El monólogo Kahlo Viva la vida, del autor teatral mexicano Humberto Robles, por su dramaturgia, pertenece a los llamados monólogos líricos, en los que el personaje en un momento de reflexión o de emoción se deja llevar por sus confidencias.
Así, en esta Frida de Robles, a través de sus remembranzas conocemos la esencia a la auténtica y genial pintora Frida Kahlo, compleja y traumática, pero alegre y divertida, talentosa y trágica a la vez. Hay en este monólogo desarrollado durante la celebración del día de los muertos, una evocación permanente de su trágica existencia, asoman sus recuerdos, sus miedos, sus dolores y percibimos, sobre todo, el élan vital que la acompañó durante toda su vida. Diego Rivera se convierte en personaje de sus delirios, entre el amor y el odio, la admiración y la envidia Diego y la muerte compañeros inseparables en su tránsito. Otros personajes, Trosky, Breton, Rockefeller, aparecen intermitentes en sus memorias.
Poseedora de un talento en ciernes, el trabajo actoral minucioso al que fue sometida la actriz por parte del director, produjo resultados muy positivos. Con una actuación creíble, matizada, con un dejo bien logrado y la parsimonia precisa, Jennie Guzmán se convierte en Frida Kahlo y nos acerca a ella. Iniciar su tránsito en el teatro con un monólogo es un riesgo que Jennie supo sortear, llevada de la mano por un experimentado hombre de teatro, de un artista de gran sensibilidad como Angel Haché. Finalmente la ambigüedad del monólogo nos deja una interrogante, ¿en qué plano se encontraba Frida Kahlo, aquí o en el más allá?, realmente poco importa. El espectador que decida en cuál plano la coloca.
El director
Angel Haché
Organiza en un esquema coherente, la realidad ideológica y la estética de la obra, y lo lleva a la praxis a través de un discurso escénico, pletórico de simbolismos. Su visión de artista plástico se deja sentir y enriquece la propuesta al darles corporeidad a los personajes símbolos: Diego Rivera, Amín Capellán y Nadime Bacha.