“Hay voces en las calles”

“Hay voces en las calles”

JOSÉ R. MARTÍNEZ BURGOS
Los que están linchando o matando a quemarropa a muchos ciudadanos inocentes o trabajadores con sueldos de miseria en nuestras calles y carreteras son profesionales malditos de la delincuencia. Por eso parece que es necesario hacerse en estos días llenos de incertidumbre y mucho miedo esta pregunta: ¿Para qué nuestro Estado, que se dice moderno y sobre todo democrático, necesita tantos servicios de seguridad e inteligencia con medios sofisticados y jurídicos para realizar sus trabajos, cuando la delincuencia le viene ganando la batalla, y naturalmente, todo lo que rodea a la seguridad del Estado y a la Policía Nacional, se desenvuelve en un submundo que es difícil distinguir en algunos casos la línea que separa a los delincuentes del Estado? Porque hasta ahora, no hemos visto qué se ofrece para perseguir criminales. El dilema sigue sin descifrar: garantías democráticas frente a seguridad.

Sólo el Estado es capaz de resolverlo, pero no lo hace. No es suficiente hacer alarde de la Ley, pues los únicos responsables de defender la seguridad de los ciudadanos -que es su obligación- son los políticos.

Parece que aquí hemos olvidado que en todas las sociedades, a través de la historia, han existido oficios malditos, que pocas personas han querido ejercer. Son puestos que toda la ciudadanía en su conjunto ha querido olvidar su existencia, pero son imprescindibles, por ejemplo los sepultureros y los embalsamadores, los espías y policías, y qué decir de los verdugos o los banqueros y prestamistas. Sin embargo, sin estos hombres y mujeres dedicados a esos quehaceres no sería posible o insoportable la vida. Pero, añadimos, que el problema de la sociedad son los crímenes y cómo evitar que se borren las huellas.

La seguridad debe ser lo primero, porque la verdadera fortaleza de una democracia radica en ella, por eso los partidos políticos y la sociedad civil pueden unirse como la médula al cuerpo para combatir la delincuencia, de lo contrario, nuestra libertad puede desaparecer, se necesita una energía inmensa, pero colectiva, para acabar con el terror implantado por los delincuentes.

Esta semana final del mes de julio del 2006, hemos asistido al anuncio del señor Presidente, que pone de manifiesto su interés de traer la tranquilidad y el sosiego del país, aunque las medidas en sí son inconexas e incompletas entre si y no tienen el rigor que debe reflejar el Poder, porque no satisfacen al soberano de la opinión pública. Por un lado, el silencio boicot desencadenado contra el consumo de alcohol, que no es el verdadero motivo que empuja a la delincuencia, cuando todos somos conscientes que la droga es el principal móvil. Por otra parte, el grito desgarrado de los familiares y amigos por las víctimas desaparecidas sin necesidad y el olvido egoísta que la clase política ha hecho en defensa de la ciudadanía, cuando éste lo que debió emprender era un exorcismo de los demonios de la sangre derramada.

Hay otra medida, inoperante, prohibir la venta legal de armas de fuego, cuando todavía no ha sido establecido que se haya verificado la muerte de un ciudadano por otro que posea armas legales sino las que se mercadean desde Haití a través de la frontera, lo que es necesario hacer es recoger las armas que portan los ilegales que hacen de sus fechorías el mercado de la muerte, el robo y el asesinato. Es que la fiebre no está en las sábanas sino en el bajo mundo. Ya está bueno de tanta carnicería dialéctica de muchos funcionarios que no acaban de acertar, en sus ridículas intervenciones en los medios de comunicación, como por lo menos reducir la avalancha siniestra de los delincuentes, que ha dejado en el ambiente un profundo miedo. Por tanto, ya no hay excusas “las víctimas, con toda su fuerza moral intacta, ha alzado la voz para pedir inequívocamente en nombre de sus muertos y heridos que se reoriente”, el país para que vuelva a su antiguo curso, si hay aún un camino por donde transitar con seguridad aunque sea necesario exprimir la imaginación para encontrar atajos para forzar las leyes y reglamentos, para que los jueces trabajen sobre la enorme sombrilla de la libertad. “Lo que ya no quedan son pretextos para retorcer la realidad”. Pues como es sabido, las causas sociales del crimen han desaparecido con el derecho al trabajo garantizado, han justa distribución de los bienes materiales y el respeto a la inviolabilidad personal como dice Yuri Churbanov en su libro “Camarada policía”.

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