“La boda de Virgilio”, un atractivo montaje

“La boda de Virgilio”, un atractivo montaje

POR CARMEN HEREDIA DE GUERRERO
Cuando decidí asistir a la presentación de la obra de Fausto Rojas, “La boda de Virgilio”, no niego que sentí cierta aprensión. Al penetrar en la Sala Ravelo una leve bruma cubría la estancia,  un aroma tenue, y una música suave y lejana llenaba el recinto.

El escenario apenas visible, devolvía nuestras imágenes reflejadas en los espejos allí colocados, acaso como una forma de integrarnos a esa atmósfera mágica;  en medio de aquella placidez, irrumpen las notas de una hermosa melodía surgida de un chelo y un violín, ejecutada por dos músicos en un lateral del proscenio, sacándonos de nuestra abstracción… había comenzado el ritual.

 Para evaluar la obra de Fausto Rojas debemos reconocer  tres niveles: el literario como escritor del texto,  el de dramaturgo y el de director.  El texto sencillo en su argumentación -la frustrada boda de Virgilio, es esencialmente narrativo con alguna intensión dramática, sin pretensiones literarias.

Como dramaturgo logra su mayor proyección, al estructurar un montaje atractivo, interesante, donde las diferentes escenas son presentadas en forma de cuadros fragmentados, lo que impide en cierta forma una totalidad orgánica, sin que por esto pierda coherencia el discurso escénico. Utiliza además con propiedad, los recursos extra textuales que convierten la literatura en dramaturgia o puesta en escena, tomando como premisa que: “El arte de la puesta en escena, es el arte de proyectar en el espacio lo que el dramaturgo ha podido proyectar solo en el tiempo”, Adolphe Appia. Como director muestra  capacidad para  conciliar los elementos, luces, sonido, espacio y  los actores, que le permiten expresar lo que como autor quiso decir.  La puesta en escena posee un valor semántico propio, los efectos  utilizados  dimensionan la puesta en escena. Uno de los elementos de mayor atractivo es la música en vivo que va ilustrando las situaciones, y junto al elemento suspenso creado por el “señor” -alegoría  del destino- , van conduciendo la obra hasta su trágico final.  Los diseños escenográficos muy creativos, permiten la rápida transformación de la escena. El trabajo de los actores en  conjunto es bueno,  hay cierta distancia entre estos y los personajes, y una manifiesta gestualidad artificial, estando ausente el efecto de ilusión.

Los caracteres de los personajes están esbozados sin profundidad. Virgilio  -el novio- es casi una utopía, una quimera, que encuentra total proporción en la acusada interpretación de Amauris Pérez.  Margaret  -la novia- es fría, va tras lo que ella cree es su verdadero amor, dejando a Virgilio al pie del altar, sin pensar en su dolor. Carole Hart, interpreta este personaje con propiedad, hay emoción en su actuación y logra  convencer.

 El personaje de “el padrino” es un tanto caricaturesco, estereotipo del simulador, que logra convencer a la joven ahijada de su amor. La caracterización de este “padrino”  por parte de Mario Núñez, es la más teatral, con un estilo cercano al burlesco, rompe la tensión dramática. “La madre” es el personaje más auténtico. Capaz de ver más allá de lo inmediato. Tarsis Castro imprime a este personaje una dosis apropiada de dramatismo.

 “El señor”, entre siniestro y burlón, conduce los hilos de la trama. Con picardía, el gesto convertido en pantomima y movilidad cautelosa, Diógenes Medina logra estructurar el simbolismo representado. Los instrumentistas -Alberto Iznaga, violín y Jorge Vidura, chelista- se convierten en personajes, son una especie de narradores musicales,  que ambientan de manera efectista las escenas.

Fausto Rojas imprime al montaje un ritmo que no decae, que pareciera ser lento y no lo es, por la parsimonia con la que se desplazan  los actores. Los elementos escenográficos creados por Miguel Ramírez, van en consonancia perfecta con la propuesta del dramaturgo y director. Las luces diseñadas por Julio Núñez, juegan un papel importante, muy apropiadas en todas las escenas. Terminado el ritual, un tiempo después aun pensábamos en esa boda de Virgilio a la que fuimos invitados afortunadamente, y que de alguna manera sentíamos la necesidad de reseñar.  

La obra sigue este fin de semana en la Sala Ravelo.

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