“Espacio, tiempo y memoria
en la pintura dominicana”

“Espacio, tiempo y memoria <BR>en la pintura dominicana”

POR LEÓN DAVID
Siempre que demos crédito a las disertas plumas que en los tiempos que corren se explayan con feliz prodigalidad sobre el tema que imprudentemente abordaré a seguidas, una de las notas distintivas –acaso la esencial– de la etapa histórica que nos ha tocado en suerte vivir (y a la que con escasa imaginación algún letrado en vena de innovador confiriera el nombre de posmodernidad) es su viso de radical, universal, empedernido eclecticismo.

Lo de “eclecticismo” –urge esclarecerlo– debe ser asumido cum grano salis por el culto lector, a quien no podrá escapar que parejo vocablo, extraído del léxico especializado de la filosofía, señala cierta postura teórica que se complace en avenir a como dé lugar doctrinas diferentes, cuando no antagónicas, que proceden de diversos sistemas de pensamiento.

Por lo que hace a la materia que ahora importa elucidar, el término eclecticismo -y sus derivados- conviene sea tomado como la designación sólita de esa tendencia contemporánea, al parecer generalizada e irrefrenable,  a no adoptar posiciones estéticas definidas y bien marcadas, sino, por el contrario, a contemporizar, admitiendo como igualmente válidos, significativos y oportunos los más disímiles estilos y maneras artísticas.

El rápido acceso a la información que la sofisticada tecnología electrónica ha hecho posible ha convertido nuestra época en una especie de cajón de sastre en donde hallamos, una cabe a la otra, heteróclitas creaciones inspiradas en escuelas dispares, las cuales surgieron, a su vez, -al menos algunas de ellas- en períodos históricos muy alejados del nuestro.

Así las cosas, para nadie es hoy motivo de pasmo ni de condena topar en cualquier exposición en la que intervenga más de un artista con obras que obedecen a técnicas, enfoques y conceptos de muy distinta índole. Lo insólito, lo asombroso sería en este alborear del siglo XXI que en una colectiva de cuadros de la autoría de plurales paletas, respondieran las imágenes reunidas a coincidente concepción estética y concordante punto de vista plástico-formal.

Dificulto, por consiguiente, que el amante de la pintura tenga nada que reprochar a la variedad de temas y modalidades expresivas que se dieron cita en la nutrida cuanto selecta muestra que, con el título de ESPACIO, TIEMPO Y MEMORIA EN LA REPÚBLICA DOMINICANA, fue inaugurada el viernes treinta del corriente mes de julio en La Romana, en el suntuoso marco del salón de convenciones Cacique de Casa de Campo, con la distinguidísima presencia del Presidente electo de la República Dominicana, Dr. Leonel Fernández Reyna, la asistencia de los artistas expositores y el respaldo de un multitudinario público que colmaba, notoriamente complacido, el recinto.

La referida exhibición pictórica (organizada junto a otras actividades con el propósito de recaudar fondos para los proyectos que lleva adelante la Fundación Global Democracia y desarrollo) puede vanagloriarse de haber juntado, amén de dos excelentes pinceles españoles, algunas de las más destacadas figuras del hodierno quehacer plástico criollo.

Ahórreme el lector la faena –nadie está obligado a lo imposible- de emitir a punto largo un juicio crítico acerca de todos y cada uno de los lienzos de la mentada muestra colectiva; juicio que por respeto al público tendría que ser sosegado y prolijo y que en una reseña a vuela pluma como la presente sólo conseguiría agraviar, de puro comprimida, la sensibilidad del competente apreciador del arte.

Me contentaré, pues, -a otra cosa no es lícito aspirar dadas las circunstancias- con apuntar dos o tres ideas en torno a un puñado de obras que por sus intrínsecos méritos formales y semánticos llamaron, dentro del conjunto de cuadros exhibidos, mi atención; no sin antes poner de resalto que los pintores de los que esta digresión valorativa prefirió no ocuparse no necesariamente han de ser reputados por menos estimables… que si aquí hago caso omiso de ellos, acaso deba atribuirse pareja exclusión al hecho harto familiar de que en la delicada materia del avalúo estético no es posible ser del todo objetivo, habida cuenta de que, por mucho que lo intente, no acertará el contemplador –y al cabo y a la postre el crítico no es más que un contemplador especializado– a desprenderse de su personal manera de sentir, de sus entrañables predilecciones y afianzados gustos.

