRATE
Desde diciembre, desde que Carmen Rodríguez Calderón, la periodista cubana que trabaja para Ce- mujer, celebró mi texto de cumpleaños y me envió esta carta que voy a reproducir, me ronda un pensamiento. Tal vez la obsesión que siempre rodea a una mujer.

Lo que pasó, lo que no se podía decir, lo que no podía ser denunciado porque no tenía nombre.

De maduración lenta, las cosas vienen a mí como en una marea lenta.  Llegan, las pienso, las siento, las lloro, me despiertan viejas imágenes de tiempos idos, un “dejá vú” que  de pronto me ilumina.

Viejos rincones de la memoria  que de pronto se iluminan, por las cosas del presente, por lo que antes no tenía nombre y ahora la modernidad y los nuevos tiempos le ponen etiqueta, nombre y apellido y hasta un nombre científico.  Pero la vida interior de cada una tiene tiempos distintos. Una se permite, ahora, que las cosas sean de otro modo. No hay plazos, exigencias, demandas, tampoco importan ni cuentan las urgencias de los otros.

Por eso, cuando llega el recuerdo, en mi caso,  después que llega, dejo que me  inunde y cuando se va esa gran ola del recuerdo, la resaca me deja el sedimento, el barro del cual crezco y alimento las raíces.

Ahora que envejecí, y estoy lenta y morosa, en vez de exigirme me regalo el largo espacio en blanco para observar y meditar sin urgencias ni plazos que cumplir.

Nada me urge, el tiempo es mío.

Por eso desde que llegó este texto de Carmen saludando mi celebración de cumpleaños, he dejado descansar los hechos que hablaban de un pasado, de un presente y del imperativo moral para pensar y hablar del futuro.

Pensando en Nicaragua, en Margaret Randall, en Zoilamérica, en los sandinistas, en Rosario Murillo,  en Daniel Ortega Saavedra,  la imaginación mía que es loca y “novelera” me remontó a una película que ví cientos de veces y  a la novela que releí otras tantas.

Es más, sin dudar un momento, mientras escribo este texto recordé la banda sonora de Doctor Zhivago, de una vez canté  el tema de Lara y cerrando los ojos ví deslizarse a la divina Julie Cristie y a Rod Steiger, bailando un vals  en un salon de la Rusia imperial, en el preámbulo de la revolución de octubre.

Con el telón de fondo de  “los 10 días que conmovieron el mundo” la cinta se convierte en la crónica privada y muy a lo Hollywood de la simple historia de la violación de una menor a manos de su padrastro. 

De la seducción y  corrupción de una adolescente para quien ya no queda resquicio de futuro. Ha quedado indeleble en mi memoria, ese vals que baila Lara, y su seductor y corruptor encarnando a Víctor Komaroski, el abogado que finalmente  abandona y deja perdida a la hija de Zhivago y Lara en un puerto de la Rusia oriental.

En definitiva, es el relato de una violación, del abuso de un padrastro, del suicidio de la madre de la menor, y de la vida sin rumbo de ahí en más de Lara.

La novela de Boris Pasternak llevada a la pantalla, maravillosa película  que refleja la  revolución bolchevique y cuenta varias historias paralelas,

Una de ellas  es la historia personal de una joven violada y lo que el futuro le depara  a esa vida rota. El relato es  como un arco de vida  que va desde la adolescencia hasta su desaparición en la Rusia estalinista.

Un arco vital que desmenuza las consecuencias de la violación y el resultado final de un hecho atroz.

Recordé aquella película, pensando en la historia de Zoilamérica y  sobre todo porque ahora ha salido a relucir el tema de la violencia intrafamiliar y del frecuente incesto en el núcleo familiar.  Una se pregunta: ¿ y después de la denuncia, qué pasa con la vida de esas muchachas abusadas?,  ¿se recuperan y  el agresor es alejado y sancionado?,  ¿qué pasa cuando convertidas en mujeres deben vivir su vida de adultas, superan el abuso, se rehabilitan , tienen hijos o quedan estigmatizadas?

Los tres textos que escribí sobre Margaret Randall, Zoilamérica Narváez Murillo y Daniel Ortega Saavedra  fueron enviados por Mirta Calderón a distintas redes de mujeres, muchas de ellas residentes en Nicaragua.

