“La ilusión” de Julián Marías

“La ilusión” de Julián Marías

VÍCTOR GÓMEZ BERGÉS
A doña María Ugarte
Desempeñándome como diplomático ante el Vaticano, asistí, como solía hacerlo cuando la Ciudad Eterna era visitada por algún intelectual destacado, a escuchar una charla que ofreció el escritor y filósofo español, Julián Marías.

El tema de la disertación era algo así como el vuelo de las aves, de esas cosas que parecen etéreas que usted no sabe por dónde tomarlas, que traducen una sensación de anguila, de algo resbaladizo. Era la “Ilusión: una posibilidad de la vida humana”.

Sabía que escuchar a Marías era un deleite, la lectura de sus obras así lo revelan.

Un señor de setenta años que parecían cincuenta no tan solo por su aspecto físico sino por su vitalidad y desenvoltura, se manejó en un tema como éste, árido, recio, con un dominio absoluto de lo tratado así como del idioma. Era miembro de la Real Academia de la Lengua.

En la introducción de su tema destacó un hecho que generalmente pasa desapercibido para la mayoría de las gentes, inclusive de la culta, y es que la ilusión es una palabra que encierra un sentido negativo.

Todos nos miramos preguntándonos ¿Cómo es posible que una ilusión, que siempre despierta una sensación de optimismo de luz frente a la vida, que hace reflejar muchas veces las cosas con la luminosidad del cristal, pueda encerrar ese significado?

Resaltó el enjundioso disertante que la ilusión hasta principios del siglo XX fue una palabra realmente tenida como algo negativo, se decía -y aún se dice- “fulano es un iluso”; “vive de ilusiones”; “se forja ilusiones”; “es un teorizante”, “alucinado”; “idealista”; “loco”; “utópico”, queriendo significar que se trata realmente de un ser carente de sentido hueco, que vive las cosas que finalmente no se habrán de convertir en realidad jamás.

Más descrédito no podía caberle a una palabra y a quien se le atribuía también!

Es la evolución que se ha operado en el estudio de la psicología y la sociología la que descubre, que la ilusión no es una palabra de sentido negativo al contrario, es de las más positivas que acompañan hoy día al hombre.

En los albores del siglo XV tal era su desprestigio que la ilusión parecía como algo inspirado por fuerzas demoníacas, era tenida como una especie de éxtasis. Ahora luego de operarse su cambio semántico, es una palabra que posee una fuerza vital, que es inspiración, que prestigia el poseerla, que robustece.

Hoy, la ilusión es una expectativa. Es motorizadora de fuerzas interiores a veces incontenibles.

Es distinta al deseo o al querer. El primero puede tratar de alcanzarlo todo, lo posible como lo imposible. El deseo vivifica al ser humano. El querer es diverso, se quiere lo que se puede alcanzar.

La ilusión va más allá, tiene un mayor alcance. La ilusión de la espera puede sobrevivir al objeto deseado.

Se tiene ilusión por la familia, por los hijos, la mujer siente ilusión por el hogar -antes más que ahora por la evolución de la vida- por un mejor trabajo, por vivir mejor.

En fin, la ilusión trasciende límites insospechables.

El Diccionario de María Moliner la define: “Ilusión. Lat. Illuso, onis, de “illúdere”. Engañar. Visión. Imagen de una cosa inexistente, formada en la mente tomada como real”.

El de la Real Academia Española de 1977 la define: “ILUSIÓN. Concepto o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos, esperanza acariciada sin fundamento. Ironía viva y picante”.

Es por primera vez en 1984, cuando la Real Academia de la Lengua cambia el concepto que sobre ella se tenía. Ahora la ilusión tiene otro sentido, por fortuna ya ha sido reivindicado su alcance y sentido pesimista o negativo.

El que se ilusiona forja en su mente proyectos para determinadas cosas. Es una especie de zapata sobre la cual se edifica algo, pero puede ser o no ser. Motoriza acciones, actitudes, hasta gestos. A veces pasan años alentándose una ilusión que al fin y al cabo se desvanece como lo espuma de las olas al besar la arena de los mares. Otras veces genera fuerzas incontenibles que hacen cuajar ideales.

Bolívar se forjó ilusiones que lo llevaron a hacer su histórico juramento en el monte Aventino en Roma, que finalmente llevó a cabo con su mente portentosa, su acerada voluntad y su espada invencible.

La ilusión genera fuerzas inconmensurables capaces de hacer realidad los más bellos ideales, por ello es más que justo que se haya extraído del foso de la confusión y el descrédito el verdadero sentido de esa noble expresión, capaz de contribuir a las más hermosas causas de la humanidad.

Julián Marías dijo esa tarde: “tengo la satisfacción de haber contribuido a través de un estudio y lucha de más de veinte años a rescatar el prestigio y honorabilidad de la ilusión”.

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