Hecha la anterior salvedad, de todo punto imprescindible, emprendo sin más demora el prometido comentario. Comenzaré con los dos pintores de nacionalidad española: La asturiana Marta Argentina Suárez García, con un diestro y airoso manejo de la pincelada y el cromatismo que se nos antoja prolonga la tradición vistosa del impresionismo catalán, plasma una lírica imagen del templo de La Sagrada Familia de Barcelona, imagen cuyas ocres languideces acarician la pupila con sabia levedad y femenino encanto. Pintura cuya directa y dulce sencillez no debe hacer olvidar ni por un instante la maestría indudable de la ejecución.

Alberto González Apellániz, oriundo de Logroño, abundando en el tema asaz cotidiano de una plaza colmada de transeúntes, se explaya con trazos anchos y rotundos, calculado procedimiento que nos fuerza a percibir, a las primeras de cambio, el gesto pictórico, la huella de color estampada sobre la superficie en tanto que entidad autónoma y protagónica del cuadro, independientemente del elemento representativo y anecdótico que pasa a ocupar un segundo y modestísimo lugar. Así la imagen que el artista pergeña –mera insinuación de la que los detalles descriptivo-realistas están ausentes-pone con vigorosa mano al servicio de la metáfora plástica (ritmos, masas, planos de color) los objetos extra-pictóricos que presuntamente reproduce.

EL MAESTRO OVIEDO

No temo incurrir en inexactitud al sostener que de los artistas dominicanos que exhiben telas en la colectiva que estoy al desgaire examinando, el de mayor veteranía e indiscutibles prendas es Ramón Oviedo. De su experta autoría nos atrajo particularmente una pintura en la que, al modo expresionista, extrañas criaturas antropomorfas de inocultable estampa fantasmagórica parecen levitar quietas y silenciosas contra un fondo nebuloso de tinturas apasteladas… Admiración e inquietud son los sentimientos que semejante universo onírico logra suscitar en nuestro ánimo.

Rosa Tavárez, quien también forma parte de los expositores, lejos está de ser una bisoña desconocida… la notable maestría en el grafismo de la que siempre ha dado pruebas se acompaña en esta ocasión de atractivo manejo del color y singular dinamismo compositivo. Su creación “Cuerpo y espíritu” es muestra fehaciente de una visión expresiva capaz de armonizar en articulados planos cromáticos las formas naturales del cuerpo humano, al tiempo que las descompone y distorsiona.

Luz Severino no es tampoco nombre que suene por vez primera en los oídos del aficionado a la plástica de nuestra media isla. En la colectiva que nos ocupa, la artista propone una poética abstracción en la que la aséptica e intelectual frialdad geométrica, de innegable cuño constructivista, se edulcora mediante suaves degradaciones tonales y manchas de pigmento que generan una apacible atmósfera de ensoñación y de misterio. Prohija la imagen abstracta de la pintora una rica metáfora que habla intensamente al espíritu y transporta al que la contempla hacia inesperados horizontes de fantástica estirpe.

Miguel Núñez, otro de los felices pinceles de la muestra a que nos estamos refiriendo, con la bucólica visión que le caracteriza, presenta un paisaje campestre en el que la naturaleza vernácula descubre, en planos que se alejan, su esplendor y armonía.

Para concluir, demos fe de que no fuimos insensibles al óleo intitulado Hitting Down de Cristóbal Rodríguez, en el que con lúdico pincel y eficaz diseño propio del cartel publicitario, dentro de una concepción cromática de intensidad casi fauvista, ofrece el autor la representación  vibrante y móvil de un jugador de golf; ni tampoco pasamos por alto el bodegón de pequeño formato de Hungría Sánchez, donde este artista de Sabana Grande de Boyá despliega cumplida técnica y exquisito virtuosismo en la plasmación de las texturas, especialmente del cristal y la loza. 

Y terminemos para no dar al traste con la paciencia del lector… La muestra que ha motivado estas rápidas apuntaciones críticas cuenta con obras de indiscutible calidad estética. Variopinta colectiva que no defraudará al que la contemple ni dejará de tentar al ávido coleccionista deseoso de aumentar su tesoro plástico con creaciones singularmente representativas y harto apetecibles de cuidada factura.

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