En diciembre, recibí esta carta que como en el vals de Lara, relata lo que pasó después del abuso, y la resaca de una violación.  Algunas se animan, lo denuncian y se recuperan, en otras, en cambio el daño es irreversible y como si sufrieran el síndrome de Estocolmo,  la víctima termina amando  e identificándose con su agresor.

A propósito de Zoilamérica, una amiga de Carmen, desde Nicaragua envió esta carta:

Carmen y Graciela:

Mi amiga María Lopez Vigil, subdirectora de la revista Envío de la Universidad de Nicaragua, comprometió mucho de su vida y su sensibilidad en apoyar a Zoilamérica que en esa época la llamaba mamá. 

María, que había sido monja muchos años, se la tomó para sí efectivamente como hija y sufrió con ella, a su lado, lo peor de aquella tragedia.

Por su vínculo tan estrecho con esa situación yo me permití mandarle los artículos de ustedes. Y ella me devolvió este mensaje,  y la transcripción del encuentro de Zoila con Rosario Murillo, en marzo del 2004.

 Si ya lo conocen pues no he dicho nada. Pero es tan insólito que no deberían ignorarlo si ese fuere el caso.

María me escribe lo que sigue:

“Ahora me mandas estos textos sobre Daniel Ortega y Zoilamérica. Muy buenos, no sólo por la crítica a Daniel sino por la crítica que hace a las mujeres izquierdistas que venían a Nicaragua a promover la ya instalada promiscuidad de muchos de nuestros comandantes…

 No sé si en algún momento te comenté cómo “terminó” lo de Z conmigo. Y lo de Z con Nicaragua. Rompió conmigo de una forma muy grosera, en el momento en que el Estado iba a reconocer la veracidad de su caso y su falta de acceso a la justicia. La excusa: pedir en aquella ocasión una cantidad desmesurada de dinero que el Estado no podía entregarle. Creo que fue una excusa. Eso fue en febrero de 2003. A partir de entonces, me alejó y la perdí de vista.

En marzo del 2004 se “reconcilió” con su madre Rosario Murillo, en un evento ambiguo y político que Murillo aprovechó para hacerle campaña a Daniel Ortega. Te anexo la transcripción de aquello. Una decepción. Aunque fue verdad la historia que nos contó, se me han ido oscureciendo con el tiempo los motivos de su denuncia y naturalmente, no estuvo ella a la altura de su propia historia y de su caso, no sabiéndose representar más que a sí misma. Para mí fue más que doloroso… pero ya pasó y ¡que me quiten lo bailao!

Aprendí mucho de la vida, del feminismo, del abuso sexual, y de mi misma. Desde febrero de  2003 dejé a la persona y al caso, pero no la causa.

A pesar de todo esto, todo lo que dicen estos textos que me mandas son verdad y hay que decirlo “.

La transcrición de la entrevista realizada por la periodista Ada Luz Monterre, en un programa especial de Radio  Mujer, el 8 de marzo de 2004 pone en evidencia el daño irreparable sufrido por Zoilamérica.

 La periodista Ada Luz Monterrey inicia así la larga entrevista: “… Nos está haciendo un regalo grandioso: va a comunicarse con ustedes hoy, Día internacional de la Mujer… En estos momentos, pueblo de Nicaragua, mujeres nicaragüenses, esto es verdaderamente extraordinario, que hoy, día internacional de la mujer, una madre y una hija, que desgraciadamente han sido afectadas ambas, afectadas por gente que no tiene ninguna compasión, afectadas por porquerías, lo digo, y me siento feliz, Rosario Murillo, porque cuando surgió ese problema, yo fui duramente criticada por las mujeres, inclusive hubieron algunas que pensaron en tomarse la emisora… Pero yo, como mujer y como madre que soy, nunca perdí las esperanzas… Y entonces, con mucho respeto decidí no involucrarme en un problema familiar. Y a todas esas personas que manipularon, que tanto daño hicieron, aquí tienen, aquí tienen una lección: Rosario Murillo, hermana y amiga de su hija, Zoilamérica Narváez… ¡Bienvenida Zoilamérica! Este es el regalo más grande que nos podés hacer a las mujeres nicaragüenses… ¡Adelante, adelante! Rosario, pero mientras entra la llamada, quisiéramos saber cómo sentís esta noticia, ¿ah?”

La entrevista es larguísima y toda en el mismo tenor.  Como mujer,   una prefiere  que como en la película de hace treinta años los personajes de la tragedia se diluyan y se alejen entre brumas bailando un vals.

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