Reencontrarnos con La peste de estos días, del dramaturgo dominicano Angelo Valenzuela, es como releer un libro muchos años después y descubrir un sinnúmero de elementos y signos que estando allí, apenas fueron percibidos.
La lectura que hace el director Claudio Rivera de esta sustanciosa pieza teatral, le permite construir ese texto invisible e ilegible, materializado en su particular puesta en escena, en la que recrea un universo ilimitado, producto de su gran inventiva y creatividad.
La obra, una sátira contemporánea, parte de un hecho conocido y lleva implícita una crítica social amplia, en particular al sistema de salud pública y a la deshumanización y corrupción de algunos galenos.
El argumento, cargado de humor macabro, narra las vicisitudes por las que pasa un pobre hombre Moisés cuando acude a un hospital por algo simple y termina en la tumba mientras el público, estupefacto, en una especie de catarsis, se muere de risa.
La peste nos contagia con sus múltiples efectos y como en aquellos tiempos medievales, participamos de esas terroríficas danzas de muerte, parte consustancial de la semiotizada vorágine escénica propuesta por Rivera, donde cada signo es un referente; las máscaras dejando al descubierto la boca nos remiten al género de la comedia del arte y el personaje Colombina es una referencia más; el movimiento y la palabra compiten, son elementos esenciales del ritual en el que los actuantes destacan sus habilidades físicas y la movilidad constante, logrando una organización sintagmática, esencial en esta puesta en escena.
La realización colectiva no anula la posibilidad a cada actor de destacarse, excelentes son en sus dobles caracterizaciones: Jéssica Pérez, Dra. Tripita y Colombina, Víctor Contreras Bocanegra y Perro 1 y Joan del Villar Chivilo y Perro 2. Dentro de esta misma línea interpretativa, Claudio Rivera actor como el inefable Dr. Plutarco Zabala, una especie de Nosferatu, con todo y capa, con gran teatralidad, consigue construir este personaje, tan fantástico como fascinante.
La versatilidad, el histrionismo desbordante de Viena González le permite desdoblarse en cuatro personajes: la superficial secretaria, la indiferente gobernadora, la fanática evangélica y la convertida tía Odiosa. Cada personaje se convierte en arquetipo, y a cada uno la actriz le impregna un particular encanto que se decanta en la plasticidad gestual asumida al convertirse en una diosa hindú, otrora tía Odiosa.
En un rompimiento con la teatralidad asumida por el colectivo, Ricky Molina Don Moisés, el enfermo, y Triny Sánchez, la esposa, a través de la estética del naturalismo, desprovista de aditamentos y estilizaciones, sin máscaras, proyectan estos personajes, y su cruda realidad. Ambos muestran gran capacidad interpretativa, Ricky Molina llega a conmovernos con su trágico periplo hospitalario, y Triny Sánchez en su angustiosa búsqueda, muestra magníficas condiciones para el drama. Este doble y contrastante nivel interpretativo es un logro más del Rivera director.
Todo este carnaval visual, lleno de colorido, no hubiese sido posible sin la participación de los héroes invisibles: luminotécnicos, tramoyistas, escenógrafos, de Miguel Ramírez, en la confección de las máscaras y Renata Cruz, en el vestuario; la música es un elemento esencial y alegórico en cada momento. La peste de estos días se convierte en aroma exquisito gracias a la magia que emana del teatro de calidad, que es sinónimo de Guloya.
ZOOM
Algo más
La peste de estos días
En este espectáculo el Teatro Guloya retoma el uso de las máscaras como elemento teatral, las cuales han sido confeccionadas por las manos artísticas de Miguel Ramírez, y toman la expresión característica de cada personaje.
La realización escenográfica es de Lenin Paulino. El vestuario, de gran colorido, fue diseñado por Renata Cruz.