“Juegos” y “fazedores de escarnios”

 “Juegos” y “fazedores de escarnios”

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Empiezo con una anécdota que, a lo mejor, mucha gente conoce. Marlon Brando, habiendo alcanzado la cima de la notoriedad con su actuación en “El Padrino”, manifestó a la prensa que no entendía tanta alharaca por su trabajo, ya que cualquier persona realiza a diario actuaciones similares en la vida real.

Para los franceses, más o menos desde el siglo XII, actuar fue un juego (“jeu”) y representar la obra teatral fue jugar (“jouer”) ya en el siglo XV. Por entonces se entregaba a cada actor un manuscrito enrollado (“roulé”) que era su rol (“rôle”). Pero la idea del teatro como juego se insertó en el inglés (to play) y en el alemán (spielen).

Luego penetró en el mundo de las presentaciones musicales y no cesaba de chocarme que se denominara con términos de juego el tremendo esfuerzo que representa interpretar una obra musical, que de juego no tiene nada. Un contrato en Hannover me conminó a “jugar” (spielen) varios demandantes conciertos, y en Estados Unidos a “jugar” (to play) peligrosas obras.

¿Juego?

Si es así, todo es juego. Viene a resultar que no es que “La Vida es Sueño” como nos dijese Calderón de la Barca. No. La vida es juego.

Juego de engaños.

No lo digo con amargura ni a consecuencia de desengaños. Entre todo el tinglado de mentiras y fingimientos he podido cruzar bastante bien, así que, en lo personal, no puedo decir como aquel argentino: “La vida me engañó”.

Es que somos muy frágiles, muy vulnerables los humanos. Los elogios nos pueden fácilmente torcer terriblemente. Si algún temor me asalta en torno a la personalidad del Presidente Fernández concierne al grave daño que le pueden causar la inevitable actividad de los áulicos, los incensadores, los lisonjeadores, los serviles que saben inyectar cada día dosis de halagos a la inteligencia y valores del mandatario.

No abrigo temores, ni los abriga la población dominicana, en cuanto a las virtudes y buenas intenciones del actual Presidente de la República…pero…empezamos a temer por su salud emocional profunda, por su capacidad para desdeñar la adulación.

Hoy, a cien años de su nacimiento, Joaquín Balaguer, ya fuera de este plano terrenal, sigue siendo un personaje excepcional, en luces y sombras.

¿Qué luz no tiene sombra? Pero este hombre extraño, insólito, sabía y podía dejar resbalar sobre su piel los endiosamientos con que los aduladores alimentaron la vanidad de Trujillo a extremos grotescos que ya él ni podía percibir.

Balaguer dejaba resbalar con una sonrisa fría o un enigmático “muchas gracias” los elogios o reconocimientos, válidos o no.

El caso presidencial de Hipólito Mejía, viene a ser algo insólito. Pero me pregunto ¿habría llegado a tales extremos de inconducta si hubiese contado con honrados colaboradores que hubiesen insistido en una moderación en hechos y en lenguaje? ¿Fue, en cierta medida, Mejía víctima de sus allegados, o su caso no tenía remedio?

No estoy comparando calidades humanas y políticas, pero estoy manifestando preocupación por el caudal de pensamiento frío y descongestionante que pueda usar el actual Presidente para no dejarse envenenar por los intereses inmediatistas, urgentes, insaciables del inevitable “anillo palaciego”.

Todo envuelto en actuaciones, en “juegos” malignos, en acechanzas, en teatralidades, en solemnes bufonadas como aquellas que prohibió Alfonso el Sabio a la clérigos en el siglo XIII para que no fuesen “fazeadores de juegos de escarnios en los templos”.

Templo es también la Patria.

No permitamos los “juegos” que la hacen peligrar.

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